Según un poeta y filósofo muy venido a
menos en la consideración de mis contemporáneos, la civilización termina
produciendo fatiga y, en ese momento, el magnetismo de la barbarie acaba mostrándose
muy poderoso.
Hay algunas otras, pero el fanatismo
religioso es una sólida fuente de barbarie, una continua exhibición de atrocidades.
Sin ir más lejos, aquel perturbado integrista católico de la masacre de Oslo,
pero, ay amigos, la diferencia con lo del miércoles pasado es que sus
seguidores no son una amenaza para la sociedad en la que vivimos, el pervertido
noruego no tiene detrás nutridas masas ignorantes y empobrecidas que le jalean,
como hubiera ocurrido en tiempos de la Santa Inquisición: su aventura produjo,
en la opinión pública, una repugnancia sin fisuras.
En una sociedad que se dice laica como la
nuestra (y como la perrita espacial), entiendo que la blasfemia es un derecho
civil (el de la libre expresión o algo así). Si yo salgo blasfemando a la
calle, cosa que no pienso hacer, no puedo ofender a los creyentes en un dios
misericordioso y omnipotente: es una contradicción que, el citado ser, necesite
de unos matones que defiendan su buen nombre. Realmente lo que sus guardaespaldas
hacen es desacreditarlo a los ojos de cualquier ciudadano medianamente perspicaz:
se me podrá denunciar por herir los sentimientos de un colectivo más o menos
susceptible, pero creo, de buena fe, que la ofensa a dios debería castigarla o
perdonarla él mismo, a no ser que sus sicarios piensen que es por completo
inepto, o que está muy mayor.
El martes día 6, leía yo, en “El País”
que me habían traído los Reyes, un artículo sobre uno de mis escritores
preferidos, Michel Houellebecq, el cual iba a publicar, precisamente el día de
los salvajes atontados, su nueva novela en la Francia de la liberté:
“Sumisión”. Una ficción en la que un islamista moderado gana las elecciones
presidenciales en nuestro país vecino y ello ocasiona, en su sociedad civil,
algunas transformaciones que yo puedo imaginar y el escritor se ha dedicado a
narrar.
Como es costumbre en los medios de la
Alianza de las Civilizaciones, la información está “sesgadita” y rezuma
displicencia y antipatía con el provocador y reaccionario Houellebecq.
Reaccionar es reaccionario. Houellebecq
acciona. Acciona con la pluma y a los mentecatos les escandaliza más que los
que reaccionan con el Kalashnikov, ¿por qué? Un tic recurrente de los popes de
la actual izquierda es reverenciar a los salvajes, da igual islamistas
magrebíes, narcotraficantes mexicanos o encapuchados vascos, los muy ceporros
piensan que gente así traerá la revolución social, cantando narcocorridos en la
primavera árabe y disparando alegremente sus AK-47 contra dibujantes blasfemos
y rehenes judíos. El materialismo histórico se actualiza por estos
estrafalarios vericuetos: la religión ya no es el opio de los pueblos, sino su
té con menta.
Por ejemplo, decir que el escritor de
“Plataforma” hace apología del turismo sexual es tan estúpido como pretender
que Tolstoi enaltece el adulterio porque escribió Ana Karenina. El melón que
tal ocurrencia ha destilado, merecería que sus admirados revolucionarios le
hicieran la ablación del clítoris, aprovechando que, siendo varón, no le haría
excesivo daño.
Bueno, yo traigo aquí la información,
consciente de que no está el horno para bollos y de que quizá tardaremos en
leer la novela en español: el propio autor está, como quien dice, huido, y ha
abandonado la promoción de su libro, ante la que está cayendo. No faltarán biempensantes
que digan lo que es oportuno y lo que no es oportuno expresar ahora. Y tendrán
parte de razón, si te pueden pegar un tiro, más vale que te calles…
Ahora, que no vengan luego con lo de
“Todos somos Charlie”, De paso, aprovecho para subir unos chistecillos gráficos,
precisamente de Charlie Hebdo (y si no entiendes el francés, te jodes).
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