Según cuentan de antiguos (y sabios)
monarcas, estos solían procurarse un ingenioso bufón, no tanto para combatir el
aburrimiento en una época anterior a Antena 3, como para que, amparado en las
burlas y las bromas, el bufón se atreviera a decirle al rey lo que corría de
boca en boca de sus maliciosos súbditos y que nadie osaba expresar en presencia
del soberano.
Los actuales regímenes políticos, en
cambio, se consagran a la ignorancia y ninguneo, cuando no a la represión de
las gracias del bufón, particularmente de aquellas que consideran
“políticamente incorrectas” o “contrarias a los sentimientos” de las mayorías
que dicen representar y encarnar. Malos tiempos para la comedia ya que, una de
dos, o los cómicos han de dedicarse a lo chocarrero apelando al humor chabacano
de toda la vida, o tienen que halagar al comisariado que los subvenciona y
amamanta, pasando a ejercer de aduladores, propagandistas y “concienciadores”
en unas representaciones donde, como dice nuestro autor, “la secta se ríe de
los que no están en el teatro. Una operación que no necesita coraje alguno.”
El decano de los bufones del reino, el
ilustre Albert Boadella, ha publicado éste “Diarios de un francotirador: mis
desayunos con ella”, perpetrando en él un libro divertidísimo, con unas
saludables dosis de mala leche. Un libro que disgustará a muchos, que
demostrarán lo selectivo de su “memoria histórica” preguntando “¿quién es este
Boadella?”, otros en cambio lamentarán que la libertad de expresión mal
entendida permita “que se publiquen cosas así”, demostrando (si hiciera falta)
lo muy cerca que están de los que lo enchironaron a raíz de las
representaciones de “La Torna” (1977) y es que las personas y los bandos
cambian, pero el argumento de Antígona es el mismo hace 2500 años.
La obra adopta la forma de un diario, que
abarca entre julio de 2009 y abril de 2012. No hay 800 y pico anotaciones,
porque se omiten muchas fechas: los compromisos del autor y director teatral
parecen imponerle una escritura a salto de mata. La estructura de los
“capítulos” es casi siempre la misma: el autor y protagonista desayuna con su
esposa Dolors y hablan de la actualidad, donde ella impone un cierto sentido
común y comedimiento. A continuación, Boadella se despacha a gusto sobre todo
lo divino y lo humano, con una escritura incisiva, ácida y, en ocasiones,
gamberra, con perlas como: “…como decía el admirado y malogrado cronista Juan
Manuel Gozalo, refiriéndose a los corredores de Fórmula 1, ¡que se maten, que
para eso cobran!” o cuando, a propósito de determinado tema, anuncia “Hablaré
de ello cuando me dé la gana.”
¿Y cuáles son los temas que el ilustre
cómico desgrana?... Pues muy variados, aunque, de forma recurrente, se imponen
cuatro, a saber:
1. Tauromaquia vs. animalismo. Aquí se
explaya con denuedo, de modo que al niño: “Nada de proporcionarle las
aberrantes cursiladas de animalitos que hablan y tienen los mismos sentimientos
que las personas. El pequeño debería distinguir enseguida la diferencia entre
un sapo y papá. De otra forma, se convertirá en un gilipollas más de los que
acuden los domingos a protestar delante de las plazas de toros.” y más adelante
habla de “la masa de pirados que andan siempre persiguiendo asuntos para
practicar su intolerancia.”
2. Su larga ejecutoria como hombre de
teatro, director de Els Joglars y “subordinado” de Esperanza Aguirre en los
Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid. Todo lo cual lo resume en éste “intento
cuestionar la moda y la moral del momento a golpe de corazonada, lo cual
considero mi obligación profesional.”
3. El Arte Contemporáneo como estafa para
bobos que desean hacerse pasar por bobos ilustrados. Aquí las sarcásticas
diatribas contra ARCO, Tàpies, Miró y los artistas plásticos de las variopintas
vanguardias u otras variantes de la nada, le llevan invariablemente al cuento
“El traje nuevo del emperador” (donde hay que ser un niño, para advertir que va
desnudo).
Y 4. Sí, llegamos al tema de la abducción
catalana y, como era de esperar, aquí se despacha a gusto con las multitudes de
la nueva Plaza de Oriente y sus melifluos y sibilinos caudillos:
“Sentirse o no español, más allá del DNI,
forma parte de la voluntad personal y de la época que a uno le toca vivir.
Pertenecer a esta nación durante la dictadura no me complacía especialmente,
hubiera preferido ser congoleño. Después de la Constitución del 78 se ha
convertido en una condición mucho más agradable, sobre todo cuando, por
afirmarlo, te ganas el odio de la España más reaccionaria. Me refiero a la
España negra de los nacionalismos periféricos, que representan todavía los
últimos vestigios sentimentales del franquismo.”
“… las formas de nacionalismo regional
que estamos viviendo son lo más parecido al nacionalismo español que nos tocó
soportar durante la dictadura.”
“Profusión de banderas y escudos en todas
partes, exaltación de la simbología patriótica en imágenes y sonido,
enaltecimiento de rasgos diferenciales, imposición de una lengua, amparo al
régimen por parte de los estamentos religiosos, división entre afines a la
causa y traidores a las esencias, manipulación de la historia, corrupción con
encubrimiento étnico y profusión de medios de comunicación adictos al
movimiento.”
Y
todo para “…ejecutar la política de limpieza étnica en su versión de chicha y
nabo.”
“…la cretinización y el resentimiento han
usurpado la voz de una comunidad, cuya subordinación general a las consignas
del régimen sorprende a propios y extraños…”
“Son inasequibles al desaliento, al
documento... ¡y al argumento!”
Y no te pierdas la divertidísima parte
donde se sincroniza una actuación del Orfeó Català en el Palau con la detención
y confesión de Millet… Tan hilarante como antológico.
La brutal carga burlesca de este libro, más
que recomendable si te interesan las artes plásticas, los toros, el teatro, la
política, la sociedad actual, la educación y otras hierbas, se atempera con la
vida doméstica (en los desayunos…) y aquí es donde la obra pierde un poco de
gancho para mi gusto: por un lado, como decía Tolstoi, la gente feliz carece de
historia y, por otro, los refinamientos de un burgués bon vivant, en tiempos de
crisis, pueden ser un acicate para la envidia que compartimos con el grueso de
mis paisanos.
Es una pena que la señora Forcadell ande
tan ocupada y no pueda disfrutar de semejante regalo para cualquier lector. En
fin, ella se lo pierde.
Me pongo a ello... ;)
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