Las fotos que acompañan esta entrada,
fueron hechas el martes, 18 de febrero, durante un paseo matinal que me llevó a
un campo de almendros que queda como a una hora desde mi casa. Tengo una
relación interesada con esos almendros que crecen en una solana y hacen, para
mí, la labor de heraldos de la llegada de la primavera. Voy a interrogarlos
todos los años. En algunas ocasiones, comienzan a florecer a finales de enero,
en otras han atravesado un invierno más duro y hasta mediados de marzo no dan
señales de vida.
Estas pesquisas, así contadas, me
recuerdan el Día de la Marmota, tal como se nos relata en la película “Atrapado
en el Tiempo”, una de las comedias sentimentales más apreciables de los años
90. El caso es que me cercioré de que sí, ya se anuncia el fin del invierno. O,
por lo menos, los almendros eso han creído y, para testimoniarlo, me puse a
fotografiar los capullos. Pues nada, el ciclo de la vida que no deja de
repetirse. ¿Y si en ese ciclo, a nosotros, nos estuviera destinado repetirnos,
brotar como capullos una y otra vez, interminablemente? Sería la leche.
En “Historia de la Eternidad”, el gran
Borges, el inconmensurable escritor argentino, lo resume así:
“El número de todos los átomos que
componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un
número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo
infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el
universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá
tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo
cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble. Tal es el orden
habitual de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme
desenlace amenazador. Es común atribuirlo a Nietzsche.” … … …
“Escribe Nietzsche, hacia el otoño de
1883: Esta lenta araña arrastrándose a la luz de la luna, y esta misma luz de
la luna, y tú y yo cuchicheando en el portón, cuchicheando de eternas cosas,
¿no hemos coincidido ya en el pasado? ¿Y no recurriremos otra vez en el largo
camino, en ese largo tembloroso camino, no recurriremos eternamente? Así
hablaba yo, y siempre con voz menos alta, porque me daban miedo mis
pensamientos y mis traspensamientos. Escribe Eudemo parafraseador de
Aristóteles, unos tres siglos antes de la Cruz: Si hemos de creer a los
pitagóricos, las mismas cosas volverán puntualmente y estaréis conmigo otra vez
y yo repetiré esta doctrina y mi mano jugará con este bastón, y así de lo
demás. En la cosmogonía de los estoicos, Zeus se alimenta del mundo: el
universo es consumido cíclicamente por el fuego que lo engendró, y resurge de
la aniquilación para repetir una idéntica historia. De nuevo se combinan las
diversas partículas seminales, de nuevo informan piedras, árboles y hombres —y
aún virtudes y días, ya que para los griegos era imposible un nombre sustantivo
sin alguna corporeidad. De nuevo cada espada y cada héroe, de nuevo cada
minuciosa noche de insomnio.”
He de decir que a Borges no le convence
la historia del Eterno Retorno y trata de refutarla, pero para mí, la idea
sigue siendo inquietante, al menos cuando veo los almendros.
Un profesor de Filosofía del instituto de
Monzón, de grata memoria y de apellido Borderías, me preguntó durante una noche
de charla, en una terraza:
-
¿Tú qué preferirías, la eterna repetición indefinida de cada instante que has
vivido o la desaparición, la aniquilación total de tu ser al acabarse tu
existencia?
Comoquiera que, algo irreflexivamente
desde luego, me decanté por la primera opción, él dictaminó:
-
A ti lo que te pasa, cabrón, es que tú has sido feliz.
Ilustración de lo nuevo y lo viejo |
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