Creo haber dicho ya que esta aventura
ciberespacial, emprendida hace unos dos años y medio y consagrada por entero a
la falta de sustancia, es fruto de los desvelos de un pensionista sin otra cosa
que hacer. Releo “La Entrada Número Cien”, que publiqué el 10 de abril de 2013,
y me doy cuenta de que he seguido fiel a mis objetivos, con esa pertinacia que
permitió a los seres humanos alcanzar la Luna, sólo para darse cuenta de que no
se les había perdido nada allí.
Qué duda cabe de que me muero de envidia
cuando visito los blogs serios, los blogs bien hechos y, sobre todo, los blogs
especializados. Si tuviera idea de algo, fuera cine, literatura, música,
política o la lucha contra el escarabajo de la patata, me encantaría hacer una
publicación especializada en cualquiera de estas parcelas interesantes de la
vida. ¿Qué hago y seguiré haciendo, a cambio? Pues escribir simplezas y
partirme de risa ante la improbable idea de que alguien las lea, con la
suficiente falta de indiferencia como para reírse también, o sentirse
fastidiado ante mi acreditada escasez de prudencia, justicia, fortaleza y
templanza (las famosas virtudes cardinales, con las que nunca he logrado
orientar nada de lo que escribo, ni pienso hacerlo).
Pese a todo, me veo perturbado por el
modesto eco de algunas entradas, que no se han cerrado en su día, así que
aprovecharé hoy para dar respuesta a algunos interrogantes que preocupan a más
de uno, pongamos que a dos o, en el mejor de los casos, a tres, vaya usted a
saber.
Empezaré con “Tres Jeroglíficos Sobre
Nuestra Historia”. La respuesta a la cuestión planteada de “¿Quién era el
lendakari en Euskadi, cuando Napoleón invadió España con sus tropas?” Es: “No
me acuerdo” (no mea cuerdo). Y la
verdad es que es probable que no tenga ni puta la gracia, pero yo, como el
faltado que me enorgullezco de ser, me sigo revolcando de risa. Y es más, me
permito anunciar, en breve, un monográfico de jeroglíficos con nombres de
provincias españolas, con el que espero ofender de nuevo la decencia y el buen
gusto.
El otro tema es más serio, porque además
se me ha ido de las manos. Empecé a publicar, hace casi dos años, “LA PEQUEÑA
CIUDAD EPISCOPAL EN TIEMPOS DE LOS BEATLES”, partiendo de unas pocas hojas
manuscritas que tenía en un cuaderno de hace muchísimo tiempo. Es un relato por
entregas que me pongo a redactar una o dos veces al mes y que ya ha alcanzado
el tamaño de media novela. Bueno, pues confieso que carece de guion, de plan,
de líneas argumentales planificadas o de cualquier otra guía que me permita
saber a dónde irá a parar… Hace ya más de veinte entregas que tomo asiento y
son los personajes los que deciden qué vamos a contar ese día, vamos, que estoy
columpiándome en el trapecio, esperando que alguien ponga una red porque si no,
no puedo bajar. Y debo aclarar que es, casi por entero, una historia de
ficción. No son las memorias de cuando yo iba al instituto, de mi vida
familiar, ni nada por el estilo…
Acabo de darme cuenta, además, de que
cualquiera que no lo hubiera seguido y quisiera empezar a leerlo, tiene el
enrevesado cometido de rebuscar en el baúl de los recuerdos del archivo del
blog. Como algún alma caritativa me ha dicho que la historia gana, cuando se
lee de un tirón (y yo quiero creérmelo), pongo un enlace a un solo archivo, con
formato EPUB (valido para muchos lectores de libros electrónicos), donde se
puede leer todo lo publicado hasta ahora y, me doy ánimos diciéndome, que es
más de la mitad de la obra. Envío un agradecimiento a cuenta, a cualquiera que
me señale fallos, defectos, inconsistencias o cualesquiera otras taras del
texto. Si son subsanables, me habrá hecho un favor y si no lo son, la verdad
duele pero curte. Vale, aquí está el medio libro:
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