jueves, 21 de agosto de 2014

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 29

19                         ALL YOU NEED IS LOVE
Y sí, tuve pareja de baile para las verbenas de las fiestas patronales en honor de san Juan, santa Orosia y san Pedro, aunque no la que yo hubiese deseado. Estaban dando comienzo unas largas, soleadas e impredecibles vacaciones académicas y heme aquí haciendo el ganso de mala manera, embarcado en una relación que me conmovía menos que las canciones de Raphael, que mi madre había comenzado a berrear, arrebolada, en sus barridos y fregoteos, fantaseando quizá en un cambio de desempeño profesional, cambio que la llevaría de los cuartitos de la limpieza a los camerinos, donde las artistas de sus ensueños recibían ramos de flores y bombones, en vez de plumeros y bayetas. A mí, el nuevo astro rutilante de la canción hispana me daba urticaria, aún más cuando mi madre decía: “Ves cómo se puede ser moderno, sin necesidad de ser un gamberro y un maleducado. Y no te pienses, que éste no es un pijeras finolis, es un chico de origen humilde, como nosotros, que ha llegado a lo más alto, ya ves, a cantar delante de la mismísima esposa del Caudillo, gracias sólo a su tesón y a su esfuerzo…” Como gracias a su tesón y a su esfuerzo había llegado ella, la señá Anacleta, a pelearse con la bahorrina y otros variados detritus en las mejores casas de esta pulcra ciudad cuya promoción turística comenzaba a fraguarse, a impulsos de acertados slogans, como “la perla del Pirineo”, no te amuela, Raphaela, mi pobre madre, con tres hombres a su cargo que, entre los tres, teníamos el mismo talento y provecho de un botijo rajado y renegrido que adornaba el mostrador de “El Arcángel” y que, a saber de dónde había sacado el bueno de Serafín.

 - ¿En qué piensas, cariño? – La verdad es que Nines empezaba a resultarme un tanto cargante y eso que nuestra relación aún se contaba por días. Habiendo comenzado el asunto mezclando, a partes iguales, conmiseración y conveniencia, había atravesado mi ánimo una vaga simpatía, un leve despertar erótico y, finalmente, el principio de un cansancio, de un hastío por saturación de una dulzura que no conseguía compartir y me sepultaba en empalagosos melindres verbales, en besitos insípidos y caricias afectuosas a las que no siempre conseguía hurtarme. Debían de tener razón mi hermano y su muy flamenca novia: la niña estaba por mí. Resultó que tenía trece años, en lugar de catorce, y es que su padre, Modesto, había hecho un apañujo para que no tuviera que ir a la escuela más y pudiera ayudarle en la pescadería, por eso decían que catorce años y por eso yo insisto en llamarla “la niña”…

 - Teo, es que no me estás haciendo nada de caso.
 

Habíamos empezado a darnos algunos abrazos y a besuquearnos en el patio contiguo a la pescadería, tiene su gracia: Nines y yo, de tardes, y mi hermano y su vistosa prometida, de noches. A veces, a última hora de la tarde, estábamos acurrucados y sudorosos, Nines y yo, en el hueco del barandado y oíamos al señor Modesto trocear las merluzas y los bonitos, con los fieros golpes de sus afiladas cuchillas. A mí se me ponía la carne de gallina, esto sí me lo explico; lo que no me explico, es por qué tan ominosos ruidos ponían a Nines a punto de derretirse de tan tierna. Aparte de sentirme un tanto inseguro en el inquietante patio, con sus efluvios de calamares en descomposición, prefería yo airear en tediosos e interminables paseos nuestro, en lo que a mí concernía, fingido idilio. Pese a que ni siquiera íbamos cogidos de la mano: eso para mí hubiera sido el colmo de la gazmoñería, yo deseaba, sin embargo, ser visto junto a Nines, por un lado para apuntarme un tanto ante mis colegas que me consideraban un alfeñique aniñado, tan incapaz de ligar como una lombriz con acné, y por otro, para observar qué cara ponía Cheles, al ver darse de baja a un rendido admirador, que la había sustituido en menos tiempo del que se tarda en estornudar.

 - ¿Hijo, estás en Babia o en las Batuecas? ¿Vas a tardar mucho en volver?

He de confesar que los dos tiros me salieron por la culata. La primera vez que Chus y Josemari me vieron paseando con Nines, en el crepúsculo de una de las últimas tardes de junio, por la calle Ferrenal, hicieron como si, por discreción, la cosa no fuera con ellos, adiós, hasta luego, incluso se abstuvieron de llamarme Pinchaúvas. Los muy cerdos. Guardaron toda su malevolencia, que podía ser muchísima, para la primera ocasión en que entré en el bar de Serafín. Ni siquiera había quedado con ellos, porque sabía que me los iba a topar allí. A voz en cuello, como era su estilo, su marca y su sello intransferible, me dieron una bienvenida con más inquina de la que yo había previsto: “Pinchaúvas se ha liado con la mejillonera”. “¿Qué hacías metido en el portal de la pescadería? ¿Estabas contando almejas? ¡Pues sólo había una!” “¡Y olía a mejillones podridos!”. Intercalando risotadas, estuvieron haciendo comentarios de este tenor hasta que Serafín nos llamó la atención por escandalosos. En la sinfonola del bar no dejó de sonar ni por un momento “All You Need Is Love” de los Beatles. La habían retransmitido hacía pocos días, en plenas fiestas patronales, por la televisión, en una emisión que se vio simultáneamente en todo el mundo, o eso dijeron. Como en mi casa aún no teníamos televisor, fui a verla a casa de Chus, con Josemari, y nos quedamos los tres estupefactos, paralizados por una emoción que no sabíamos descifrar. Josemari dijo: “Ya no vale la pena que nadie se tome la molestia de sacar más canciones. Yo estaré oyendo ésta hasta que tenga, lo menos, cuarenta años”.

 - Estás como apamplao Teo, despierta de una vez, que me estás asustando.
 

La reacción de Cheles fue aún más humillante y me dejó clavada una espina indeleble, otra más en el alfiletero en el que se habían convertido mis laceradas entretelas en aquella época angustiosa. Tuve la mala ocurrencia de vagar con Nines por el Paseo. Más me hubiera valido quedarme resguardado en el patio, probando los inciertos labios de mi amiga (este título sí le concedía en mi fuero interno), con nuestro secreto a salvo de todos excepto, quizá, de su colérico padre si le daba por salir a tirar las cabezas putrefactas de unas brecas que había limpiado, por ver si, adecentadas, podía finalmente venderlas a un ama de casa poco escrupulosa.
 

Cuando pasamos ante el banco que congregaba a Cheles y su grupito de amigas, ante las que la Yegua, a modo de exhibición de sus pasmosas habilidades gimnásticas, estaba haciendo unas flexiones que amenazaban descoyuntarla, cometí la torpe vileza de darle la mano a Nines, que se sobresaltó, no tanto por lo inusitado del gesto, como por el coro de risitas y cuchicheos que brotaron del banco: “Fíjate, Pinchaúvas tiene novia”. “Qué formalito va con su pareja, quién lo iba a decir”. “¿Sabéis quién es? La hija de Modesto el pescadero, una zagala que iba a la escuela el año pasado, con mi prima Conchi, y es más tonta que un zapato, la pobre”. Ay, dioses, de haberlo sabido, os hubiera suplicado que me dejaseis sordo anoche, tras oír por última vez “All You Need Is Love”, la que había proferido este último comentario, el más desgraciado de todos, era la mismísima boca adorable de la propia Cheles. Sin contar que Nines, “la pobre”, podía haber captado también las pullas de aquellas víboras pazguatas…

 - Teo, ¿estás bien? Dime algo, cariño.

 - Te he dicho mil veces que no me gusta que me llames cariño. Suena más ñoño que las canciones de Raphael, joder.

 

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