martes, 10 de noviembre de 2015

Sobre El Cielo, El Firmamento... Y Más Allá, El Paraíso

Se conoce como dolor metafísico aquél que experimenta el ser humano al tomar conciencia de su limitada condición, asediada por las carencias (aunque tengas un chalet con cuatrocientos cuartos de baño) y propensa al tedio, al hastío y a la insatisfacción (que no remedia ni la farlopa de mejor calidad).

 
Este desdichado anhelo, acomete al refugiado sirio, que escapa de los esbirros de Alá para venirse acá, o mejor, a Alemania, y es experimentado por el millonario californiano que se baña en una piscina privada olímpica cuando, al salir del agua, descorcha una botella de Dom Pérignon Vintage, puesta a refrescar en un cubo de hielo.

 
Es un dolor sin remedio: puedes vanamente combatirlo, con la serena meditación o el más festivo de los aturdimientos, lo que te dé mejor resultado. Se logra ahuyentar mínimamente unos instantes, en los que permanece en los márgenes de la consciencia, como un ruido de fondo, y luego regresa triunfante a exigir su tributo: la angustia.

 
Particularmente, soy más dado a la contemplación. Y estos cielos de otoño me ofrecen un magnífico motivo, de ahí que los comparta.

 
Mirando el cielo cambiante de algún revuelto atardecer, consigo olvidar que, tras el espectáculo de luz y color que brindan las nubes jugando al escondite con el sol, más allá, está el inabarcable firmamento, el espacio ilimitado donde nada somos y nada significamos.

 
Y más allá, más lejos de nuestro alcance, el paraíso que, seamos serios, nadie debería habernos prometido. Dado que no soy creyente, el paraíso me hace mucha gracia y evapora parte de mi angustia en una leve hilaridad: noche tras noche, mil años con cada una de aquellas huríes que me hayan sido destinadas, sin que ellas pierdan nunca su virginidad, vaya un encargo a mis años…

 
O una eternidad viendo a dios, cara a cara, si cuando aún iba a misa se me hacía una hora increíblemente larga… En fin, confiemos en que, más allá del firmamento, la divina presencia que contempla el fallido ensayo humano, decida que no vale la pena preservar semejante especie y destine el paraíso a… sus fieles cigüeñas, por ejemplo. Y a nosotros que nos deje sumidos en el embrutecimiento del bienestar terrenal, para lo que bastaría con mejorar los programas de televisión y hacer más eficaces los analgésicos usuales.

Estos dos párrafos anteriores, los considero una oración personal, un padrenuestro en plan lerdo.

 

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