Hoy me he desayunado con esta noticia:
Renfe ha anunciado el cierre de chorropotocientos servicios de trenes de
cercanías. Según El País, “el recorte de oferta de trenes afectará a 900.000
viajeros” …”y va en la línea del objetivo del Ministerio de Fomento de
supresión de los trayectos y de las estaciones que se consideren ineficientes
por su baja rentabilidad o escasa ocupación”. Sinceramente no me cuesta ningún
esfuerzo cerrar los ojos en la modorra de la siesta e imaginarme al preboste responsable declarando
ante los medios, respecto a los viajeros afectados: “Que se jodan. Han tenido
tiempo de comprarse un Audi como yo, que es más cómodo y tiene mejor tapicería
que cualquier vagón. Además, si en algo estamos de acuerdo todos los que
mangdamos o hemos mangdado, sin partidismos de ninguna clase, es en que el tren
no es rentable, del tren no sacamos casi nada y hay que meter mucho dinero. En
cambio, con la construcción de carreteras, algunos nos hemos puesto los
coturnos y otros se han puesto las katiuskas, y no olvidemos que la fabricación
de automóviles es la locomotora de la economía. Se me ha pasado colocar la
palabra sostenibilidad, pero póngala usted donde le venga bien.”
El Zaragoza-Lérida a su paso por Selgua Station |
Con la noticia, me ha venido a la memoria
este eslogan paleopublicitario: “Papá, ven en tren.” Qué risa. En los tiempos
de dos coches en cada garaje y miles de pueblos sin servicio ferroviario de
ningún tipo, a papá le preguntan, ¿te gusta conducir? y de grado o por fuerza,
papá disfruta del atasco cotidiano porque “el tren no es rentable”, mientras
que un Senado con pinganillos y diecisiete parlamentos autonómicos, lo son
mucho (para algunos).
La señal no miente: pasa un tren cada 120 días |
No es mi intención esbozar aquí una
sentida reminiscencia nostálgica del moribundo medio de transporte. Nunca lo he
disfrutado en exceso. El tren que yo he conocido siempre me ha parecido lento,
incómodo, sucio, impuntual, caro (si no era un borreguero) y poco fiable. Es un
servicio que aquí ha pasado del subdesarrollo a la extinción sin llegar a
modernizarse. Tengo que ahorrar un día para coger el AVE y ver si cambio de
opinión, porque imagino que los señoritos y los ejecutivos serán más exigentes
que la chusma de la que formo parte como viajero. Eso sí, Monzón-Río Cinca, la
estación de tren que tengo cerca de mi casa, veía pasar doce o catorce trenes
en cada dirección hace treinta años, ahora pasan tres y amenazan ya, con
suprimir uno… Papá, ven como puedas.
Parece de época colonial, pero es de hoy |
No conduzco, así que he tenido siempre
que morir al palo del transporte público. Cruel destino en este país tan
hipermotorizado por una parte, y tan hiperatrasado por otra. El tren no me ha
servido nunca jamás para ir al trabajo: o vives en las cercanías de una de las
cinco o seis ciudades más grandes del país, o que te den. Los autobuses son un
poco menos peores, pero tampoco creas que hay servicio de autobús para ir a
todas partes, amiguito: vivo en un pueblo de diecisiete mil habitantes y si
quiero ir a la capital de mi autonomía a hacer una gestión administrativa o
académica o, simplemente, a contemplar cómo es el entorrrno donde sus señorías
se tocan el nabo (o el higo), pues tengo que hacer un transbordo a mitad de
camino ¡Y tampoco está tan lejos! Señor, qué cruz. Total que solo quedamos como
usuarios del transporte público los bulliciosos y sufridos estudiantes,
ancianos achacosos que se dirigen resignados a los distintos puntos de atención
sanitaria, inmigrantes de países que antes se llamaban del tercer mundo y ahora
países emergentes, que deben encontrarse con un servicio que les resultará muy
familiar y yo. Lo digo recién aterrizado de un autobús, aún no me he
desenrollado las piernas de las orejas.
Un púlpito para predicar las excelencias del tren |
He repensado lo del tren: vale más un
servicio malo y pobre que su absoluta carencia. De crío viajé mucho de Jaca a
Zaragoza (costaba cinco horas y media y era tremendo, venían viajeros franceses
a hacer turismo exótico y de aventura avant la lettre, lo juro). Y es que el
“Canfranero” era mítico. Si ibas a Francia, partiendo de Jaca, costaba el mismo
tiempo llegar hasta Pau (150 km. más o menos), que de Pau a Paris por Burdeos (casi
mil km.). Y este es un viaje que he hecho en alguna ocasión, pues mis abuelos
paternos vivían exiliados por allá arriba. En aquella época entrabas en Francia
y era como viajar en el tiempo. Veinte años al futuro o así. Entonces, como
todos los niños, adoraba los trenes, tenían algo mágico… Mis nietos se lo
perderán.
Una estación en medio de ninguna parte |
Enterrados bajo los escombros yacen algunos viajeros a los que no se avisó de que el servicio había sido interrumpido |
No hay comentarios:
Publicar un comentario