Hubo una colección de cromos que marcó a todos los que, en este país, éramos niños allá por 1965 (o un poco más tarde). Se publicó con el atractivo nombre de “Vida y Color” y, seguramente nos podríamos contar por decenas de millares, los niños que tuvimos la paciencia y la fortuna de completarla. En ella se daba una visión arcádica e idílica del mundo natural y humano en más de cuatrocientos cromos primorosamente pintados (no eran fotos).
Comenzaba la cosa con el mundo de las plantas y flores, el de los animales, invertebrados y vertebrados, la anatomía humana, de donde se excluían los órganos sexuales (cosas del Caudillo y la aguerrida decencia de sus sotanosaurios) y terminaba con un vistoso elenco de retratos de etnias humanas, que entonces se llamaban razas. El criterio usado en la selección de imágenes era el de la vistosidad: las flores más coloridas, las mariposas más llamativas, las razas más exóticas, hasta en las láminas anatómicas asomaba la intención estética de los ilustradores. Una delicia.
Una vez completado el álbum, crecí con él, pasando y repasando sus páginas hasta que se desencuadernó y, finalmente, en alguno de mis azarosos traslados, lo perdí (snif) y no he vuelto a saber de él. Me debía de gustar mucho, pues si no, no me explico esta manía de reconstruirlo y perpetuarlo a través de estas láminas que también son ilustraciones (nada de fotos).
Por esta vez, los ilustradores se han dejado la paleta de color guardada, ofreciendo a nuestros ojos versiones monocromas de algunas de las aves más corrientes por esos ecosistemas de dios. Se cierra el apartado dedicado a las aves con una lámina anatómica, donde se ha personificado el mundo de los plumíferos en una humilde gallina, cuyo despiece la deja lista para ser convertida en Avecrem. Que aproveche.
Ah, por si no la conocías, te enlazo el vídeo que muestra (estupendamente, por cierto) la colección inspiradora, “Vida y Color” forever.
Comenzaba la cosa con el mundo de las plantas y flores, el de los animales, invertebrados y vertebrados, la anatomía humana, de donde se excluían los órganos sexuales (cosas del Caudillo y la aguerrida decencia de sus sotanosaurios) y terminaba con un vistoso elenco de retratos de etnias humanas, que entonces se llamaban razas. El criterio usado en la selección de imágenes era el de la vistosidad: las flores más coloridas, las mariposas más llamativas, las razas más exóticas, hasta en las láminas anatómicas asomaba la intención estética de los ilustradores. Una delicia.
Una vez completado el álbum, crecí con él, pasando y repasando sus páginas hasta que se desencuadernó y, finalmente, en alguno de mis azarosos traslados, lo perdí (snif) y no he vuelto a saber de él. Me debía de gustar mucho, pues si no, no me explico esta manía de reconstruirlo y perpetuarlo a través de estas láminas que también son ilustraciones (nada de fotos).
Por esta vez, los ilustradores se han dejado la paleta de color guardada, ofreciendo a nuestros ojos versiones monocromas de algunas de las aves más corrientes por esos ecosistemas de dios. Se cierra el apartado dedicado a las aves con una lámina anatómica, donde se ha personificado el mundo de los plumíferos en una humilde gallina, cuyo despiece la deja lista para ser convertida en Avecrem. Que aproveche.
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Ah, por si no la conocías, te enlazo el vídeo que muestra (estupendamente, por cierto) la colección inspiradora, “Vida y Color” forever.
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