Acabo de darme el placer de ver “Juntos”.
Con guion y dirección de Lukas Moodysson, esta sorprendente película sueca del
año 2000 empieza como nuestra Transición, con la frase “Franco ha muerto” y la
euforia que a continuación se desata. La ficción se sitúa, pues, en Estocolmo en
1975 y vamos a asistir a los avatares cómicos y dramáticos, tiernos y
escandalosos, hipócritas y sinceros, de una comuna hippie donde conviven varios
adultos jóvenes, esforzándose por superar las contradicciones y carencias de la
periclitada familia burguesa convencional, de la obsoleta moral patriarcal
judeocristiana y de todo tipo de imposiciones, discriminaciones, cadenas y
condenas.
El problema que surge cuando se trata de
superar un modelo caduco y opresivo no es tanto romper con él y dejarlo atrás,
sino establecer un paradigma de relaciones que mejoren la experiencia vital de
todos los sujetos implicados. Y esto ya es otro cantar. La película de
Moodysson analiza el tema sin prejuicios, sin tapujos y con una sutileza que se
tiene oportunidad de ver en muy contadas ocasiones.
La primera trampa que elude es la del
maniqueísmo, también evita el compromiso y comienza a narrar material muy
sensible sin enjuiciar: Elisabeth es un ama de casa con dos hijos, Stefan y
Eva, un niño y una preadolescente. Abandona su hogar porque su marido Rolf
(encarnado por el actor Michael Nykvist, el protagonista masculino de la saga
Millennium) es un borrachín y un maltratador y la ha golpeado. Elisabeth marcha
en compañía de sus hijos a quedarse con su hermano Goran, idealista y
alternativo, que vive en una comuna hippie radicada en un caserón de las
afueras. El aterrizaje de la madre y sus dos criaturas en su nueva familia es
antológico, el choque producido por la confrontación con un esquema de valores
radicalmente contestatario es narrado desde los ojos de los niños y no tiene
desperdicio.
La historia se desgrana en varios planos
y niveles y funciona como un mecanismo de relojería. Por un lado Elisabeth es
una persona convencional que ansía liberarse de las secuelas de su relación
matrimonial traumática, haciendo el esfuerzo de adaptarse a esquemas de
conducta rompedores. Por otro lado los miembros de la comuna no acaban de hacer
honor a su nombre “Tillsammans” (Juntos) y el elenco de individualidades abarca
desde naturistas, pasando por activistas políticos o simples inconformistas, hasta
personas en busca de una identidad sexual… y al frente, que no al mando, está el
inefable Goran. Éste y Lena forman una pareja pretendidamente abierta y
liberada, que ha superado los viejos clichés burgueses de la exclusividad
afectiva y la posesión, pero en “Juntos” casi nada es lo que parece.
Eva no quiere ni mirar |
Para acabarla de liar, el impresentable
Rolf, el marido abusón, echa de menos a su mujer y a sus hijos y, animado por
un cliente al que presta servicios de fontanería, decide emprender un cambio de
hábitos para recuperar a los suyos. Su cliente y amigo se pone a sí mismo como
ejemplo de la estupidez de caer en una angustiosa y vacía soledad: el pobre
estropea los desagües para que Rolf venga a repararlos y así poder hablar con
alguien.
Las presentaciones |
Stefan y Eva, los hijos, miran con la
misma dureza a su padre, ebrio y violento, que a la comuna que, para ellos, tiene
unos valores despreciables, está sumida en el desorden y carece de las cosas
más elementales: perritos calientes, televisión, normas aceptables… Pero a lo
largo de la película irán pasando del menosprecio a una comprensión de mayor
riqueza y madurez.
Goran |
Capítulo aparte merece la iniciación
sentimental de Eva con un rarito niño, hijo de unos vecinos que denigran y
espían a la comuna, iniciación que opera un cambio en la difícil vida de ambos,
ayudándoles a superar la marginación y a recuperar su autoestima. Esto me
permite abordar precisamente el punto clave de esta sensacional comedia, que no
es otro que la complicidad, la compasión con la que el autor mira desde la
cámara. Moodysson podría mirar con condescendencia a sus ridículos, abatidos y
atormentados personajes o sentir lástima por ellos, pero no hace ni una cosa ni
otra y es esa mirada, cargada de empatía, la que los redime a casi todos y la
que convierte unas vivencias, a mitad de camino entre lo grotesco y lo melodramático,
en una experiencia humana entrañable, coronada por el paraíso de un partido de
fútbol familiar en el jardín y es que “a todo el mundo le gusta el fútbol”.
Elisabeth magullada |
Una producción decididamente cutre, entre
el telefilme de sobremesa y el vídeo casero, con planos donde se usa el zoom
para singularizar los personajes y una fotografía que subraya colores primarios,
vivaces o chillones, son factores que juegan, de forma simple y eficaz, a favor
de la película, dándole un aire doméstico, íntimo y creíble, que recrea aquella
época setentera con más aciertos que medios: la furgoneta de Goran es aquí el
icono emblemático. En general me ha dado la impresión de que no hay nada
superfluo o gratuito ni en el aspecto formal o material de la película, ni en
su guion, ni en su montaje. Entre eso y la deliciosa “S.O.S” de Abba como
leit-motiv en un buen combinado de músicas de la época, nada chirría en este
frágil y afinadísimo mecanismo que pretende (y consigue) transmitir
espontaneidad, frescura y naturalidad. A cualquiera, desde seguidores de
monseñor Escrivá de Balaguer, hasta devotos del mas libertario credo
anarquista, esta película puede servirles para acrecentar su sintonía con el
mundo y su… ¿Tolerancia? Yo que sé.
“No pienso discutir a quién le toca
fregar los platos. ¡Fregar es de burgueses!”
Rolf, ruina de padre |
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