He conseguido toparme, una vez más, con
otro testimonio de mi discreto pero apasionado paso por el mundo de la pintura
paisajística. Tratando de dar a conocer mi, no por poco afortunada menos
entusiasta labor pictórica, perpetré una exposición en Jaca y cuatro o cinco en
Monzón, todas a medias con otro esforzado artista (Carlos Cardona, Enrique
Pérez Tudela…), que se arriesgaba a comparecer en mi compañía en el lugar de los
hechos. De las de Monzón, guardo muy buen recuerdo, particularmente de la
última, en la sala Goya (hoy desaparecida y entonces situada en la Avenida de
Lérida). En tal ocasión, conseguí colocar casi todos los cuadros, con el
agravante de que, como ya no sabía cómo ni hacia dónde continuar, dejé
prácticamente de pintar al óleo. Cezanne se quedó sin uno de sus más oscuros
continuadores. Fin.
En una entrada venidera hablaré de esta
última exposición, pero lo que ahora me ocupa es un par de cuadros que de ella
quedaron en mi poder (y aún los tengo): uno me gustaba tanto que lo conservé
para mí. El otro era tan desafortunado que no lo conseguí vender ni a los
módicos precios que entonces manejaba. Ambos son lienzos de 100 x 70 cm y están
basados en fotografías (bastante defectuosas) que, con una cámara de chicha y
nabo (una Olympus Pen-EE 3), yo había tomado en mis paseos, con la finalidad de
llevarlas al gran formato del cuadro, donde intentaría (sin mucho tino)
transcribir lo que esos paisajes decantaban a modo de vibración en el fondo de
mi psique ortopédica (o algo similar, no me acuerdo).
Uno es un paisaje de ruina urbana en
Zaragoza: me pregunto por qué me atraen tanto los edificios cuya funcionalidad
(y algo más) se ha menoscabado a punto de venirse a pique. Debe ser que soy un
okupa espiritual.
El otro, del que he encontrado la foto,
es una vista general de Monzón, desde un lugar ante el que se extiende una
plantación de arbolitos. Le di una imprimación oscura al lienzo, ocupado en sus
dos terceras partes por un cielo fantasioso y poco creíble. La factura del
“skyline” de Monzón es también premiosa y poco afortunada. El cuadro se quedó
sin vender y el padre de la desgraciada criatura, a estas alturas, le ha cogido
mucho cariño, así que no pujéis por él… El caso es que ya no sería capaz de
pintar un cuadro así. Ni de ninguna otra manera. Ni con lazarillo.
Y eso que ahora, para firmar y
autentificar las obras, tendría un precioso sello que, con la técnica del
“carving”, me ha hecho una persona por la que siento admiración y afecto: le
pedí que pusiera en mi “escudo de armas” una bellota, como las de las carrascas
de este lugar, que forman parte también de mi catálogo de seres vivos
favoritos. En fin, aquí está.
La boina de la bellota ¿es a rosca?
ResponderEliminarluis
No, amigo, va con "Loctite", como la que yo me pongo para salvaguardar mi tonsura del relente.
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