Situados en la localidad de Barbastro,
partiendo de una cruz en el llamado barrio de santa Bárbara, tomamos un camino
(el de la izquierda de los que de allí parten), que conduce al monasterio del
Pueyo, casi sin pérdida posible, atravesando primero los depósitos de agua que
abastecen la ciudad, luego la acequia de Selgua y transitando, a continuación,
por un paisaje campestre bastante ondulado, con olivos, encinas (aquí "carrascas"), viñas y algún almendro,
hasta llegar a un collado que pone Barbastro abajo a nuestra espalda y el
propio monasterio arriba frente a nosotros.
El tramo final es por un ramal asfaltado
de la N-240, empinado y breve, que nos da acceso al imponente edificio, cuya
iglesia se puede visitar, solos o bajo la amable guía de algún padre claretiano,
y donde antes había un restaurante que, bueno al principio, fue languideciendo
hasta desaparecer. Así que para reponer fuerzas hay que llevar víveres (o
llegar en coche hasta arriba, con lo cual la excursión, ay, se esfuma, y su
encanto “se enturbia y desaparece”).
El paseo, agradable en extremo, nos ha
llevado de Barbastro al Pueyo en algo menos de hora y media. Cuando dejamos de
resoplar a causa de la cuesta final, lo más llamativo es la enorme cantidad de
terreno que se domina desde aquella cima (“todo esto te daré, si postrado me
adorases”, podría decir el demonio), en una altura más prominente que elevada, se
nos permite otear toda la extensa comarca del Somontano, que aparece en una
visión circular cuando se rodea el monasterio. Por el sur se funde con una
mansa llanura inabarcable; por el norte, en ondulaciones cada vez más
pronunciadas, se acerca a cumbres muy notables del Pirineo, siendo Cotiella y
El Turbón las más visibles y cercanas.
Apetece subir un día a fotografiar un
paisaje tan dilatado, aunque tropezamos con el inconveniente característico de
estas tierras y de muchas otras: si el día es soleado, hace bueno y la
atmósfera está quieta, la calima no nos deja ver más allá de unos pocos
kilómetros. ¿Y cuándo hay buena visibilidad? Pues cuando hace un viento que se
te lleva las cejas. Ajo y agua. El día que subimos se atisbaba algún pequeño
foco de temporal sobre los Pirineos, con lo que “hacía un poco de aire”, como
dicen aquí, y la transparencia de la atmósfera era aceptable. Así que me alegré
de haber acarreado la corpulenta Pentax K5 y me puse a tomar fotografías de
extensas panorámicas. Helas aquí:
Lo que me motivó de algunas, fue su calidad pictórica. Poco más y hubiera pensado que eran acuarelas:
La localidad de Barbastro, llamada casi cariñosamente, la "ciudad del barranqué":
Los pueblos, en la lejanía, al pie de los montes, de ahí "Somontano":
Al fondo a la izquierda, el pueblo de Salas Altas, coronado por su ermita:
Por un lado, se va fundiendo el paisaje en llanuras bajas:
Y por el otro, hacia el norte, las ondulaciones del terreno se van elevando y los pueblos se encaraman a las sierras prepirenaicas:
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