Abro el Buscador de Google para ver si aún perdura el interés que he suscitado (como consumidor) con motivo del Black Friday, que me ha llevado a recibir más de cien correos interesándose por mi salud, mi bienestar, mi comodidad y mi calidad de vida, un desvelo inaudito si considero que hace casi tres meses que solicité una revisión de oftalmología en el mejor sistema sanitario del (tercer) mundo y aún estoy sentado, esperando respuesta... Dejo de divagar: abro Google y me encuentro un simpático “doodle” con lapiceritos que me recuerda que es el “Día del maestro”, cosa que, al hallarme retirado, había olvidado por completo.
En el paseo matutino le doy vueltas al tema: con un punto de melancolía y dos de amargura, me pregunto ¿por qué me hice maestro, en lugar de carnicero, delineante o electricista? ¿Tenía vocación? (Porque hace falta, palabra) ¿Fui un buen profesional?... A la primera pregunta, respondo con un casi obvio “porque me gustaba la escuela”, recuerdo con afecto y admiración a mis maestros, don José en Sabiñánigo y don Eusebio en Jaca, evoco con cariño la Enciclopedia Álvarez... Y la balanza se inclinó al final porque me dieron una beca (30.000 pesetas de 1969) que me posibilitó estudiar en la Escuela Normal de Zaragoza... Y no, no creo que tuviera vocación, ni que, sobre todo al principio, fuera un buen profesional, aunque “malmetiendo se aprende” y, con obstinación y paciencia, cualquiera puede llegar a hacer cualquier cosa, excepto pilotar un avión.
Consultando aquí y allá, accedo a un “Decálogo del maestro”, fruto de la experiencia pedagógica de la poetisa chilena Gabriela Mistral; como me hubiera gustado suscribirlo y haberlo tenido presente, lo comparto aquí:
"Ama... Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.
Simplifica... Saber es simplificar sin restar esencia.
Insiste...Repite como la naturaleza repite las especies, hasta alcanzar la perfección.
Enseña... Con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
Maestro...Sé fervoroso. Para encender lámparas has de llevar fuego en el corazón
Vivifica... Tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
Cultívate... Para dar, hay que tener mucho.
Acuérdate... de que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino.
Antes...de dictar tu lección cotidiana, mira a tu corazón y ve si está puro.
Piensa...en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana."
Aunque a veces tengo lúgubres pesadillas relacionadas con la profesión que desempeñé durante 40 años, guardo un montón de buenos recuerdos, tantos que llenarían 200 entradas como ésta; ante la imposibilidad de convocarlos todos, me voy a decantar por dos de los malos, sabiendo que este proceder tiene más morbo y más gancho:
Si bien el “Día del maestro” se celebra en honor de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías y nacido a poco más de 20 kilómetros de aquí, yo tengo un mal recuerdo de su empresa: a los seis años me llevaron a los escolapios de Jaca, donde el padre S. me hacía llenar una doble página diaria de palotes. Yo le había dicho que ya sabía leer y escribir, lo cual era cierto, pero no parecía impresionarle en absoluto. Él se concentraba en la corrección: yo iba a su mesa con mis palotes y él sacaba un martillo (con mango y cabeza de madera, menos mal) de su cajón. Repasábamos los palotes y, por cada uno que hallaba torcido, me daba un “afectuoso” martillazo en los parietales. Menos mal que mis padres olvidaron de pagar las cuotas y, al cabo de tres meses, me despidieron de semejante institución, yendo a parar a las Escuelas Nacionales, donde ya no tuve ocasión de atesorar experiencias similares.
El otro recuerdo inmundo data de 2010, cuando el ineptísimo mandamás del Ejecutivo nos rebajó un 5 % nuestras ya no demasiado fastuosas retribuciones. Pudimos seguir comiendo, claro; mucha gente perdió su empleo y lo pasó peor que los maestros en tan señalada crisis, por supuesto... Pero, amigo, si tú crees que cobras un salario por tu trabajo, algo con lo que se tasa monetariamente tu esfuerzo y resulta que lo que percibes es un obsequio, más o menos generoso, según el César de turno, pues claro, tienes que mover tu punto de enfoque, tu criterio y tu valoración de tu desempeño: ahora resulta que eres la mantenida del gobernante X.
Y ya no le das tanto gusto.
El dibujo que me regaló Álvaro |
En el paseo matutino le doy vueltas al tema: con un punto de melancolía y dos de amargura, me pregunto ¿por qué me hice maestro, en lugar de carnicero, delineante o electricista? ¿Tenía vocación? (Porque hace falta, palabra) ¿Fui un buen profesional?... A la primera pregunta, respondo con un casi obvio “porque me gustaba la escuela”, recuerdo con afecto y admiración a mis maestros, don José en Sabiñánigo y don Eusebio en Jaca, evoco con cariño la Enciclopedia Álvarez... Y la balanza se inclinó al final porque me dieron una beca (30.000 pesetas de 1969) que me posibilitó estudiar en la Escuela Normal de Zaragoza... Y no, no creo que tuviera vocación, ni que, sobre todo al principio, fuera un buen profesional, aunque “malmetiendo se aprende” y, con obstinación y paciencia, cualquiera puede llegar a hacer cualquier cosa, excepto pilotar un avión.
Pintura mural 1 |
Pintura mural 2 |
Consultando aquí y allá, accedo a un “Decálogo del maestro”, fruto de la experiencia pedagógica de la poetisa chilena Gabriela Mistral; como me hubiera gustado suscribirlo y haberlo tenido presente, lo comparto aquí:
Los ojos de Pilar |
"Ama... Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.
Simplifica... Saber es simplificar sin restar esencia.
Insiste...Repite como la naturaleza repite las especies, hasta alcanzar la perfección.
Enseña... Con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
Maestro...Sé fervoroso. Para encender lámparas has de llevar fuego en el corazón
Vivifica... Tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
Cultívate... Para dar, hay que tener mucho.
Acuérdate... de que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino.
Antes...de dictar tu lección cotidiana, mira a tu corazón y ve si está puro.
Piensa...en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana."
El selfie de la clase |
Aunque a veces tengo lúgubres pesadillas relacionadas con la profesión que desempeñé durante 40 años, guardo un montón de buenos recuerdos, tantos que llenarían 200 entradas como ésta; ante la imposibilidad de convocarlos todos, me voy a decantar por dos de los malos, sabiendo que este proceder tiene más morbo y más gancho:
Colegio Menéndez Pidal L'Hospitalet |
Si bien el “Día del maestro” se celebra en honor de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías y nacido a poco más de 20 kilómetros de aquí, yo tengo un mal recuerdo de su empresa: a los seis años me llevaron a los escolapios de Jaca, donde el padre S. me hacía llenar una doble página diaria de palotes. Yo le había dicho que ya sabía leer y escribir, lo cual era cierto, pero no parecía impresionarle en absoluto. Él se concentraba en la corrección: yo iba a su mesa con mis palotes y él sacaba un martillo (con mango y cabeza de madera, menos mal) de su cajón. Repasábamos los palotes y, por cada uno que hallaba torcido, me daba un “afectuoso” martillazo en los parietales. Menos mal que mis padres olvidaron de pagar las cuotas y, al cabo de tres meses, me despidieron de semejante institución, yendo a parar a las Escuelas Nacionales, donde ya no tuve ocasión de atesorar experiencias similares.
Colegio Menéndez Pidal L'Hospitalet años 80 |
El otro recuerdo inmundo data de 2010, cuando el ineptísimo mandamás del Ejecutivo nos rebajó un 5 % nuestras ya no demasiado fastuosas retribuciones. Pudimos seguir comiendo, claro; mucha gente perdió su empleo y lo pasó peor que los maestros en tan señalada crisis, por supuesto... Pero, amigo, si tú crees que cobras un salario por tu trabajo, algo con lo que se tasa monetariamente tu esfuerzo y resulta que lo que percibes es un obsequio, más o menos generoso, según el César de turno, pues claro, tienes que mover tu punto de enfoque, tu criterio y tu valoración de tu desempeño: ahora resulta que eres la mantenida del gobernante X.
Y ya no le das tanto gusto.
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