Esta cita del título, extraída del humor
inmarcesible de Miguel Gila, me sirve para ilustrar el por qué traigo hoy
alguna otra de las láminas de esa colección de mi vieja enciclopedia de la
infancia, que despanzurré para escanear sus vívidos colores, sus vistosos
dibujos y, sobre todo, su encomiable afán de divulgar y hacer accesible lo más
impenetrable del más misterioso arcano: ¿qué se esconde detrás de los átomos y
por qué tiene tan mala leche?
Desde que tengo memoria de las cosas,
recuerdo haber escuchado machaconamente que éste es un país atrasado en lo
tecnológico, capaz de exportar vinos, aceite, naranjas, peines, botijos y
boinas, pero nada que tenga que ver con las florecientes industrias que campean
en otros solares: automóviles, electrodomésticos, equipos electrónicos y mucho
menos, cosas de esas que tienen que ver con los átomos que, como todo el mundo
sabe, desde Chernóbil a Fukushima, los carga el diablo.
Desde el “¡Que inventen ellos!” del
inefable Unamuno, uno de nuestros más conspicuos próceres, pasando por el
automóvil que funcionaba con agua y unas hierbas, cuya patente estuvieron a
punto de endilgarle a Franco, hasta llegar a la reconversión industrial que
echó el cierre a nuestras factorías más obsoletas y menos competitivas, o sea,
a la inmensa mayoría (tengo entendido que se salvaron Fagor, una fábrica de
hielo y otra de gaseosas), ha sido este un país castigado por la endeblez
científica, el raquitismo tecnológico y la incuria empresarial (mi pobre padre
q.e.p.d. trabajó siempre para “jefes” o “amos”, nunca le oí referirse a ningún
“empresario”).
Por eso es muy mucho de agradecer que, en
aquella época de los prometedores 60, hubiera quien pensara que esta situación
era reversible y pusiera su empeño en alfabetizar a la plebe en los arcanos del
átomo, las ondas electromagnéticas, las telecomunicaciones, los satélites
artificiales y la madre que nos parió, en plan “hágalo usted mismo” o “mecánica
popular”. Tal optimismo ilustrativo
merecería un homenaje que nadie se va a tomar la molestia de promover: no forma
parte de nuestras raíces culturales o identitarias.
Yo soy muy pesimista y, para chinchar a
mis amigos “progres” que comen huevos de gallinas camperas sexualmente sanas y
creen que este país ha sido maqueado en los últimos cuarenta años y está
irreconocible, les digo que si hubiera viajado en el tiempo esos cuarenta años
y me apareciera aquí ahora, me daría, sí, cuenta del cambio por los modelos de
coches, las rotondas y autovías, las publicaciones de los quioscos y los
contenedores de basura de colorines… Cambios evidentes que, sin embargo, han
dejado las superestructuras intactas: la palpable indigencia
científico-tecnológica (¿o hay teléfonos móviles de marca García?), la anemia
cultural y, sobre todo, la venalidad política, en la que la choriguindancia de
los amigotes del dictador se ha mantenido incólume, pasando, eso sí, a otras
manos igual de ávidas (“ara no toca parlar d'això”).
Y qué queréis que os diga, el viejuno y
casposo humor del genial Gila sigue inquietantemente vigente. Va un par de
muestras (… la cosa de los electrones, ¿eso lo venden en la farmacias?):
No hay comentarios:
Publicar un comentario