Estaba en el Instituto, jugando a ser un
alumno aplicado con moderación, haciendo mis primeros pinitos en la apasionante
disciplina de la Química, cuando la noticia devastó mis sesos a medio cuajar:
un diamante y un trozo de carbón tenían exactamente la misma composición
química, la misma fórmula, estaban hechos de la misma materia y sólo variaba su
aspecto exterior. Venga, pensé, obséquiale a una chica una piedrecita de carbón
y gástale la broma, si te atreves, de asegurarle que, ni más ni menos, has
puesto en su mano una piedra preciosa disfrazada de mendiga.
No me atreví a explotar semejante
“gracia” y hoy pienso que tampoco es tanta la diferencia: los Reyes regalan
carbón a los niños malos, mientras otros reyes regalan diamantes a las niñas
malas, total que viene a ser lo mismo.
Dentro de cada uno de nosotros se esconde
una urraca fascinada por las cosas que brillan y yo no me siento una excepción.
Entre las láminas de mi antigua enciclopedia, me recreaba la vista con ésta de
piedras preciosas y me imaginaba que, a lomos de un velero, yo era Simbad el
Marino, afrontando los peligros del monstruoso pájaro roc, para conseguir
recoger unas cuantas de estas gemas. Los peligros reales, los he afrontado en
las joyerías preguntando, sin temor al infarto, el precio de algunos pendientes
o de algún anillo con brillantes como cabezas de alfiler, cuyo astronómico
monto me ha llevado a regalar libros, bombones y otras cosas más asequibles,
pese a lo mucho que me gustan las joyas, contemplarlas digo, ya que sería del
todo incapaz de llevarlas.
En las láminas que he escaneado, además
de las ilustraciones, podemos apreciar que se ha clasificado las gemas por
familias y, en la mayoría de los casos, van acompañadas de la fórmula que
expresa su composición química. Vamos, que solo falta el precio. Como están
“hechas” en su mayoría de elementos materiales bastante corrientes, uno puede
darse a la fantasía del alquimista aficionado y pensar que, yendo a una
droguería en busca de cuatro productos y disponiendo de un buen laboratorio
casero, las podría sintetizar a bajo coste. Esto se cuenta, poco más o menos
así, en una exitosa saga de ciencia-ficción, donde los ricachos que han
invertido enormes sumas en comprar diamantes, esmeraldas y rubíes, se ven
arruinados por la fabricación industrial a gran escala de gemas indistinguibles
por completo de las que ellos adquirieron.
De momento, deja de soñar: puedes
imprimir las láminas y usarlas como guía de compras en la joyería más cercana,
estaría bien ir preguntando ¿tienen de éstas? Póngame media docena.
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