“No lo hagas, vas a destruirte”. “Nadie
quiere ver esos repulsivos bichejos. Tu número de visitas durante el mes de
agosto, va a ser de cero, la mitad que en julio”. Así me advierte mi amigo el
Resentido, que considera asqueroso todo ser vivo que se arrastra por el suelo
(excepción hecha de los espárragos) y, a esa consideración de nauseabundo,
añade un pánico cerval cuando se trata de reptiles: “¡La bicha! ¡La bicha! ¡Malaje!”
Grita, como si hubiera nacido en la florida Andalucía en lugar de en los áridos
suburbios de Lastanosa.
La (incompleta) lámina de reptiles de mi enciclopedia |
Cuando más aprieta el calor por aquí es
en el crepúsculo, fenómeno rarísimo éste, cuya explicación es de orden psicológico:
al ver extinguirse el astro rey, nos inunda la esperanza de un levísimo soplo
de fresco que haga descender la temperatura por debajo de los 35 grados. La
frustración producida por esta ilusoria brisa, cuya incomparecencia registran
todos los poros de nuestra piel, hace que sintamos una sofocación adicional, con
oleadas de transpiración fétida, asfixia y lipotimia, mientras los mosquitos se
aprestan a caer en picado sobre nosotros. Es en ese momento, cuando unas
simpáticas salamanquesas se pasean cabeza abajo por los techos y dinteles de mi
terraza, imagino que van a cenarse algún mosquito y siento por ellas una indescifrable
ternura, como si fueran mis mascotas.
Los ofidios más comunes por aquí |
Y es que nací el año de la serpiente,
según el horóscopo chino, unas lecturas en las que deposité más fe que en los
apuntes de Psicología Diferencial de la Universidad Autónoma de Barcelona, por
ejemplo, ya que al menos el librito del horóscopo chino, correspondiente a los
individuos nacidos en el año de la serpiente (1941-1953-1965-1977-1989…) explica
por lo menos rasgos indiscutibles de mi carácter: sinuoso, frío, poco afectivo…
y mi innegable simpatía por saurios, quelonios, ofidios y cocodrilianos, o
comoquiera que tengan a bien los naturalistas de nuestros días en
clasificarlos, pues aquéllos son los términos que aprendí yo en la escuela a la
que me tocó ir, verbalista y libresca, no como la de ahora en la que, en lugar
de semejantes chorradas escolásticas, los niños aprenden a convivir con los
reptiles, a respetar sus diferencias y a reciclarlos si tal extremo fuera
oportuno.
Manifiesto de carga del arca de Noé |
No acierto a comprender cómo, entre las
preciosas láminas de mi vieja enciclopedia, sólo hay una de reptiles, donde
faltan todas las tortugas (llegarían tarde) y todas las serpientes, ¡igual los
editores compartían el asco de mi amigo el Resentido! Lagarto, lagarto.
Adiós amigossss |
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