Aún no hace tantos años, todos pensábamos
que el CD de audio era el formato musical definitivo, un soporte que perduraría
a lo largo de mil años. Qué cosa es la tecnología, no te puedes fiar: hoy en
día, cuando ponen algo a la venta, ya está obsoleto, es decir, no lo lanzan sin
asegurarse de tener ya el recambio, el sustituto más avanzado, que hará que
todos sigamos comprando y comprando, en un vano intento de hacer disminuir el
paro con tan interminable flujo de demanda.
La cuestión es que compré dos colecciones
de discos de música clásica del sello Deutsche Grammophon, ¡doscientos cedés!
Allí estaba toda la pandilla, desde Monteverdi hasta John Williams con la banda
sonora de La Guerra de las Galaxias, pasando por Bach, Mozart, Beethoven,
Brahms y otros ilustres talentos. Y allí siguen, criando polvo en dos bonitos
estantes (ahora los acostumbro a escuchar en el iPod y en Spotify que, para Borges,
vendría a ser la infinita discoteca de Babilonia…)
Hasta el otro día que desempolvé uno de
Jean Sibelius, para compartirlo en ésta página. Por varios motivos, siento una
afinidad especial por el espíritu que se trasluce en la música de este finlandés
ilustre. Su procedencia me parece exótica (¿cuántos finlandeses sabría nombrar?
Si me esfuerzo mucho, cuatro: el referido, más un escritor, un futbolista y un
piloto de coches, a ver si los adivinas). Su vida me parece interesante, con
las dificultades de carácter, las adicciones y la perpetua tensión de un gran
artista. Y su obra me ha acompañado en diversas convalecencias: me intriga, me
distrae y me serena a un tiempo.
No es un compositor fácil, de estos que
lo oyes un par de veces y te pones a silbar sus melodías, no. Tampoco es una
música que te exija paciencia y nervios de acero, como la de muchos
compositores más vanguardistas del siglo XX, es decir, todavía es tonal y tiene
unas estructuras reconocibles. Yo la aprecio especialmente porque me parece a
la vez serena y dramática, reposada y dinámica, íntima y poderosa, meditativa y
descriptiva… Especialmente su ciclo de siete sinfonías constituye el típico
regalo que los dioses hacen a la humanidad cada doscientos o trescientos años.
Proponen un sonido orquestal con una textura inconfundible, esa es para mí la
clave: timbres, armonías, motivos melódicos y rítmicos se entrelazan, como he
dicho, en una textura, la palabra no es otra, que tiene evocaciones
paisajísticas. La paz bucólica de los bosques nevados, movimientos y tensiones
que fluyen o se amortiguan y una definitiva tendencia o propensión al silencio.
No sé si el de la paz, o el de la melancolía y la amargura. Una música muy
“natural”, influida por los ciclos, aspectos y facetas de la propia naturaleza,
la música de un amante de la ornitología…
Imagen tomada del blog sibeliusencastellano |
Jean o Johan Sibelius (Hämmelinna, 1865-1957)
nació en la Finlandia todavía perteneciente al imperio ruso, su música,
teniendo evidentes influencias nacionalistas, tiende hacia lo universal y,
afortunadamente, es un compositor sobremanera valorado en nuestros días.
También tuvo mucho éxito en vida, pero hacia su madurez le fue abandonando la
inspiración (por una brutal autoexigencia, quizá) y tuvo momentos en que tendió
a consolarse con la botella. Fue bastante longevo ¡y había sobrevivido a un
cáncer de garganta! A partir de 1926 ya no termina obra alguna, después de su
incomparable séptima sinfonía, ¿para qué?
La que hoy he colgado en mi nube y te
recomiendo que te la bajes, es la segunda. Para mí, no siendo la mejor, es la
más asequible de sus sinfonías: con una estructura muy definida, de corte
clásico, en cuatro movimientos y un innegable sesgo beethoveniano, es más
“movida” que otras, tiene melodías más detectables y un momento decididamente
orgásmico: el arranque del cuarto movimiento.
Es, pues, la puerta de entrada ideal a un
ciclo sinfónico del que cualquier aficionado a la música, con un poco de
esfuerzo, extraerá un placer interminable... Aaabre tu meente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario