Hay que tumbar la Ley Mordaza. O por lo
menos ese era el deseo explícito de las seis activas organizaciones convocantes
de esta macromanifestación en mi pueblo, hace poco más de diez días, de la que
se hizo eco, entre otros medios comprometidos, la cadena SER (Radio Monzón),
aunque sospecho que no alcanzó la repercusión que merecía y eso me impulsa a
divulgar aquí el evento.
Calculo que cada una de las fuerzas convocantes
atrajo a la Plaza del Ayuntamiento por lo menos a una decena de personas lo
que, bien mirado, no son unos grandes números (apenas el 0’4 % de la
población), no obstante ya se sabe que en mi pueblo andamos todos muy
desmovilizados y algo faltos de conciencia. Pero que no se frote el gobierno
las manos con tal motivo: se trata de minorías muy activas en las redes
sociales, cuyos denuestos certeramente tuiteados pueden hacer caer en otoño, no
sólo al Gobierno, sino que tal vez al Estado y a la propia Comunidad Económica
Europea. Esperemos el dictamen de las urnas, donde una previsión fácil augura
un frente de amplia base popular, que hará cristalizar una amplísima coalición
donde casi todos cabemos, desde Bildu hasta Sánchez. Nadie duda del lavado de cara
que le aguarda a este puerco país: con piedra pómez.
Pero volviendo a la Ley Mordaza, cuyos
artífices no llaman así, claro, los parlamentarios del PP con cuyo sólo
concurso se ha aprobado semejante disparate, la denominan Ley de Seguridad
Ciudadana, efímero eufemismo que no vale la pena aprenderse, pues tiene los
días contados, al tener en contra a todas las fuerzas políticas del país menos
una que, es bastante obvio, no repetirá esa desdichada mayoría absoluta que,
según Cuatro y La Sexta, ha permitido en este país desmanes que no se producían
desde los tiempos de Torquemada.
Me han contado que, a partir de su
entrada en vigor, ya no puedes ir diciendo que el borbón es un parásito, no
puedes llamar merluzo, mameluco, bodoque o camueso a ningún sicario uniformado,
ni siquiera al del más humilde cuerpo policial autonómico. He sabido que, a un
pobre muchacho que lleve un cóctel Molotov en la mochila para gastarles la
habitual broma pirotécnica a sus adversarios políticos, se le puede caer el
pelo, incluso el de las axilas, ¿Qué es esto? ¿La vuelta al Tribunal de Orden
Público del franquismo? ¿Nos vamos a perder las vistosas apariciones de las
Femen por esta estúpida ley? No lo creo porque como ya he dicho tiene los días
contados: el pueblo en su infinita sabiduría reaccionará con la destitución de
los tiranos, al menos aquí siempre ha sido así.
Aunque un amigo de la órbita de los
convocantes me advierte contra el uso incorrecto de la libertad de expresión
cuando ésta reine de nuevo. Dice que chuflarse del franquismo, de los fascistas
o de los símbolos constitucionales está muy bien y seguirá resultando muy
conveniente. Pero, ay, me exhorta a que no use de mi habitual frivolidad para
con las cosas serias e importantes: no pueden, en su opinión, hacerse chistes con
los anhelos del pueblo, menoscabar la justa indignación de las masas o
chotearse de líderes carismáticos. Con lo que me previene de que, cuando ellos
lleguen a adueñarse de las riendas del mandato popular, habría yo de tomar la
decisión voluntaria de cerrar esta insulsa página, sin que por supuesto medien
presiones de ninguna clase. Mitigo sus aprensiones garantizando que así lo
haré, pues ya empiezo a estar cansado de mis polémicas controversias y lo que
quiero es colgar fotos de gatitos encantadores en una página de Facebook.
Sin embargo, no ha sido la indignación, sino
la belleza de los carteles lo que me ha impelido a esta espontánea apología: el
primero, en austeros grises, es un viaje en el tiempo, sustituyendo el martillo
por una más actual llave inglesa, sin que la clave de militancia se vea
mermada. En cuanto al segundo, es una obra de arte: el primer hombre ha bajado
de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel para verse enfrentado a dos vigorosos
esbirros ataviados con toda la impersonal parafernalia de los antidisturbios… Sería
perfecto, una acertadísima comunión de fondo y forma, de no ser por la
implícita sugerencia de que los convocados no saben que las 20 horas son las 8
de la tarde.
Por lo demás, debido al peso de la ley,
esta ley caerá por su propio peso. Salud.
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