O eso hubiéramos querido. Salimos este
último domingo, de buena mañana, con la previsión de “sol y buen tiempo” (como
en la canción de Kortatu), ¿quién se iba a imaginar, a la altura del 10 de
mayo, semejante paquetón de nieve? “Hasta el 40 de mayo, no te quites el sayo”
y “año de nieves, año de bienes”, implora la sabiduría popular, pero a nosotros
nos pilló desprevenidos y ¡ay! no llevábamos el equipo apropiado, ni la
motivación necesaria, para transitar por la nieve. Es lo que nos pasa a los
domingueros y nos quedamos a las puertas del Portillón, valga el pleonasmo, o
la redundancia…
La pena sí que valió, al menos para un
servidor que, poco dotado para el deporte blanco, transita esta zona en verano
cuando, sin estar exactamente seca, no exhibe esta sólida lujosidad acuática. Así
que, pese a no haber alcanzado el objetivo, se da por bien empleado el esfuerzo.
Fue un buen intento, aun teniendo que cargar con un inválido, léase “muá”.
Nos quedamos, según se aprecia, en el
rellano donde, si no hubiera nieve, hubiéramos visto los cimientos ruinosos de
lo que llamaban “Casa Cabellut”, pero lo que más atrae la atención, en la
imagen, es lo esbelto que se ve el Pico Salvaguardia, fronterizo con la
Francia.
Y al otro lado, casi enteramente blancas
y radiantes (como la novia de la canción), las Maladetas, las alturas más
elevadas de los Pirineos, con el Aneto jugando de extremo izquierda. Y no. No
voy a decir “espectacular” (odio esa palabra y 11 más).
Había esquiadores, de esos que no se
conforman con las pistas, aprovechando, según sus propias palabras, “el último
fin de semana practicable de la temporada”; otros llevaban ese vistoso
monopatín aeronival, con el que siempre los imagino cercenando piernas y
ligando con la Felicity Jones de “Chalet Girl”. (Pregunta sociológica: ¿por
qué, en el cine reciente, se ruedan tantas versiones de la Cenicienta?)
Volviendo a nuestra fallida pero
reconfortante excursión, me traje unas decenas de fotos (casi todas de
defectuosa exposición) de la nieve. Aunque las que más me gustó hacer fueron
las del punto de partida, las del Plan de Estanys. Me explico: “Estanys”
significa, tanto en catalán como en lapao mandarín, estanques o lagunas y yo,
en verano no había visto jamás por allí ni una triste charca, en todo caso, un
terreno empantanadillo, o unos prados rezumantes… Cuál no sería mi sorpresa al
toparme, sin duda motivado por las generosas nevadas, con un encantador laguito
que parecía importado de Canadá. Y más arriba, con otro. Plan de Estanys, llano
de los estanques efectivamente, ahí lo tienes: la toponimia no miente.
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