Siempre que tengo ocasión de darme una
vuelta por la Ribagorza, esta comarca tan extensa, tan despoblada y tan
fronteriza, regreso a mi casa con un descubrimiento, con una sorpresa, prendado
con un nuevo motivo de fascinación: el caso es que aprovechamos que al Domingo
de Ramos le había dado por obsequiarnos con buen tiempo y fuimos a investigar
si la primavera se había posesionado de los alrededores del monasterio de
Obarra (y no, aún están con el atuendo invernal).
Al volver, acostumbramos a parar en algún
lugar de interés monumental o histórico, comúnmente Roda de Isábena, cuyo
complejo eclesiástico es de disfrute obligatorio (incluso teniendo en cuenta
que somos infieles).
Siendo así, habíamos pasado siempre de
largo por la Puebla de Roda, una población que está un poco más arriba en el
valle del Isábena y que, no sé por qué, nos había parecido siempre un lugar de paso,
de tránsito (perdón por el error).
El caso es que esta vez nos decidimos a
parar y a visitar este pueblo que, hablo por mí, desconocía a la perfección:
solo sabía que, como es muy frecuente aquí, fue un núcleo importante antes de
que la despoblación del medio rural en los años 50 y 60 aquejara a esta zona,
dejándola convertida en un desierto demográfico.
Dos calles principales corren, más o
menos paralelas, una cercana al río, la calle Mayor y la otra, la calle Baja, próxima
a la carretera, desde la cual, no se acaban de apreciar motivos de especial
interés.
Así que no sospechaba de las bellezas que
esconde y muestra su calle Mayor, entre casas de piedra, horadando mediante
arcos tres pasadizos y con un muestrario de esos objetos para mi secreta pasión
fotográfica que, como ya he dicho, son las puertas rústicas.
Aquí las hay de todos los géneros:
restauradas y ruinosas, con dinteles rectos y semicirculares, con cuarterones
de madera, con arcos de piedra, en fin todas las variantes de lo que es la
arquitectura popular de por estas elegantes tierras.
Puertas. Espero que disfrutéis como yo,
de su sereno misterio, de lo que ocultan a la mirada y de lo que muestran a la
imaginación. Aquí, al menos, no estaban todas clausuradas, atrancadas con
cerrojo y abandonadas al tiempo y al olvido.
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