domingo, 22 de marzo de 2015

Atando Cabos

Creo haber dicho ya que esta aventura ciberespacial, emprendida hace unos dos años y medio y consagrada por entero a la falta de sustancia, es fruto de los desvelos de un pensionista sin otra cosa que hacer. Releo “La Entrada Número Cien”, que publiqué el 10 de abril de 2013, y me doy cuenta de que he seguido fiel a mis objetivos, con esa pertinacia que permitió a los seres humanos alcanzar la Luna, sólo para darse cuenta de que no se les había perdido nada allí.

Qué duda cabe de que me muero de envidia cuando visito los blogs serios, los blogs bien hechos y, sobre todo, los blogs especializados. Si tuviera idea de algo, fuera cine, literatura, música, política o la lucha contra el escarabajo de la patata, me encantaría hacer una publicación especializada en cualquiera de estas parcelas interesantes de la vida. ¿Qué hago y seguiré haciendo, a cambio? Pues escribir simplezas y partirme de risa ante la improbable idea de que alguien las lea, con la suficiente falta de indiferencia como para reírse también, o sentirse fastidiado ante mi acreditada escasez de prudencia, justicia, fortaleza y templanza (las famosas virtudes cardinales, con las que nunca he logrado orientar nada de lo que escribo, ni pienso hacerlo).

 
Pese a todo, me veo perturbado por el modesto eco de algunas entradas, que no se han cerrado en su día, así que aprovecharé hoy para dar respuesta a algunos interrogantes que preocupan a más de uno, pongamos que a dos o, en el mejor de los casos, a tres, vaya usted a saber.

Empezaré con “Tres Jeroglíficos Sobre Nuestra Historia”. La respuesta a la cuestión planteada de “¿Quién era el lendakari en Euskadi, cuando Napoleón invadió España con sus tropas?” Es: “No me acuerdo” (no mea cuerdo). Y la verdad es que es probable que no tenga ni puta la gracia, pero yo, como el faltado que me enorgullezco de ser, me sigo revolcando de risa. Y es más, me permito anunciar, en breve, un monográfico de jeroglíficos con nombres de provincias españolas, con el que espero ofender de nuevo la decencia y el buen gusto.

 
El otro tema es más serio, porque además se me ha ido de las manos. Empecé a publicar, hace casi dos años, “LA PEQUEÑA CIUDAD EPISCOPAL EN TIEMPOS DE LOS BEATLES”, partiendo de unas pocas hojas manuscritas que tenía en un cuaderno de hace muchísimo tiempo. Es un relato por entregas que me pongo a redactar una o dos veces al mes y que ya ha alcanzado el tamaño de media novela. Bueno, pues confieso que carece de guion, de plan, de líneas argumentales planificadas o de cualquier otra guía que me permita saber a dónde irá a parar… Hace ya más de veinte entregas que tomo asiento y son los personajes los que deciden qué vamos a contar ese día, vamos, que estoy columpiándome en el trapecio, esperando que alguien ponga una red porque si no, no puedo bajar. Y debo aclarar que es, casi por entero, una historia de ficción. No son las memorias de cuando yo iba al instituto, de mi vida familiar, ni nada por el estilo…

 
Acabo de darme cuenta, además, de que cualquiera que no lo hubiera seguido y quisiera empezar a leerlo, tiene el enrevesado cometido de rebuscar en el baúl de los recuerdos del archivo del blog. Como algún alma caritativa me ha dicho que la historia gana, cuando se lee de un tirón (y yo quiero creérmelo), pongo un enlace a un solo archivo, con formato EPUB (valido para muchos lectores de libros electrónicos), donde se puede leer todo lo publicado hasta ahora y, me doy ánimos diciéndome, que es más de la mitad de la obra. Envío un agradecimiento a cuenta, a cualquiera que me señale fallos, defectos, inconsistencias o cualesquiera otras taras del texto. Si son subsanables, me habrá hecho un favor y si no lo son, la verdad duele pero curte. Vale, aquí está el medio libro:
 

      

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