22. HELLO, GOODBYE
-
Otra escoba, capuyo’, ya sé quién va a pagá esta servesita…
-
La culpa es de Pinchaúvas, que está anieblao y te las deja todo el rato a
huevos.
-
Venga, callaos, que han vuelto a poner “Hello, Goodbye ”.
Una espesa niebla veteada tamiza el
oscuro ambiente de “El Arcángel” con un velo descolorido que disimula, mediante
volutas de penumbra, su aspecto confortable y fachendoso de pocilga psicodélica.
Las débiles luces multicolores confieren al local un hálito como de perpetua y
desvaída Navidad. Y escuchamos, por séptima vez aquella tarde, en respetuoso
silencio, el Nuevo Himno. Jezú que, como va ganando, está un poco más contento,
no en vano lleva horas trasegando de gorra, canturrea en un susurro: “Yu sey
yes, ai sey no, yu sey stop en ai sey goo goo goou” Mi entusiasmo me lleva a
estallar una vez más:
-
¡Qué canción! ¡No me digáis que no es la canción más cojonuda que han compuesto
los Beatles!
-
Por lo menos, es una de las más pegadizas. – Responde Chus como de costumbre.
Y, como de costumbre, apunta Josemari:
-
Ya, Pinchi, pero lo mismo dijiste con “All You Need Is Love”. Y antes con “Penny
Lane”. Y antes con “Yellow Submarine” que era una chorrada, siempre estás
igual. Además yo prefiero los “Rolling”: “A quen get no, satisfacshon, A quen
get no, satisfacshon, cos a tray, en a tray, en a tray… ”.
- Tú tienes el gusto musical en el culo,
perdona - le digo acalorado.
Jezú nos silencia con una ostentosa
ventosidad que hace crujir el escay del asiento, proclamando triunfal:
-
¡Y otra escoba! ¡Ya podéi ir apoquinando, shavale!
-
Este es un juego tonto y aburrido – dice Chus para disimular su decepción.
-
¿Queréi pué que juguemo ar siete y medio?
-
¡No, Jezú! ¡Que te conocemos y nos sacarás hasta los calzoncillos!
- ¡Vuestro
calsonsillo no lo’ quiero yo ni p’asé el anunsio de Palomino y Vergara!
Quizá advierta el atónito lector un
regreso a la cordial normalidad que había presidido hasta el anterior verano
nuestras relaciones. No lo desengañaré, los amigos con los que se despierta a
determinados secretos de la vida, son para siempre. O, por lo menos, para unas
cuantas temporadas.
Yo estuve haciéndome el digno y el dolido,
durante la mayor parte del primer trimestre del curso que habíamos empezado, el
sexto en la cuenta de nuestro desasnamiento en la egregia institución académica
que nos permitía sentirnos superiores a los demás: éramos más modernos que
nuestros retrógrados progenitores, más sabihondos que la gente común del pueblo
y contábamos con tener mejor porvenir que los chavales que habían dejado los
estudios y se habían puesto a trabajar. Como se ve, éramos unos pardillos
bastante resabiados. Había, como digo, atravesado una etapa de simulado
pundonor en la que no les dirigí la palabra y les daba aparatosos desplantes,
con esa inquina que etiqueta a los demás como culpables de agravios basados en
nuestra propia necedad.
Josemari que, no sé de qué extraña
manera, me profesaba cierto afecto, fue el primero que se olió la causa de
nuestro distanciamiento y el primero que intentó ponerle cierto remedio:
-
Mira Pinchaúvas, no sé cómo habrás hecho para averiguarlo, pero me parece que
estás molesto porque te has enterado de que durante el final del verano salí
algunas tardes con la Cheles… Lo cierto es que no sé por qué lo hice, porque en
realidad es una tía que no me gusta lo más mínimo. Y además no quería que tú lo
llegaras a saber, para que no te cabrearas, con eso que decías de que te iba un
montón aunque, las cosas como son, ella a ti no te hacía ni puto caso.
-
…
Es más, le caías gordísimo… Un día hasta
me dijo que cómo era posible que tuviera un amigo tan desgraciado y melón como
tú. Dijo que eras un completo cenutrio. Así que, como ves, lo tenías difícil
con ella. No es precisamente que fuera de tu propiedad y por ese motivo
pudieras estar celoso o algo parecido. A mí es una gachí que no me va lo más
mínimo: si quieres que te diga la verdad, encuentro que es aún más fea y más
sosa que tu novia la Mejillonera.
-
…
-
No te vayas a pensar que te pierdes nada. Yo me la ligué porque en la piscina
me reía todas las gracias, así que para caerle mejor, ya sabes cómo soy, aún
hacía más el ganso por ella. Es algo que no se puede evitar, pero fue un error:
las gachís enseguida se piensan que vas en serio y empiezan rápido a pedirte
cuentas. Encima yo no quiero liarme con una tía de mi edad: las tías, de
mayores, se hacen viejas más pronto. Nosotros tenemos que mirarnos a una de tercero
o de cuarto que apunte maneras de que dentro de un par de años estará buena; además
las de nuestra edad nos ven como unos putos críos, que es lo que somos para
ellas: tú con la Mejillonera lo tienes mejor de cara a una relación que dure
más tiempo.
-
…
-
Y aunque te hayas molestado, no veo por qué vamos a dejar de ser amigos, macho:
si supieras lo poco que te has perdido. Encima ella ahora tampoco me habla. Y
no te creas que fue la hostia: es una tía más estrecha que las monjas de
clausura cuando van estreñidas; si su madre es no sé qué de Acción Católica y,
claro, la nena es más ñoña que santa María Goretti.
-
…
- Me
decía que los besos con lengua, le daban asco. Y una noche, en el banco de la
Salud, intenté meterle un poco de mano y cuando le toqué la goma de la braga,
no te pienses que nada con rizos, cuando tropezaron mis dedos con la dichosa
gomilla e iban a colarse para inspeccionar por debajo, me dice: “¿no te parece
que estamos yendo demasiado lejos?” Yendo demasiado lejos, qué pánfila, para
descojonarse de risa…
Esto ya fue demasiado para mi aguante:
aprovechando el efecto sorpresa, pese a que Josemari era más fuerte y más
rápido que yo, le lancé una hostia que resonó junto a su incipiente patilla y
lo dejó, por unos instantes, pasmado de incredulidad. Ahora – pensé – es cuando
se levanta y me pisa la cabeza, me deja aquí tirado y no puedo ir a la función
de Navidad del instituto a cantar el puto villancico, con el que no ganaremos
el concurso del viaje a San Sebastián…
El efecto sorpresa estuvo de su parte
cuando, frotándose un poco la mejilla, me dijo:
-
Esto significa que me has perdonado y ya volvemos a ser amigos, ¿no?
No andaba yo tan sobrado de ellos que le
dijera que no. Y, de este modo, volvieron las interminables tardes de charla,
música y juegos en “El Arcángel”.
En donde, en ese momento, se levantaba
Jezú:
-
Bueno, shavaliyo’, me voy al reservado a jugá con lo mayore’, a vé si le’ saco
una buena guita pa í bien forrao al viaje de estudio’ y os puedo invitá a una
dihcoteca de verdá.
Yo saqué mi última moneda de dos
cincuenta y me dirigí a la máquina de los discos
-
¿Vas a poner otra vez “Hello, Goodbye”? – Dijo Chus – porque ya huele.
-
No. Voy a poner la cara B, “I Am The Walrus”, que es aún mejor.
-
Ay, Pinchi se nos está volviendo un exquisito, como su amigo Mateo – remachó
Josemari, en su más puro estilo Josemari.
Durante toda la canción estuve dando
vueltas con los ojos cerrados y los brazos extendidos, al más puro estilo
derviche, hasta que el mareo me hizo irme al suelo. Y allí estaba, todavía con
los ojos cerrados, los brazos extendidos y con los pies en alto, cuando Chus anunció:
-
¡Pinchaúvas, tu novia, la Mejillones! ¡Acaba de llegar a buscarte!