Un amigo, del mundillo ajedrecístico, me
sugiere que cuente semblanzas y anécdotas de Benasque, un torneo de ajedrez que
ha marcado el comienzo de mis vacaciones veraniegas durante más de treinta
años. Como, a la edad que tengo, es muy difícil que nadie me pida que me
esfuerce en recordar tal o cual suceso, o que cuente una anécdota que ya han
oído setecientas veces, más bien la gente sale corriendo con cualquier excusa
ante semejante posibilidad, decido hacer caso de la sugerencia del amigo, pese
a la soterrada convicción de que se arrepentirá de haberla formulado.
Y como me desayuno con la noticia de la
“guerra de banderas” en el ayuntamiento de Barcelona, deporte éste de gran
predicamento entre las tribus celtíberas, viene a mi memoria un incidente
ocurrido a mediados de los años 80 en el torneo ajedrecístico de mis amores.
Era yo a la sazón un jugador flojo, casi tanto como ahora, que carecía del
entonces ansiadísimo ELO Fide, para el profano una especie de rating
internacional que cuantifica la fuerza ajedrecística de su poseedor. Hoy lo
tenemos hasta los jugadores menos aventajados, pero en aquella época era un
sueño figurar en un ranking internacional, a mí me parecía la rehostia. Además
a los jugadores con ELO internacional les ponían una banderita muy cuca al lado
del tablero, con su pie y todo. Hoy sé que hay demasiadas banderas en el mundo
y que todas valen lo mismo, pero entonces me hubiera hecho más ilusión que una
gorra a cuadros.
En aquellos tiempos remotos, el torneo
comenzaba con largos preámbulos y discursos de los organizadores, de las
autoridades y hasta del repartidor comarcal de Coca-cola, aquello se
eternizaba. Hoy, con un elevado grado de profesionalización de los jugadores,
los preliminares son más parcos y nadie se enrolla más de tres minutos, pero
aquél día la cosa se alargaba y empezamos a oler a quemado.
El maestro internacional Félix Izeta,
llevado de su entusiasmo patriótico, había prendido fuego al rayón o poliéster
barato de la enseña española que adornaba su lado de tablero. Se armó un
tumulto muy leve, había cosas más serias en qué pensar y, en aquella época, la
icineración de la bandera constitucional era un elemento cotidiano de la, casi
recién estrenada, libertad de expresión.
Al día siguiente, el maestro Izeta
enfrentaba a Lucas Cisneros, un fuerte jugador zaragozano. El maestro vasco
apareció provisto de un soporte con una enhiesta hoja de cuaderno escolar,
donde había pintado, con más pasión que maña, una ikurriña con lápices de
colores…
Su rival, Cisneros… No adivinaríais
fácilmente la réplica que le dio. Extrajo, como si fuera la cosa más natural
del mundo, otra bandera en su soporte, para ponerla de su lado del tablero: una
primorosa enseña pirata, negra, con la calavera y las dos tibias. Fue un
puntazo.
He citado, pese a las molestias que esta
indiscreción pudiera reportar, los nombres de los protagonistas de esta bizarra
historia. Lo he hecho, por si llegara a conocimiento de algún presente con una
memoria más precisa, y fuera capaz y quisiera enmendarme o desmentirme algún
detalle. La partida transcurrió sin otros incidentes dignos de mención, cada
jugador amparado en el pendón de su fervor particular, dos grandes
ajedrecistas, más fuerte el vasco, más ocurrente quizá el zaragozano.
Y, después de esta fábula sin moraleja,
termino con dos brochazos estrictamente ajedrecísticos: uno es el movimiento
del recordado Maiztegui, que en su partida jugó exd5!!? Soberana apuesta. Es de
todo punto obvio que si el blanco juega Cxc7, pierde rápidamente; pero si tiene
defensa, ésta no es fácil de encontrar, al menos para mí. El diagrama estaba en la anterior entrada de ajedrez. Y ahora, observa este otro:
Juegan blancas y ganan |
Donde tampoco encontré la jugada precisa
en esta posición. Y mira que parece fácil: aprovechando que el rey negro está
alejado, el blanco se engulle el peón, corona el suyo y gana… Pero como es
frecuente sólo hay UNA jugada que lleva a la victoria. Mira a ver si la
encuentras tú.
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