Aturdido todavía, al cabo de un rato que
no sé si fue medio minuto o medio siglo, abrí un ojo y un oído, intentando
sacudir la cabeza, para recomponer los sesos en su sitio, a tiempo de escuchar
lo que decía el señor Quintana:
-
No, si ya se sabe, los chicos son de goma.
Acuclillado sobre mí estaba don Gregorio,
con un sofoco que lo había puesto todo sudoroso y colorado.
-
¿Estás bien? ¿Estás bien, chaval? Qué susto. Te has quedado un rato
conmocionado.
Minutos después, don Gregorio me llevaba
en su coche a la calle Puerta Nueva, a mi casa. Yo iba tendido en los asientos
traseros, pero la verdad es que no tenía más daño que las rodillas
despellejadas, con unos regueros de sangre todavía brillante y un chichón en la
frente que iba tomando el aspecto y el tamaño de un huevo de codorniz. Don
Gregorio me ayudó a subir hasta el rellano, quería subirme en brazos, pero me
negué en redondo, yo iba haciéndome el dengue, pero más que por el daño que
tenía, por la imprevisible y, con toda probabilidad, explosiva reacción se mi
madre. Que acudió a la segunda tanda de golpes del llamador y, sin esperar
explicación alguna destapó la caja de los truenos:
-
¿De dónde sales tú con esa pinta? Pedazo de desgraciao, que pareces un Ecce
Homo, ¿has estao rodando por un vertedero, o qué? Que una no gana pa estar tol
día zurciéndote la ropa y limpiándola, pa que encima vayas hecho un espantajo
¡Y todo arañao y lleno de magulladuras! Pasa padentro que para magulladuras las
que te voy a sacar ahora mismo con la zapatilla…
-
Señora, cálmese. - Dijo don Gregorio – Ha sido un accidente, el chico no tiene
culpa de nada. Se ha producido un desafortunado incidente, apenas nada para lo
que podía haber sido: él iba corriendo por la calle Mayor y lo he atropellado
con mi coche.
-
Y a usté quién le ha dao vela en este entierro, pa andar siempre disculpando a
este zascandil. Yo le agradezco las molestias que se toma, con lo de pillarlo
con el coche y eso, pero ahora cada mochuelo a su olivo, cada uno a su casa y
Dios en la de todos, ándese tranquilo que aquí ya lo atenderemos.
Quiso la mala fortuna que mi padre
estuviera en casa, en una de sus crisis crediticias en los bares. Se había
plantado subrepticiamente en la puerta con su típico atavío de camiseta imperio
llena de lamparones y pantalón de pana descolorida, atado con un cordel y con
la bragueta desabotonada.
-
Qué dice usted, ¿Qué ha agredido al chico con su vehículo? Un menor y me lo ha
atacado cobardemente, atropellándolo en plena vía pública. Se le va a caer el
pelo: sepa usted, miserable, que el Teniente General Muñoz Grandes, a quien mi
padre salvó la vida en la División Azul y que, por este motivo, es mi padrino,
tendrá esta misma noche conocimiento de su incalificable violencia y pondrá
coto a sus abusos, va usted a ser deportado a Sidi Ifni, no sin antes tener que
desembolsar una indemnización astronómica. Esto le va a traer la ruina.
La cara de don Gregorio había adquirido
un vistoso tono entre púrpura y violeta. Nunca lo había visto tan alterado.
Cuando habló, el tono y el timbre de su voz habían adquirido una majestuosidad
bíblica. Mis padres quedaron reducidos a su previsible papel de alfeñiques por
efecto de su verbo resonante. Entonces comprendí por qué lo habían hecho
director de banco: para llegar tan alto había que mostrar, llegado el caso, la
autoridad y la personalidad, el carisma poderoso y viril que caracteriza a los
verdaderos líderes.
-
Escúchenme ustedes dos, porque voy a decirlo una vez y no lo repetiré. El chico
aparentemente no tiene nada, pero si algo surgiera y fuera precisa la mejor
atención médica, sepan que me haría cargo de todos los gastos hasta el último
céntimo. Aunque no es esto lo que quiero aclarar: no me pregunten cómo lo he
averiguado, pero sé que el chico vale y, con su permiso o sin él, va a
estudiar, se presentará en junio al examen de Ingreso y cursará estudios de
Bachillerato. Ya hace dos meses que se está preparando y ustedes ni se han
enterado: yo le abono la hora de permanencias. Le he conseguido además una beca
en Sindicatos, cuando uno tiene influencias ha de aprovecharlas: se la
renovarán curso tras curso hasta la reválida de sexto. Bastará con que vaya
aprobando. Además le he conseguido una ayuda del banco, bastante generosa por
cierto, para libros y material. A ustedes todo esto no les va a costar ningún
quebradero de cabeza, ningún paso, ningún trámite, ni un duro, puede que aún
les sobre dinero si lo administran bien. Todo está ya arreglado y lo único que
han de hacer es dar su autorización, firmando este papel. Hasta el bolígrafo
les traigo yo.
Y, con un autoritario gesto de
prestidigitador, sacó un fajo de documentos y un boli Bic. Mi padre que se
había quedado atontado, boqueando como el pelanas que era, firmó como
cataléptico aquí, aquí y aquí, donde le señaló don Gregorio que se fue, muy
rápido, muy digno, sin despedirse.
Cuando cerramos la puerta, mi padre
reaccionó con un alborozo que yo no esperaba y nos sorprendió con este
comentario distendido y ruin:
-
A este panoli, le vamos a sacar hasta las entretelas.
Pero no le sacamos nada más allá de lo
convenido.
Dos días más tarde, yendo don Gregorio en
su coche a Huesca, al Banco de España, a sacar cien mil pesetas para tener
efectivo en caja, se metió debajo de un camión, bajando el puerto de Santa
Bárbara. Le había dado un infarto y cuando chocó con el otro vehículo, ya
estaba muerto.
La manifestación de duelo en Jaca fue
multitudinaria e impresionante para tratarse de un hombre soltero y sin
familia, mi madre dijo que parecía el entierro del Aga Khan.
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