lunes, 24 de febrero de 2014

De Payasos Sanguinarios (Es Carnaval)

Miro a nuestros deslustrados representantes políticos, como todo hijo de vecino en este patio, con una mezcla de hastío y desconfianza, pero hay temas y momentos que me dan bastante marcha. Uno de ellos es el “escenario político vasco”, espectáculo particularmente sonrojante que ha pasado, en pocos años, del atroz drama sin sentido a la bufonada patética e irrisoria. ¿Por qué me motiva escribir cuatro reflexiones a brochazos sobre el llamado “conflicto vasco”? En primer lugar, porque a esta distancia todavía puedo expresarme con un cierto grado de libertad y en segundo lugar, porque dentro de las coordenadas espaciotemporales en que me muevo, es la infamia más poderosamente llamativa e irresoluble que decora los escaparates informativos que frecuentamos en este país tan mal cosido.

Estaba yo pues, como Gila, pensando en lo caro que se ha puesto el tocino, cuando me fue dado informarme de otro episodio del interminable “proceso de paz” que arrancó con la primera guerra Carlista… Al parecer un sexteto de mediadores internacionales, profesionales bien pagados, especialistas en la resolución de conflictos mediante la negociación y el consenso, habían sido convocados en Toulouse por las altas esferas del movimiento vasco de liberación nacional, para escenificar la entrega de las armas que, a los antiguos terroristas, hoy reconvertidos en hombres de paz y de reconciliación, ya no les sirven para nada.

Uno imaginaba que, en su sombría potestad, los briosos encapuchados se presentarían con varias decenas de pistolas, rifles, escopetas, algún arma pesada y varios quintales de explosivos, por eso, cuando vi el tenderete en el que hacían ostentación de un arsenal tan ridículo, pensé: estos no son etarras, son Pepe Gotera y Otilio. Sólo faltaban allí dos tirachinas, un cuchillo de cocina y cuatro petardos robados en una traca de pueblo. ¿Con eso pusieron en jaque a las fuerzas de seguridad del Estado durante varias décadas? Qué flamencos, ¿no?
 

Pero, para redondear el chiste, una vez que los verificadores verifican que las tres pistolas no son de agua y los mediadores observan que los paquetitos de explosivos no están mediados, van los encapuchados y tras hacerles firmar el albarán a los tontainas internacionales, sacan una caja de cartón y se vuelven a llevar los enseres exhibidos prometiendo que serán buenos chicos y no los usarán más para matar. Y uno se pregunta, ¿tan mal les van las cosas que, tras despilfarrar las sumas del impuesto revolucionario en capuchas menos grotescas de las habituales, tenían decidido llevarse las armas para la casa de empeños? ¿O tal vez para alquilarlas a una empresa de paintball?

Señores verificadores, hemos verificado que les han tomado el pelo, por más que el señor Urkullu, supremo representante de esos muchachos, en cuanto que ovejas descarriadas del pueblo al que representa supremamente, acudiera a Madrid, al mismísimo epicentro del territorio enemigo, a darles ánimos y apoyo moral.
 

Apoyo moral del que quizá anden también necesitadas las víctimas, en las que los verificadores nada verificaron, pues las víctimas, según lo poquísimo que nos enseña la historia, son las que en cualquier conflicto lo pierden todo: física material y moralmente. Incluso el obispo de San Sebastián, monseñor Setién, haciendo caso omiso de las enseñanzas de su caduco maestro, confirmó la infalibilidad de la iglesia para alinearse con los verdugos.

Terminaré (por hoy) de comentar tan hilarante sketch, con las declaraciones de otro mandarín de aquellas tierras, declaraciones que, pese a su fatigoso carácter tópico, deberían figurar en el manual “Cómo expresarse como un auténtico merluzo”, aluden como no, a la cerrazón de los de Madrid, que deben reflexionar sobre las “consecuencias de someter a la sociedad vasca a un estado de convulsión permanente”. No se sabe si es una advertencia, una profecía o una amenaza. En cualquier caso, me gustaría pedir a alguien ilustrado y ecuánime, aunque sea verificador internacional, cuál de los derechos civiles que son moneda corriente en una sociedad moderna está conculcado en el País Vasco y por quién. Una cosa diferente será si hablamos de sentimientos, de los sentimientos de un pueblo… Otro día hablaré de sentimientos, de qué se siente, por ejemplo, cuando un preboste de allí te dice que aquí hablamos “la lengua de Franco”, no será un texto apto para menores, pero de momento anticipo los sentimientos expresados por un gran poeta que, en el siglo XVII, ya utilizaba la “lengua de Franco” para anticipar a qué estábamos abocados:

 Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

   Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

  Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

   Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

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