Hace algunas semanas estuvimos con unos
amigos paseando por Alquézar. La fortuna turística de este enclave es absoluta:
era un fin de semana normal, de finales de octubre, y estaba abarrotado. El
descenso del río Vero y la visita a la colegiata, por poner dos ejemplos, han
remolcado vigorosamente el desarrollo de este pueblo que, a mediados de los
años 70 cuando lo visité por primera vez, agonizaba como tantos otros de la
zona: abandonados los modos de vida tradicionales, su pintoresco casco urbano
de corte medieval y sus atractivos alrededores vinieron a rescatarlo del
declive. No ocurrió esto, en modo alguno, con Calasanz, otro núcleo de notable
belleza paisajística con el que siempre me da por compararlo. Bien es verdad
que este último es más pequeño y carece de ganchos adicionales para deportistas
y otros visitantes aventureros. En lo más alto de la comarca de la Litera,
languidece este pueblecito, sin que parezcan acudir al rescate sus bellezas
paisajísticas, la hermosa factura de sus caserones tradicionales y su situación
de mirador de los extensos llanos que se desperdigan a sus pies. La absoluta
quietud, solo turbada por el ladrido de algunos perros, acoge al visitante. Ni siquiera
un bar: el que quiera beber, que se vaya a la fuente.
Me llegaba en numerosas ocasiones a este
pueblo de Calasanz ya que desde el mío, en bicicleta es un paseo, exigente debido a las
cuestas, pero en absoluto largo. Los casi cuatro últimos kilómetros se hacen por un
desvío específico: enseguida van apareciendo panorámicas del compacto conjunto
de construcciones encaramadas a un monte no muy elevado pero abrupto y hermoso.
En los tiempos en que quería ser
paisajista, tomé unas fotos (que he perdido) e hice un cuadro de 100x70 cm. que
un amigo tuvo la generosa idea de comprarme, quizá porque le gustaba el enclave
como a mí, quizá por motivos de procedencia familiar. No sé qué habrá sido del
cuadro, pero el otro día me apareció en un negativo viejo y, antes de que se me
vuelva a perder, lo he escaneado y lo pongo aquí, por el mero hecho de que me
gusta mucho el pueblo y su entorno, subir cuando llego hasta la ermita de san
Bartolomé en el punto más alto y contemplar desde allí el conglomerado de casas,
las salinas abandonadas, las ondulaciones menguantes del terreno y los llanos
que parecen no tener fin…
Un día, a no mucho tardar, colgaré algunas fotos de
edificios, centradas en sus añejas puertas como de costumbre.
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