miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Está El Sabio? Que Se Ponga

Esta cita del título, extraída del humor inmarcesible de Miguel Gila, me sirve para ilustrar el por qué traigo hoy alguna otra de las láminas de esa colección de mi vieja enciclopedia de la infancia, que despanzurré para escanear sus vívidos colores, sus vistosos dibujos y, sobre todo, su encomiable afán de divulgar y hacer accesible lo más impenetrable del más misterioso arcano: ¿qué se esconde detrás de los átomos y por qué tiene tan mala leche?

Desde que tengo memoria de las cosas, recuerdo haber escuchado machaconamente que éste es un país atrasado en lo tecnológico, capaz de exportar vinos, aceite, naranjas, peines, botijos y boinas, pero nada que tenga que ver con las florecientes industrias que campean en otros solares: automóviles, electrodomésticos, equipos electrónicos y mucho menos, cosas de esas que tienen que ver con los átomos que, como todo el mundo sabe, desde Chernóbil a Fukushima, los carga el diablo.

 
Desde el “¡Que inventen ellos!” del inefable Unamuno, uno de nuestros más conspicuos próceres, pasando por el automóvil que funcionaba con agua y unas hierbas, cuya patente estuvieron a punto de endilgarle a Franco, hasta llegar a la reconversión industrial que echó el cierre a nuestras factorías más obsoletas y menos competitivas, o sea, a la inmensa mayoría (tengo entendido que se salvaron Fagor, una fábrica de hielo y otra de gaseosas), ha sido este un país castigado por la endeblez científica, el raquitismo tecnológico y la incuria empresarial (mi pobre padre q.e.p.d. trabajó siempre para “jefes” o “amos”, nunca le oí referirse a ningún “empresario”).

Por eso es muy mucho de agradecer que, en aquella época de los prometedores 60, hubiera quien pensara que esta situación era reversible y pusiera su empeño en alfabetizar a la plebe en los arcanos del átomo, las ondas electromagnéticas, las telecomunicaciones, los satélites artificiales y la madre que nos parió, en plan “hágalo usted mismo” o “mecánica popular”. Tal optimismo ilustrativo merecería un homenaje que nadie se va a tomar la molestia de promover: no forma parte de nuestras raíces culturales o identitarias.

 
Yo soy muy pesimista y, para chinchar a mis amigos “progres” que comen huevos de gallinas camperas sexualmente sanas y creen que este país ha sido maqueado en los últimos cuarenta años y está irreconocible, les digo que si hubiera viajado en el tiempo esos cuarenta años y me apareciera aquí ahora, me daría, sí, cuenta del cambio por los modelos de coches, las rotondas y autovías, las publicaciones de los quioscos y los contenedores de basura de colorines… Cambios evidentes que, sin embargo, han dejado las superestructuras intactas: la palpable indigencia científico-tecnológica (¿o hay teléfonos móviles de marca García?), la anemia cultural y, sobre todo, la venalidad política, en la que la choriguindancia de los amigotes del dictador se ha mantenido incólume, pasando, eso sí, a otras manos igual de ávidas (“ara no toca parlar d'això”).

Y qué queréis que os diga, el viejuno y casposo humor del genial Gila sigue inquietantemente vigente. Va un par de muestras (… la cosa de los electrones, ¿eso lo venden en la farmacias?):
 
 

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