El turista es una suerte de viajero ocioso, apresurado y
ávido de ver lugares nuevos. Esta tercera motivación está empezando a
palidecer, pues merced a Google Earth, uno puede ver los más exóticos parajes
sin salir de casa. En mi caso particular, mejor que in situ, pues mi vista se
asemeja a la de un rinoceronte, que tengo entendido que también es un mamífero
de escasísima agudeza visual.
Monzón, en sentido estricto, no es un lugar turístico: en
una jornada está visto todo. El casco antiguo adolece de escaso tamaño y mala
salud urbanística. Si descontamos el castillo ubicuo y cuatro o cinco edificios
emblemáticos o singulares, el atractivo para un forastero no va a ser excesivo
ni aunque todos los aborígenes nos disfracemos de templarios, recurso
últimamente muy en boga.
Bien es verdad que ante el declive de la agricultura, la ganadería, la construcción, la industria (otrora floreciente), el comercio, los servicios y la venta de periódicos, nuestra pequeña ciudad ha tanteado, como todas las demás en trescientos kilómetros a la redonda, la baza turística, con un éxito muy modesto (pues el clima tampoco es bueno, salvo que se promocione como muy natural: frío en invierno y mucho calor en verano). Y eso que nuestro concejo fue de los pioneros en tentar la baza turística: la contratación del consabido experto de campanillas, cuyo más oneroso que valioso estudio, apuntaba al turismo como salida a la crisis industrial que asoló Monzón hace unas décadas. El turismo. Los expertos son así. Para descojonarse.
Pero bueno, no habiendo doradas playas,
ni montañas nevadas, ni cien locales de marcha o alterne, ni tantos monumentos
como exhiben Salamanca o Mérida, que nadie acaricie la falsa idea de que mi
pueblo está falto de encantos, ni que carece de un atractivo muy especial para
los que en él residimos.
Una de mis fantasías más antiguas,
consistía en sobrevolar Monzón en un ultraligero como los que, los domingos por
la mañana, poblaban estos cielos en los tiempos anteriores a la crisis. Tomando
fotos, según se llega desde el sur, hubiera obtenido imágenes muy parecidas a
éstas que hoy comparto con los fatigados lectores del blog.
Y es que, cuando aún estaba en el colegio
impartiendo, o pretendiendo transmitir, algunos conocimientos muy básicos ante
una pléyade de distraídos pupilos, cayeron, sin saber cómo, en mis aguerridas
pezuñas estas bonitas fotos, tomadas en los albores del siglo XXi por algún
aeronauta curioso o, simplemente, a sueldo de la corporación. Como estimo que,
siendo tan hermosas (pese a la calima), deben hacerse de dominio público, pues
inicio una serie y las iré acomodando aquí.
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