El pasado 22 de septiembre, por la mañana
me fui a pasear a la chopera de mi pueblo con mi abultada Pentax K-5 bajo el
sobaco. Sabía que habían regado con generosidad las parcelas en días anteriores
y me dije que, si tenía suerte, capturaría un desconcertante muestrario de
reflejos en el contraluz de la mañana.
No madrugué tanto como hubiera deseado:
me hubiera gustado “pillar” el sol más bajo en la orilla este del camino, para
que el efecto de contraluz fuera aún más notorio y los destellos más luminosos,
con idea de “quemar” las zonas más brillantes y ver qué salía del experimento.
Hice bastantes fotos: los chopos
sobresalían de una especie de laguna que, merced a que el calor ya es escaso,
no sugería amenaza alguna de paludismo. Sin embargo, los colores del otoño no
habían hecho todavía su aparición.
Siempre que fotografío la chopera (y lo
hago continuamente), tengo problemas con la nivelación de las imágenes: es
debido a que la arboleda está muy expuesta al fuerte cierzo y la verticalidad
de los troncos es variada, de este modo siempre se consigue que salgan
torcidas.
Quería conseguir tomas donde no se
acabara de precisar dónde acaba lo sólido y empieza lo líquido, dónde se
transparenta el aire y dónde no lo hace el agua, dónde se confunden árbol,
reflejo, reverberación e incluso manchas parásitas del sol desparramado en la
luz avasalladora de la mañana. En fin, una gran confusión atmosférica y
ambiental.
Esta vez, haciendo gala de lo torpe que
es uno, las fotos no han sufrido NINGÚN tipo de edición o retoque, sólo les he
cambiado el tamaño para poderlas “colgar” sin que el asunto tarde más que el
atestado del juicio final.
Y finalizo con un cuadro al óleo que
pinté hace cuarenta años, no sé si los chopos parecen chopos y los reflejos
parecen qué se yo, pero la búsqueda era la misma y la torpeza, parecida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario