Dicen las crónicas de los albores del
mundo moderno, que el 22 de noviembre de 1963, hoy hace pues 50 años, se puso a
la venta en las tiendas de discos del Reino Unido el álbum titulado “With The
Beatles”, el segundo elepé de esos cuatro chicos de la foto. Qué siniestra con
ese fondo negro, ¿no? Y qué tíos tan serios, ¿por qué no sonríen? El de la
derecha es el batería, es el más bajito de los cuatro, le llaman Ringo porque lleva
los dedos llenos de anillos y “ring”, en inglés, es anillo. Pero si tú no sabes una palabra de inglés, es
verdad, no puedes entender lo que cantan, si es que cantan algo, porque para mí
que solo dan berridos, alaridos infrahumanos. Además fijaos qué pintas de
mariquitas, con esos pelos, sólo son cuatro gamberros melenudos que chillan
cuando se electrocutan con las guitarras. El de más a la izquierda es John, que
es el líder, el segundo es George, el guitarra solista, que es el más crío y el
más calladito y el tercero de arriba es Paul, el guapo, el ídolo de las nenas…
Pero, ¿cómo va a tener éxito con las chicas ése, con las trazas que tiene?
Toda esta remembranza de garrulerías
podría ser verdadera, pero no lo es: se trata de un recuerdo espurio, “With The
Beatles” fue publicado en la patria del gañán el 23 de Mayo de 1964 (más tarde
que en Perú, Chile o la India) y, en nuestro solar, su popularidad seguía
siendo más bien un tanto escasa. Yo no tuve, sino un conocimiento difuso y
marginal de los Beatles, hasta 1965, y fue a través de una revista del Frente
de Juventudes de la Falange: “La Ballena Alegre”, de feliz memoria (esta vez,
sin sorna). A pesar de que los grupos de melenudos (éste era su nombre
genérico) causaban un profundo disgusto a su Excrecencia, molesto con la
degeneración de la raza y la decadencia de Occidente, la revista no dudaba en
airear las excelencias musicales de Beatles, Rolling Stones y Animals, entre
otros: entonces vino la Beatlemanía, toda de golpe, incluso aquí, en el extrarradio
de la periferia del último rincón del mundo civilizado, que con ella se iba a
descivilizar de golpe.
Un álbum o elepé era costoso y yo no tuve
éste hasta que comencé a ganar dinero. Para entonces, los Beatles ya se habían
deshecho como grupo y comenzaban a imperar otras modas musicales. Sin embargo
el disco seguía siendo “molón”, aunque ya algo “camp”. En el sustrato más
interno de mi memoria, seguían resonando todas sus canciones y, aun hoy, lo
conservo, un vinilo en bastante mal estado, que ya nunca pongo, escuchando con
relativa frecuencia su contenido en soportes más modernos.
¿Y cómo es él? Que diría José Luis
Perales. Pues bonito y variado. Rompedor de la muerte, para su época y
primitivo tesoro arqueológico, para la nuestra. Es más variado (o disperso, si
quieres) que otros. Hay que tener en cuenta que, de catorce temas, contiene
seis versiones. Esto nos extraña ahora, donde cualquier autor musical con
ambiciones firma la práctica totalidad de los temas de su disco, pero por
entonces los comienzos eran más modestos, más cautelosos.
Julio de 1965, Llegada de los Beatles al aeropuerto de El Prat. |
Hay tres versiones de temas de la Motown
que, la incorrección política imperante por aquel tiempo, nos impelía a denominar “negradas”.
En las tres canta Lennon y siguen sonando poderosísimas: “Please, Mister
Postman”, “You Really Got A Hold On Me” (arrolladora) y la gamberrada final,
“Money (That’s What I Want)”, un tema que todo el mundo interpretaba en aquella
época para que el público, llegado al paroxismo, se pusiera a romper las
sillas.
El bueno de Harrison hace dos “covers” (y
con un tema propio, llega a las tres canciones, su record en un disco de los
Beatles durante mucho tiempo). Lo más notable es que despacha con muchísima
solvencia un rock & roll clásico: “Roll Over Beethoven”. Queda para el
guapo de Paul una almibarada canción de un rancio musical de los años 50, la deliciosa “Till
There Was You”(y las mamás anglosajonas se corren).
Los ocho temas de producción propia son, cinco
muy buenos, y tres, aún mejores: “All I’ve Got To Do”, “All My Loving” y “Not A
Second Time”, aunque en lo tocante a letras aún no han alcanzado el cénit de su
capacidad lírica y reiteran la infalible fórmula “yo (el conjunto) te amo mucho
a ti (el público), en consecuencia tú (el público) debes amarme mucho a mí (el
conjunto)”, su ulterior evolución traería cosas mucho más sofisticadas. Pero,
en este momento, sus armonías vocales, que hacen verdecer de envidia a los
arcángeles, la energía con la que la instrumentación, sencilla y rotunda,
empuja los temas y la inconcebible creatividad melódica, desplazan al oyente al
paraíso. En tres minutos o menos.
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