Me paseo a menudo por páginas de internet
dedicadas a usuarios deseosos de comentar las grabaciones de música moderna (o
que lo ha sido) desde los años cincuenta hasta nuestros días. Entre las que más
tiempo de navegación me usurpan, destacaré “Rate Your Music” o “Allmusic” que,
francamente, están muy bien (No como Rolling Stone, que está más obsoleta que
la bisabuela de Freddie Mercury). En la primera de ellas, me llama la atención
que cualquier paisano se pone a hacer listas de sus preferencias y se queda tan
ancho: “Los 100 mejores discos del año 1976” y pone los que le salen de los
cojones, “Las 200 mejores canciones sobre la hernia discal”, “Mis cantantes predilectos
de rancheras y corridos”, lista encabezada por Rocío Durcal, o “Ranking de los
álbumes de Camela, del mejor al peor”… A veces me han dado tentaciones de
marcarme una lista (estoy registrado como usuario), por ejemplo, “Los cien
peores arreglistas del pop español”, pero no me he animado.
No obstante, esto me ha dejado latiendo
la pregunta “¿cuál consideras tú que ha sido el mejor disco de la música ligera
en este país?” La cuestión es un tanto baladí, porque tiene una respuesta
diferente acorde con el año de nacimiento: la música que te conmueve es una
cuestión generacional, con fecha de caducidad y no llegaríamos a un acuerdo ni
siquiera entre los aficionados más melómanos del patio. Sin embargo hoy me
apetece hacer un esfuerzo: puedo eliminar todos los álbumes publicados antes de
1980, por el sencillo motivo de que los artistas no tenían la suficiente
autonomía para imponer una línea creativa, al margen de compañías discográficas
cuyo provincianismo, casposidad y atención exclusiva a lo que tuviera el más
inmediato y obvio tirón comercial, eran absolutos. Mentaré por ejemplo algunos
notables álbumes de Serrat, cuyos arreglos atroces, que habían evolucionado
apenas desde los tiempos de Machín, enrancian unas canciones de altísimo nivel.
A partir de los noventa, se produce una separación entre el mainstream, la
corriente más popular, qué sé yo, Sabina, Bosé, Luz Casal, Rosario Flores o
Celtas Cortos, artistas todos ellos cuya labor no me ofrece, personalmente, el
menor interés, y la corriente minoritaria, el indie y los grupos, músicos y cantantes
poco conocidos, cuya influencia, a despecho de propuestas de gran calidad, ha
sido escasa.
O sea que, como en el libro “Yo fui a
EGB”, nos centramos en los ochenta, la nueva ola, la movida y todo aquel
pescado… Y aquí es donde quería llegar, al disco de este cuarteto formado por
los talentosos hermanos Auserón, con Enrique Sierra y su abrasiva guitarra y
Solrac en la batería. Cantante, bajo, guitarra y batería, un clásico del rock
que, en este momento (estamos en 1984) y en este país (estamos en la España
Cañí) suena muy, pero que muy innovador. Doce canciones, seis en cada cara, no
sobra ni falta ninguna: algunas tendrán más éxito (“Escuela de calor”, “Semilla
negra”), otras serán menos conocidas (entre éstas, están mis cuatro favoritas:
“Historia de play-back”, “Hadaly”, “Tormenta de arena” y “En Portugal”)… ¿Sabes
por qué te gusta tanto este disco, so melón? – Me pregunto – pues porque era lo
más cuando eras joven, no te giba. Un error: ya no era tan joven, pasaba de los
30. Cuando yo era joven, lo más eran los Brincos (que también me gustan, qué le
vamos a hacer).
Bueno pero, ¿qué tiene este disco que no
tengan muchos otros antes o después? Varias cosas, que intentaré detallar:
Una importante solidez conceptual, ningún
tema flojea o baja el listón, o cambia de registro alterando la unidad de la
obra en su conjunto. Las letras, muy interesantes, se salen de las historias
trilladas y, casi por primera vez, el español suena natural y encajado en estos
ritmos rockeros y espasmódicos. Se nota que Auserón es un buen cantante y un
bicho de una talla intelectual notable: muchas canciones siguen conservando un
planteamiento que, aun hoy, resulta misterioso, original o inquietante.
En segundo lugar, el caldo donde se
cultiva: por primera vez da la impresión de que ingresamos en la normalidad
internacional; se acabó la transición, ya estamos concienciados, los
cantautores pueden pasar a mejor vida. Ya da la impresión de que vivimos en el
mundo moderno. No más “¿dónde estará mi carro?”
Por último, la producción es una ventaja
neta: los han echado o se han ido de su sello discográfico y tienen poca pasta,
de modo que se autoproducen y autoarreglan las grabaciones. Esto que ha sido
señalado reiteradamente como un empobrecimiento del disco (por ellos mismos,
incluso, que han remezclado y regrabado muchas veces algunos de estos temas), a
mi juicio no debilita la música, sino que es para mí su mayor gracia: es tan
esquemático que ningún detalle superfluo resta energía a las canciones que, de
este modo, suenan como una lijadora. No les volvería a pasar. Sus discos
posteriores, con mayores medios de producción y ya eclosionando el invento del
“rock latino”, tienen cosas muy interesantes, pero no la magia de éste. Por
cierto, se oyó hasta la extenuación, por una vez y sin que sirviera de
precedente en este país, el éxito premió el talento. Qué tiempos.
Como el vinilo se me quebró por el
desgaste, tengo una copia que venía en una colección, o con un periódico, no me
acuerdo, es la que aquí comparto: de uso obligatorio para melómanos y
nostálgicos en la cuarentena o en la cincuentena y muy recomendable para el
público en general.
Gracias por el disco, saludos desde Valparaiso Chile (Faltan las tres primeras Canciones)
ResponderEliminarPor suerte, o por desgracia, pude disfrutar de este y otros discos del grupo que más hizo por descubrir un nuevo panorama musical en la península.
ResponderEliminarSería injusto decir que fueron los únicos o los mejores, porque en aquella época pudimos deleitarnos con enormes bandas que nos desatascaban los oídos y la mente del rancio sabor a monopensamiento que todavía parecía palpitar en el ambiente, pero sin duda hicieron cantera para muchos nuevos valores que surgieron después.
Muchas Gracias
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