lunes, 2 de diciembre de 2013

El Lenguaje Perdido De Las Grúas

El título de esta entrada, lo tomo prestado de una novela (The Lost Language of Cranes, 1986), nacida de la pluma de David Leavitt, un escritor neoyorquino de gran predicamento en la comunidad gay. La novela habla de incomunicación, soledad y frustración y, sí, también habla de grúas.



Si mal no recuerdo, en algún capítulo, se contaba el estrafalario caso de un niño desatendido, que imitaba el comportamiento de las grúas porque era lo único que veía desde la ventana de su habitación. No es sólo que en Norteamérica estén un poco “p’allá”, sino que, es cierto, las grúas tienen un algo de misterioso y atractivo, sobre todo vistas al atardecer, en el momento en que cesa su actividad, como acostumbraba yo a contemplarlas desde mi ventana, cuando crecían como setas en las extensas afueras de mi pueblo.

Por aquél entonces, su misterio se materializaba en que eran el símbolo más visible de una prosperidad económica, más o menos ficticia, que se ha evaporado sin dejar otro rastro que la pobreza que ya nos adornaba y otra tanta que hemos importado. Planteaban un enigma: ¿quién va a poder adquirir todas estas viviendas, si cuesta una vida ganar el dinero necesario para comprar una casa?

Evidentemente las esbeltas grúas no tenían la respuesta, su secreto lenguaje consiste, por estas tierras, en una sucesión de silbidos y crujidos, unos ruidos como de mecánicos suspiros inertes que el viento va tañendo en sus afilados perfiles. Ahora se echan un poco de menos en el paisaje. Allá donde las levanten en este momento, escucharán su idioma indescifrable (y algún niño perturbado como aquél de la novela, las imitará extendiendo sus brazos y girando como un derviche).




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