Podríamos decir de este libro que es la
segunda parte, o la continuación, de Gog. Sin embargo, es diferente en
bastantes aspectos y, en mi opinión, es una lectura de mayor interés. No
cambia, eso no, la estructura del libro: capítulos breves de una diversidad
desconcertante, extraídos de un supuesto diario que, de modo desordenado, lleva
el personaje, narrando sus experiencias, pensamientos, encuentros, viajes, distracciones
y preocupaciones, un diario donde desfila de nuevo una muchedumbre de genios, heterodoxos,
excéntricos, famosos, lunáticos… Una fauna variada, a veces real, a veces
ficticia, que salpica al lector con todas las inquietudes y fruslerías, con
todas las angustias y vilezas de la época.
Papini publicó Gog en 1931 y El Libro
Negro veinte años más tarde, años éstos de los que, los primeros, hasta el
final de la Segunda Guerra Mundial, constituyen, para el autor y para varias
decenas de millones de víctimas, una de las etapas más desesperanzadoras y
negras de la historia de la humanidad: los totalitarismos, la guerra, los
campos de exterminio, la bomba atómica… Acontecimientos espantosos y, para un
humanista cristiano como es Papini, indescifrables. Y es que, desde luego, no
parece fácil comprender un plan divino de Redención en semejante desastre: no siendo
cristiano, no me tengo que esforzar lo más mínimo, el caos y el horror del
mundo es tal cual es, pero el apasionado autor italiano se debate entre la íntima
fe y el atroz despropósito circundante. Este hálito de ortodoxia religiosa
sopla en los recodos de casi toda la obra: no es que Gog, como personaje, se
haya convertido en un Padre de la Iglesia o algo así, pero tiene en cuenta el
peso de creencias que, en la primera parte le eran, por decirlo suave, ajenas.
¿Y en qué se refugia el ahora hipersensible
Gog de la tempestad de fuego y lodo que está cayendo…? Hombre, para empezar, es
rico y aunque “los ricos también lloran” el dinero es una defensa eficaz contra
los más tremendos asaltos de la calamidad colectiva. Pero el refinado señor Gog
encuentra un valioso refugio en las artes y en las letras: este es un libro
donde la presencia de lo “literario” es abrumadora, así que si no te estudiabas
bien los autores en la asignatura correspondiente, vas a ir un poco perdido.
Como en la anterior entrega, la
curiosidad de Mr. Gog le lleva a entrevistarse con los hombres más relevantes
de su época: abre el libro con un ficticio encuentro con Ernest O. Lawrence, un
físico considerado el “padre” de la bomba atómica. “¿Qué experimenta usted,
mister Lawrence, ante el pensamiento de los estragos debidos a su
descubrimiento, y de los otros, quizá más vastos, que sobrevendrán en el
futuro?” Siguen reuniones apócrifas con Molotov (“vuestros gobiernos,
impulsados por la necesidad de las cosas, están preparando en sus propios
países un embrollo de «controles», vínculos, planes económicos, intromisiones
burocráticas y estatales, que concluirán por crear en todas partes regímenes
del tipo colectivista y conformista, los que a su vez no diferirán mucho del
tan temido comunismo”), con García Lorca, que habla de toros (“la corrida es la
representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el
instinto bestial”), con Dalí (“estoy dando vuelta al mundo que todos conocen a
fin de mostrar la otra parte”), con Picasso (“poco a poco, a medida que las
nuevas generaciones se enamoren de la mecánica y de los deportes, se vuelvan
más sinceras, mas cínicas y más brutales, dejarán el arte en los museos y
bibliotecas, como restos inútiles e incomprensibles del pasado”), con Marconi,
Huxley o Hitler (“mi infelicidad es tan grande que un día u otro provocaré una
guerra, más terrible que la anterior, a fin de salir de la caverna de mi
secreta miseria”), entre otras celebrities del pasado. Como ves, se trata de
una especie de Disneylandia del mundo cultural y político de ochenta años atrás.
Si te van las atracciones del pensamiento, la creación artística y tal, la
diversión está asegurada.
Pero lo novedoso en El Libro Negro es que
el protagonista se embarca en el coleccionismo: adquiere manuscritos inéditos
de los más grandes escritores del pasado. Y Papini tiene el acierto, la osadía
o el morro de imitar, suplantar o parafrasear a Cervantes, Goethe, Tolstoi,
Walt Whitman, Unamuno, Victor Hugo, Stendhal, Kafka y, en fin, casi toda la
pandilla de las letras de molde (claro que, para eso, cuenta con una prosa
magnífica, potente y limpia). El intento planteado es el colmo de la
mistificación y… hombre, no se le da del todo mal, hubiera sido un buen
falsificador de papel moneda.
Pese a que la riqueza y variedad de
propuestas es embriagadora, algunas tan condensadas como flashes, hay capítulos
que podrían haber pertenecido a su anterior “Gog”, por su extravagancia (La
fábrica de novelas, El pianista célebre, El congreso de los Panclastas, son
soberbios), por su horror (El mercado de niños), por su misoginia (Las Venus
feas, El masculinismo), pero aquí aparece un palo nuevo de apuntes muy
reaccionarios que, sin embargo, tienen un carácter entre ingenuo y delicioso
(El atontamiento progresivo, La conversión del Papa, el Neocosmos…) Alto ahí:
si tu tiempo o paciencia son escasos y solamente puedes darle una oportunidad a
esta obra, tan magnífica como obsoleta, no te pierdas el capítulo de Los
vendedores de imposibles. Yo anduve soñando como un iluso, durante años, con lo
que se propone en este breve y chocante relato.
Italiano como el amaretto. Te adjunto un
enlace para que te bajes el libro y sus erratas, porque creo que A) merece la
pena y B) No se encuentra así como así.
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