Miro a nuestros deslustrados
representantes políticos, como todo hijo de vecino en este patio, con una
mezcla de hastío y desconfianza, pero hay temas y momentos que me dan bastante
marcha. Uno de ellos es el “escenario político vasco”, espectáculo
particularmente sonrojante que ha pasado, en pocos años, del atroz drama sin
sentido a la bufonada patética e irrisoria. ¿Por qué me motiva escribir cuatro
reflexiones a brochazos sobre el llamado “conflicto vasco”? En primer lugar,
porque a esta distancia todavía puedo expresarme con un cierto grado de
libertad y en segundo lugar, porque dentro de las coordenadas espaciotemporales
en que me muevo, es la infamia más poderosamente llamativa e irresoluble que
decora los escaparates informativos que frecuentamos en este país tan mal
cosido.
Estaba yo pues, como Gila, pensando en lo
caro que se ha puesto el tocino, cuando me fue dado informarme de otro episodio
del interminable “proceso de paz” que arrancó con la primera guerra Carlista…
Al parecer un sexteto de mediadores internacionales, profesionales bien
pagados, especialistas en la resolución de conflictos mediante la negociación y
el consenso, habían sido convocados en Toulouse por las altas esferas del
movimiento vasco de liberación nacional, para escenificar la entrega de las
armas que, a los antiguos terroristas, hoy reconvertidos en hombres de paz y de
reconciliación, ya no les sirven para nada.
Uno imaginaba que, en su sombría
potestad, los briosos encapuchados se presentarían con varias decenas de
pistolas, rifles, escopetas, algún arma pesada y varios quintales de explosivos,
por eso, cuando vi el tenderete en el que hacían ostentación de un arsenal tan
ridículo, pensé: estos no son etarras, son Pepe Gotera y Otilio. Sólo faltaban
allí dos tirachinas, un cuchillo de cocina y cuatro petardos robados en una
traca de pueblo. ¿Con eso pusieron
en jaque a las fuerzas de seguridad del Estado durante varias décadas? Qué
flamencos, ¿no?
Pero, para redondear el chiste, una vez
que los verificadores verifican que las tres pistolas no son de agua y los
mediadores observan que los paquetitos de explosivos no están mediados, van los
encapuchados y tras hacerles firmar el albarán a los tontainas internacionales,
sacan una caja de cartón y se vuelven a llevar los enseres exhibidos
prometiendo que serán buenos chicos y no los usarán más para matar. Y uno se
pregunta, ¿tan mal les van las cosas que, tras despilfarrar las sumas del
impuesto revolucionario en capuchas menos grotescas de las habituales, tenían
decidido llevarse las armas para la casa de empeños? ¿O tal vez para
alquilarlas a una empresa de paintball?
Señores verificadores, hemos verificado
que les han tomado el pelo, por más que el señor Urkullu, supremo representante
de esos muchachos, en cuanto que ovejas descarriadas del pueblo al que
representa supremamente, acudiera a Madrid, al mismísimo epicentro del territorio
enemigo, a darles ánimos y apoyo moral.
Apoyo moral del que quizá anden también
necesitadas las víctimas, en las que los verificadores nada verificaron, pues
las víctimas, según lo poquísimo que nos enseña la historia, son las que en
cualquier conflicto lo pierden todo: física material y moralmente. Incluso el
obispo de San Sebastián, monseñor Setién, haciendo caso omiso de las enseñanzas
de su caduco maestro, confirmó la infalibilidad de la iglesia para alinearse
con los verdugos.
Terminaré (por hoy) de comentar tan
hilarante sketch, con las declaraciones de otro mandarín de aquellas tierras, declaraciones
que, pese a su fatigoso carácter tópico, deberían figurar en el manual “Cómo
expresarse como un auténtico merluzo”, aluden como no, a la cerrazón de los de
Madrid, que deben reflexionar sobre las “consecuencias de someter a la sociedad
vasca a un estado de convulsión permanente”. No se sabe si es una advertencia,
una profecía o una amenaza. En cualquier caso, me gustaría pedir a alguien
ilustrado y ecuánime, aunque sea verificador internacional, cuál de los
derechos civiles que son moneda corriente en una sociedad moderna está
conculcado en el País Vasco y por quién. Una cosa diferente será si hablamos de
sentimientos, de los sentimientos de un pueblo… Otro día hablaré de sentimientos, de qué se siente, por ejemplo, cuando
un preboste de allí te dice que aquí hablamos “la lengua de Franco”, no será un
texto apto para menores, pero de momento anticipo los sentimientos expresados
por un gran poeta que, en el siglo XVII, ya utilizaba la “lengua de Franco”
para anticipar a qué estábamos abocados:
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
mi báculo más corvo y menos fuerte.
que no fuese recuerdo de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario