En el verano de 2005 pasamos unos días de
vacaciones con unos amigos en la provincia de Jaén. En un pueblo blanco, colgado en
la árida sierra, Albánchez de Mágina, hoy lo he recordado al ver unas fotos que
hice con una de mis primeras cámaras digitales.
Por aquél entonces yo aún estaba en el
servicio activo, en la enseñanza, donde una de mis obsesiones era impregnar las
neuronas tiernas con el desacreditado aprendizaje memorístico de poemas,
cuantos más mejor, pues tengo para mí que los poemas que se aprenden en la
infancia, se recuerdan durante toda la existencia. Yo estoy ingresando en la
edad tercera y todavía recuerdo “A un panal de rica miel / dos mil moscas
acudieron…” etc. Y es que la poética que nos enseñaron hace más de cincuenta
años, no estaba muy decantada, pero bueno, algo es algo.
Y entre los versos que yo imponía en las
mentes tiernas de los cachorros (personeznos) que el Estado confiaba (con
creciente desconfianza, según pasaban los años) a mis solícitos y desmañados
cuidados, unos de los más obligatorios eran éstos de don Antonio, que continúa
siendo uno de mis poetas de cabecera. Los suelto ya, circundados de algunas de
las fotos que hice en aquellas maravillosas tierras donde vieron florecer al
maestro.
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.
Por un ventanal,
entró la lechuza en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
La Virgen habló:
-Déjala que beba,
San Cristobalón.
volar y volar.
A Santa María
un ramito verde
volando traía.
¡Campo de Baeza
soñaré contigo
cuando no te vea!
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