Incidiendo de nuevo, como en la entrada
anterior, en la sensibilidad de los vegetales, en lo frágil e incierto de su espíritu,
tropieza mi recuerdo con uno de los poemas de amor botánico, de requiebro a un
miembro muy querido de la flora, que más me encandilaron en mi quimérica
juventud. Debo a un librito, un prontuario del Círculo de Lectores titulado
“Los 25.000 mejores versos de la Lengua Castellana”, el haberme topado con este
hermoso poema de la autora uruguaya Juana de Ibarbourou (1895-1979).
Y como tal vez venga a cuento, diré que el
otro día leía las declaraciones de una bella modelo que daba sus primeros pasos
en el mundo de la interpretación. La agraciada decía: “No me conformo con ser
sólo una cara bonita”. Coño, pensé, yo no sé si me conformaría con ser una cara
bonita, en el caso de tenerla, claro. Pero, para todos aquellos y aquellas que
no la disfrutamos, acude el consuelo incalculable de estas líneas de la poetisa
uruguaya, vaya pues, sin más:
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son
grises,yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos, que nunca
de apretados capullos se viste...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!
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