Hace tres días, pese a los desvelos de
los medios, se me pasó por alto el “Día de la Mujer Trabajadora”. Hoy caigo en
la cuenta, al pensar que convivo con una mujer (o esposa) trabajadora, a la que
no felicité, no invité siquiera a merendar y no regalé un mal frasco de
mermelada ecológica. Dice, en un libro que estoy leyendo (“Canadá” de Richard
Ford), que si estás enamorado de alguien es “la persona que te mantiene vivo”.
Como no puedo estar más de acuerdo y, a fin de remediar el descuido de la
omitida celebración, me siento a escribir un poema. Tras tanto tiempo, he
perdido la práctica y las musas, como de costumbre, están con Alejandro Sanz,
así que me tendré que apañar, como pueda, yo sólo.
Varias horas y muchas hojas rotas
después, me ha salido un soneto (no sé hacer otra cosa), lo voy a poner aquí
porque considero de cierto mérito intentar un poema de amor a estas alturas,
con las bodas de plata ya cumplidas. No se me ha ocurrido ningún título. (ni
argumento. Los sonetos de amor sólo sirven para decir que estás enamorado:
carecen de planteamiento, nudo y desenlace). Así que ahí va:
Me atrevo a declararte, tributario,
que te amo con sereno desconsuelo, corvas y hombros hundidos bajo el cielo
y, a punto de abismarme en el terrario,
aún alzo la cabeza, medio lelo,
y murmuro muy quedo, fiel sicario,por ti mi más rendido abecedario
que adorna la extensión fértil del celo.
Con sendas de cristal, con playas huecas,
cuando desaparezco en las Batuecaspor esos vericuetos tan extraños,
con letras que se agregan a tus notas,
con hojas que se adhieren a tus botasy así te llevo amando treinta años.
No suelo transitar en estas entradas por
territorios tan personales, así que espero que un eventual lector no interprete
nada en especial, es sólo lírica, un tanto desmañada. La adorno con fotos de la
flor de almendro que me sobraron ayer, para dar un contrapunto menos otoñal.
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