“Polvo, niebla, viento y sol. / Y, donde
hay agua, una huerta; / al norte, los Pirineos: / esta tierra es Aragón.” Esto
cantaba, con voz campanuda, nuestro Cantautor. Se dejó las canteras y los
cantos rodados, por el bien del verso, pero vaya si acertó.
Aquí en Monzón, a partir de cierta edad,
las personas hablamos mucho del tiempo y es que nos da abundantes motivos para
ello: siempre hace malo. Es como una encrucijada donde, variando según la
época, se dan cita los peores aspectos de los climas de la Península: las
nieblas mesetarias, los fríos montañeses, los vientos heredados de los
temporales del norte, las sequías del sureste, los ardientes calores andaluces
y las lluvias torrenciales del Mediterráneo, todo a su debido tiempo, en una
miscelánea climática que deja quince o veinte días para el buen tiempo,
normalmente en octubre. Recuerdo cuando vivía en Barcelona: allí se habla muy
poco del tiempo, porque casi siempre hace bueno.
Y lo que hoy me trae a esta página, es un
extremo muy notable: las tormentas veraniegas con su vistoso aparato eléctrico
y su abundante munición de granizo. La que me toca rememorar, tuvo lugar hace
exactamente ocho años y fue la causa de una espectacular crecida del Sosa, el
riachuelo exangüe que, con más pena que gloria, atraviesa el casco urbano de ésta,
en las presentes fechas, soleada y casi desierta ciudad.
El caso es que, el día 15 de agosto de
2006, festividad de la Asunción de la Virgen María a los cielos (mediante
tracción angelical), estaba yo en mi terraza a eso de las seis de la tarde,
merendando un bocadillo de mortadela de olivas, marca Hacendado, cuando se
apagaron repentinamente, como si alguien hubiera accionado un interruptor, las
luces del firmamento y, durante media hora o así, cayó lo que aquí denominan
“una pedregada de mil pares de cojones” (lo cual debe hacer alusión al tamaño
del granizo).
Cuando escampó, se oía un runrún bastante
inusitado, así que me armé de mi cámara digital (entonces una Sony V1) y me
lancé a la calle a ver qué pasaba. Sin habernos dado cita, estábamos todo el paisanaje
del pueblo pasmados ante el cauce rebosante de agua embarrada, arremolinada y
atronadora. Qué espectáculo.
Los viejos del lugar, cuya memoria se
empleaba antes de la generalización de los discos duros, para recordar los
eventos del pasado, aseguraban que algo similar se había producido en el caudal
del Sosa, hacía aproximadamente cincuenta años, con lo cual me permito inducir
que faltan otros cuarenta y dos, más o menos, para presenciar algo semejante y,
para los que no pueden esperar, dejo aquí las fotos. El hecho de que no hubiera
desgracias personales, me permite sostener cierto tonillo humorístico, pero fue
bastante impresionante.
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