martes, 9 de junio de 2015

Dos Minutos De Odio 4. La Insoportable Densidad Del Tráfico

Los tres o cuatro últimos años parecía haber menos tráfico rodado, no sólo en mi pueblo, sino en otros que visité. Andaba mi experiencia reciente, de este modo, en contradicción con mis rigurosas convicciones pesimistas, es decir, el panecologismo imperante se arrogaba el triunfo de que la conciencia ciudadana estaba cambiando, las costumbres se dirigían hacia un consumo más responsable y un uso de la energía más sostenible, de tal manera que la utilización de vehículos a motor para ir a trabajar, de compras, a dar un paseo, asistir a un acontecimiento cultural o deportivo, a una cita amorosa o sexual, para acudir al gimnasio, al dentista, a la tienda de mascotas o, simplemente, para ir a cagar a la segunda residencia si el ciudadano la tuviere a mano (una hora y media sin apretar demasiado ni el acelerador, ni los esfínteres), esa costumbre tan nuestra de coger el coche para cruzar la calle se había visto sustituida por la peatonalidad, el uso de la bicicleta y hábitos sanos y respetuosos con el medio ambiente (y puede que, más adelante, con el otro medio…)


Bueno pues, usaré la muletilla de algunos de los más desenfadados de mis alumnos, “y una polla como una olla”… ¡Era la crisis! ¡La famosa crisis hacía que la peña no tuviera dinero ni para gasolina! Amén de que disminuía los transportes, los repartos comerciales y los desplazamientos al trabajo. Soy tan zote que no había caído. Y ahora que la economía repunta, siquiera tímidamente, extremo que ya sólo niegan algunos conductores de masas venidas a menos, como el señor Cayo Lara, ahora que los opulentos jeques han rebajado el precio de los barriles del oro negro equiparándolo a chatarra líquida, ahora, como decía Paco Martínez Soria, “tocan un pito y sueltan todos los automóviles a la vez”. Demonios y a eso se añade, en lugares donde han erradicado los semáforos para peatones porque, por aquello de poner el cazo, hicieron rotondas hasta en los más apartados barbechos de los Monegros, que los viandantes nos hemos quedado a expensas de la buena voluntad de los conductores, que pueden respetar los pasos de cebra… o no (al estilo Zaragoza).


No pretendo quejarme, (pues considero que quejarse evidencia una debilidad de carácter) pero los conductores ocasionan y sufren las molestias del disparate congestivo vehicular; yo, como no conduzco, sólo las sufro, insertándome en una minoría más, de esas ahora llamadas vulnerables. La atención y el respeto recibidos por tales minorías miden la calidad democrática de una sociedad… Como peatón la evalúo en cero punto cero (y no tengo la menor fe en los nuevos consistorios, que continuarán llenando las aceras de bicicletas, para que los minusválidos vayamos más entretenidos, gracias a esta simple y eficaz promoción de los deportes de riesgo, encaminada a prevenir el estrés y posibles recortes en los servicios de traumatología).


En fin, como escribió el filósofo Sartre, “el infierno son los otros”, no me explico cómo, a veces, el pensamiento de izquierdas da en el clavo de semejante modo. Si no hubiera coches, yo cruzaría cómodamente unas desoladas avenidas post apocalípticas con mobiliario urbano de estilo Steampunk, pero ¿es necesario quemar combustibles fósiles con tan sañuda prodigalidad? ¿Para llegar a dónde? Necesitamos un trabajo para poder comprar un coche para ir al trabajo para comprar otro coche que nos permita ir al trabajo cuando el primer coche esté obsoleto.

Cosa que pasa en cuanto sale del concesionario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario