miércoles, 16 de septiembre de 2015

Memoria De Lincoln Maiztegui

Conocí a Lincoln Maiztegui en Barcelona, hacia 1979 o 1980. Por aquél remoto entonces, yo jugaba al ajedrez en el club Foment Martinenc y él acudía como jugador-parroquiano-invitado a nuestro club, que era a la sazón uno de los más animados de la Barcelona entera. Me llamó mucho la atención un hombre bohemio, un contertulio muy brillante, fumador, bebedor, hablador y noctámbulo... Lo ideal en aquella época. 

Fui enterándome superficialmente de algunas de sus circunstancias vitales: era uruguayo y había recalado en Barcelona, para evitar ser represaliado por la autodenominada dictadura cívico-militar que había asumido el mando en aquel, por entonces, revuelto país, del que yo, como todos los gallegos, no sabía nada en absoluto. Ni lo supe por él: no nos hablaba ni de los tupamaros, ni de las caceroladas, ni del Partido Blanco, ni del Partido Colorado, extremos estos que me parecieron sorprendentes cuando me enteré de que era periodista y profesor de Historia (y, más adelante, de que ha escrito una extensa historia de su país, titulada “Orientales”). Hablábamos de música, de cine, de libros y, sobre todo, de ajedrez. He conocido a pocas personas que sepan tanto de estas cosas, en particular, de la última... Vaya cómo le gustaba disertar y tener su público, merecido, pues era un interlocutor de una amenidad extraordinaria aunque, sí, le gustaba escucharse.

 
Su vida en Barcelona parecía un tanto a salto de mata, como la de numerosos exiliados latinos que, en aquella época, poblaban una ciudad que no les debía ser particularmente acogedora o cómoda. Me refiero a que su situación, sea por la decidida bohemia vital, sea por el encubierto desdén que padecen estos intelectuales extrapolados, era, no sé en qué términos precisos, de una cierta penuria, que el señor Maiztegui encaraba con la decidida vitalidad de un hombre grandullón y jovial.

Ha jugado en numerosas ocasiones el torneo de Benasque: ganó el primero de todos y ha jugado el más reciente, el trigésimo quinto, que será el último para él. El alfa y el omega.

Lo que más me llamaba la atención en este terreno del tablero es que no era un fuerte jugador de ajedrez: hubo una época en que teníamos el mismo ranking, sin embargo él podía haber reescrito la Enciclopedia del Ajedrez de memoria y yo podía poner todo lo que sabía en un papel de fumar y aún me sobraba sitio… Sólo mucho más tarde he comprendido la diferencia enorme que hay entre el saber ajedrecístico y el ajedrez como competición deportiva. En este último terreno influyen muchísimos otros factores: el carácter, el temperamento, la motivación, la autoestima, los reflejos, la confianza en uno mismo y la forma física, por nombrar solo unos pocos. Casi ninguno de ellos le acompañaba a nuestro amigo Maiztegui: impulsivo y extrovertido, apasionado e impaciente, muy a menudo era víctima de algún factor que espantaba la caza.

 
En una ocasión, fue expulsado del torneo de Benasque, por lanzarle un reloj a la cabeza a un adversario que le había llamado “sudaca”. El episodio es rocambolesco y, si alguien lo desea, se lo contaré con detalle, no aquí, para no alargar en exceso y distorsionar el sentido de la entrada.

Durante mucho tiempo, tuvo a su cargo la colaboración plasmada en la sección de ajedrez de El País, periódico que siempre estoy vituperando y, por una vez, voy a elogiar: desde hace mucho tiempo no conozco, en la prensa diaria, una sección de ajedrez tan buena como la que lució (en tiempos de Maiztegui) y luce ahora (con Leontxo García) el periódico citado. De la época de Maiztegui, recuerdo con especial placer, cuando ponía un final de partida de corte artístico. Y como homenaje, pondré aquí una posición de una de sus propias partidas, allá en Uruguay en 1965, para que discurras. Juegan negras y dan la campanada. Decir que se gana es difícil: ni con el ordenador llego a una conclusión clara, así que lo dejo en “Juegan negras y dan una espectacular muestra de ingenio”.

 
El lunes leí la noticia de su fallecimiento, DEP. Ahora que (tarde) me entero de lo polifacético que era, de su talento tan admirado como controvertido en su país, quiero dedicarle una de las pocas muestras de respeto que verás escritas en este blog.
 

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