Pronto hará diez años desde la última
nevada digna de tal nombre que cayó por estos lugares. Mi hijo el pequeño, que
tiene once, por supuesto no la recuerda e invierno tras invierno me reclama que
haga nevar para él, ya se sabe que, a ciertas edades, los padres parecen
todopoderosos.
Pero como ya está dejando de creerlo, el
colegio a donde va ha acudido este año en mi socorro y se lleva a los niños a
esquiar a Panticosa, salvando así a mi hijo de la frustración y a mí del
descrédito.
La nevada que hoy testimonian estas
fotografías, cayó en Monzón uno de los últimos días de febrero de 2005, después
nada de nada: han precipitado copos alguna vez, pero sólo han cuajado en los
parabrisas de los coches. No es que antes nevara mucho por aquí, pero llevamos
diez años con el invierno privado de uno de sus más representativos (y seductores)
atributos.
Aquélla vez, aproveché el silencio y la
quietud subsiguientes a la nevada y, en las primeras horas de la tarde, recorrí
el parque de la Azucarera con una cámara digital Sony V1 que era lo mejor que
tenía entonces para estos propósitos. Me encontré con un manto blanco de unos
cuatro dedos de espesor, prácticamente sin hollar: el frío mantenía a la gente
en casita, detrás del vaho de los vidrios y no se veía un alma.
Desde entonces, como digo, ha llovido
mucho pero no ha nevado nada. Mi hijo sigue soñando con una nevada de medio
metro, que le haga perder uno o dos días de colegio, que le permita comprobar
lo difícil que es armar un muñeco decente y que le haga pasar por la
experiencia de la endemoniada puntería que tienen algunos con las bolas de
nieve. También verificaría que la piel de los guantes y de las zapatillas se
agrieta en tan sólo unas horas de contacto con el agua helada y además, la cara
y las manos, con el frío, se ponen muy coloradas…
Nada de esto pertenece a su experiencia
infantil. En vez de Blancanieves y los siete enanitos, preventivamente, le
tenía que haber contado Negracarbones y los siete gigantones. Pido un deseo:
antes de que acabe este invierno, publicar fotos de una nevada actual. En
Monzón. Subir a Panticosa no se vale, es trampa.
Por otra parte, cuando cae aquí la nieve,
el manto blanco es muy efímero. La última vez, esa misma tarde parecía que
quería asomar el sol y empezaba a derretirse la nieve escasa sobre las abruptas
laderas del castillo. Los relatos de la blanca Navidad, de los lagos helados donde
se solazan los patinadores y de los niños que hacen travesuras con sus trineos
son, decididamente de otras latitudes. Aquí, como decía Labordeta, polvo,
niebla, viento y sol. Qué áspero.
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