“Por san Blas, la cigüeña verás” dice el
antiguo refrán. Y es que en una climatología menos enloquecida que la actual,
el 3 de febrero marcaba el regreso de estas populares aves zancudas a sus
campanarios, a sus espadañas, a sus torres… A sus domicilios veraniegos, donde
llevaban a cabo la crianza de sus desvalidos cigoñinos. Ahora, al parecer ya no
emigran a sus bases invernales subsaharianas, eso que se ahorran en gasolina. Y
se las ve por san Blas, por san Severino, por san Marcelo Papa y por santa
Prisca de Roma, es decir, hasta en lo más crudo del invierno.
Claro que los santos del santoral ya no
parecen ser una referencia que ilumine el camino de mucha gente: estamos más
acostumbrados a pedir ayuda a la ciencia y a la tecnología que a los santos,
antaño tan solícitos a nuestras plegarias y que, a día de hoy, deben de
pudrirse de aburrimiento en el cielo que tan duramente se ganaron.
Recuerdo cuando era chiquillo que, en mi
pueblo, bendecían unas sobrias tortas semiesféricas el 2 de febrero, o sea, la
víspera de san Blas, y si te comías un trozo, estabas a salvo de los males de
garganta, esto es, no tenías que ir al otorrino en una buena temporada. Esta
simple y eficaz devoción, me temo que se habrá perdido, al igual que han
perdido la brújula las cigüeñas, que gracias al calentamiento global, ya no
necesitan hacer 3.000 kilómetros, en su vehículo de tracción animal, para
desplazarse a tierras más cálidas.
También ha caído en desuso la
antropocéntrica clasificación de la fauna en animales beneficiosos y
perjudiciales, pese a todo, estos bichos blancos ribeteados de negro no han
dejado de gozar de las simpatías de las gentes sencillas que, ni las cazamos,
ni las apedreamos, ni les ponemos cepos o trampas, ni les robamos los nidos.
Por aquí nos son muy útiles como decoración viviente de las torres de alta
tensión en desuso.
En tiempos, se iba a construir una línea
de conexión para el suministro eléctrico a la que se denominó Aragón-Cazaril,
pero cuando caímos en la cuenta de que, en Aragón, la demanda industrial de
electricidad era escasa, al haberse cerrado la última fábrica de botijos que,
hasta entonces, estaba en activo y, siendo que además los ecologistas se
comprometieron a lavar sus prendas de ropa a mano y a retomar el uso de las cocinillas
de carbón, pues se encontró adecuado ceder las torres recién construidas a las
cigüeñas que, tras firmar el oportuno convenio, instalaron en las mismas sus
robustos nidos para alegrar el paisaje.
Dicen que los nidos de la Ciconia ciconia
(cigüeña blanca o común), pesan alrededor de doscientos kilos (algo menos si
son de protección oficial) y que albergan a la misma pareja durante varias
temporadas… En las fotos que hice, cerca de la orilla del río Cinca, se aprecia
una numerosa colonia de estas aves que, al igual que nosotros, son muy
gregarias y también muy atareadas con la crianza y aficionadas a tomar el sol.
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