Inmerso en un mundo que me va dejando
atrás, me entrego a boquear de incomprensión respecto a los cambiantes signos
de los tiempos y su carácter hermético o, directamente, incomprensible. Me toca
hoy reflexionar sobre una fiesta desconocida hace unas decenas de años en este
entorno cultural, pero cuyo éxito es, a día de hoy, de una evidencia palpable.
Niños y jóvenes, sobre todo, han decidido incorporar al calendario la cita de
Halloween con una contumacia, a mi juicio, sorprendente.
Vale que el fenómeno de la invasión (y
colonización) cultural anglonorteamericana no es una sorpresa, hace ya mucho
tiempo que los Beatles confinaron en un gueto musical a Manolo Escobar, o que
Papá Noel le ganó la mano a sus majestades los Reyes Magos. Los prebostes
municipales contratan su hormigón para pistas de skateboard, en lugar de
frontones y los nuggets de pollo y las hamburguesas del McDonald’s han
desplazado del corazón de los infantes a las churrerías de antaño. Aún no hemos
llegado al extremo de celebrar por aquí (aunque quién sabe, tal vez lo
presenciaremos) el 4 de Julio o el Día de Acción de Gracias, pero me sigue
chocando lo espontánea que parece la
vivencia de Halloween, al menos, para todo aquél que tenga menos de veinticinco
años.
Otras fiestas han sido objeto de
inducción política más o menos firme: las celebraciones políticorreligiosas del
franquismo se han evaporado sin dejar apenas rastro en la memoria. Las fiestas
políticas y civiles de la democracia languidecen penosamente, apenas han calado
como motivo de celebración en este apesadumbrado país. Recuerdo una época en la
que se promocionaba, desde las opciones políticas progresistas, lo que de
transgresor y liberador podía tener el Carnaval, que se trató de implantar con
firmeza en las escuelas, aunque también esta celebración profana ha quedado en
agua tibia de borrajas, al menos en todos aquellos lugares donde no era avalada
por un arraigo previo. Quedan pues
tan sólo las fiestas tradicionales milenarias, las fiestas populares de cada
lugar y este “qué coño sabe nadie qué es” del omnipresente y masivo Halloween.
Otra explicación fácil sería la de los
intereses comerciales puestos en juego en esta festividad: disfraces, chucherías,
calabazas, velas y parafernalia siniestra. En realidad, poca cosa, sin olvidar
que los intereses comerciales se ponen en marcha ante cualquier evento festivo,
es lógico, y en este no hay nada de excepcional que explique que su eclosión haya
sido inducida por los grandes almacenes.
Mi mujer, que tiene explicaciones
sensatas para casi todo, me da una mientras limpia los restos de huevos
arrojados al portal. Los jóvenes de mi pueblo se han vuelto lo bastante
perezosos como para no cansarse con lo de llamar disfrazados, preguntar ¿truco
o trato? Y si no les das unas monedas o unas golosinas, premiar tu mezquindad
arrojando huevos a la puerta. Esto solo lo hacen ahora los niños. Los
adolescentes, en cambio, compran los huevos en el Mercadona (?), los arrojan
directamente a los portales y se van de juerga, habiendo cumplido con el
espíritu de la celebración. Qué majos. Mi mujer, digo, opina que la imaginería
de brujas, esqueletos, vampiros, monstruos y demás es muy atractiva, por su
misteriosa seducción, para los niños y adolescentes. Y como, hoy en día en las
casas, el mundo entero gira en torno a las necesidades y apetencias de los
hijos, pues estas celebraciones calan, de abajo a arriba, ya que se tiende a
complacerles absolutamente en todo: de tal modo, no se les impone, en el caso
que nos ocupa, una tradición, una fiesta con significado para los mayores, que
ellos han de acatar y asimilar, sino que sucede al revés, son los mayores, en la
vistosa fiesta de reciente y sólida importación, los que son arrastrados al
capricho y a la voluntad de sus vástagos.
Como carezco de una teoría mejor, acepto
ésta. Así pues, sólo me queda un rinconcito donde echar de menos sin remedio y evocar
con una melancolía un poco pasiva, la rancia y olvidada celebración del Día de
Todos los Santos y de la Noche de Difuntos. Uno tenía un pensamiento para el
llamado “más allá” y un recuerdo para los ausentes de la familia, cuyas tumbas
se visitaban, para adornarlas con unos claveles o unos crisantemos, incluso
rosas si podías pagar más. La muerte se hacía una presencia un poco más
cercana, era tenida en cuenta su proximidad, aunque fuera tan sólo por una
fecha… Ah, y por supuesto en TVE, en la 1, echaban, en los tiempos del blanco y
negro, el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla con un reparto de primera línea, por
ejemplo, con Paco Rabal como don Juan y Concha Velasco como doña Inés y era una
cita obligada, había que verla, año tras año, hasta recitar los versos más
célebres de memoria. El don Juan Tenorio, qué tiempos. Me temo que sobre esto
volveré, pues me marcó y forma parte del sustrato de mis escasas neuronas
supervivientes.
Dentro de unos años, éste será el “puente
de Halloween” y a los Santos Todos, que les frían un paraguas. Cuando los niños
que anteayer se disfrazaron de zombies voten, lo harán por el ocurrente
político que cambie la denominación de la festividad: ¡Vivan los muertos
vivientes! ¡Mueran los “difuntos”!
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