Corría el año 1883, aunque en aquel
entonces los años corrían poco, y un joven arquitecto catalán, todavía no muy conocido, de nombre Antoni
Gaudí, viajaba en el tren de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de
España. Se desplazaba de Barcelona a Zaragoza, con la intención de continuar su
viaje con destino a Comillas (Cantabria), a donde llevaba apuntes y bocetos
encaminados a consolidar un importante encargo de una persona muy principal de
allí.
Con tan mala fortuna, que la locomotora
de su convoy emitió un último relincho entrando en la estación de
Tamarite-Altorricón. “Tenemos avería para dos o tres días”, explicó un sudoroso
fogonero a los viajeros que habían bajado del primer vagón. Como allí estaban
en medio de ninguna parte y Gaudí era muy andariego, se informó de los caminos
y, aprovechando que llevaba un equipaje muy sucinto, echó a andar y no paró
hasta llegar a Monzón, donde se alojó en una fonda cercana a la estación.
Al final, no fueron dos o tres, sino
cuatro los días que tardó en reaparecer el tren. Durante esta interrupción del
servicio, Gaudí estuvo, al parecer, siguiendo su más destacada afición, dando
largos paseos por el campo, rodeando las canteras donde se yergue el castillo
de la localidad y dando palique a algunos lugareños, entre los cuales, el
abuelo de mi paisano, que era entonces un mozalbete, tuvo la deferencia y el privilegio
de acompañar al arquitecto a algunos lugares que llamaron poderosamente la
atención de éste que, sin parar, tomaba notas y hacía croquis y bocetos. El
mozalbete, ya crecido, e informado de la creciente fama de Gaudí, cuenta que el artista le
dijo: “me agradan las formas caprichosas de estas canteras, seguramente
aprovecharé alguno de estos croquis para proyectar una fachada inconcebible e
impresionante, ya verás, xiquet”.
A la izquierda, el Castillo; a la derecha, La Pedrera |
Siempre según la versión del abuelo de mi
paisano, cuando el matrimonio Milá encargó una mansión al ya enormemente célebre
arquitecto, éste echó mano de los apuntes que había tomado en Monzón, en sus
paseos junto a aquél. Además la llamó La Pedrera, que era el nombre en catalán
que daba a las canteras que había dibujado. Dado que el parecido entre la
fachada del famosísimo edificio y los relieves dibujados en aquellos días, era
asombroso, mucha gente decidió dar crédito al relato, si bien para otros el
abuelo era un “farute” y un “faltao” que no estaba muy bien de la chaveta y
aseguraban que todo era una auténtica trola.
Aquí el modelo natural |
Yo lo consigno aquí, junto con las
imágenes que pueden documentar la discordia. No sería extraño que el acentuado
naturalismo de Gaudí, le impulsara a inspirarse en estos relieves, no tan
espectaculares como los de Capadocia, que también se vinculan con la obra del
genial creador, pero vamos, sirven para un apaño.
Y aquí, la interpretación artística |
Bravooo!!! plas, plas, plas plas...
ResponderEliminarPierre Menard
pdta: te falta el tag arquitectura
pdta2: mis colegas dicen que todo puede ser y que está muy bien escrito