Una de las satisfacciones que me produjo,
en mi juventud, la tenaz escritura de poemas a altas horas de la madrugada, en
estados variables de alteración psíquica, fue la posibilidad de ser hermético.
Un gran poeta decía dirigirse “a la inmensa minoría”; otro, éste un admirado
letrista de canciones, afirmaba “escribo para saber lo que pienso de las
cosas”. Influido por ambos, yo escribía para experimentar una especie de cortocircuito,
en el que oscuras intuiciones se alumbraban como intuiciones oscuras.
Aquí, en el soneto que hoy transcribo,
subyace la intuición de que (¡cómo no!) la vida no es justa (ni políticamente
correcta). Somos reos de vida, lo que significa que, a todos y cada uno, la
vida nos ha condenado a muerte y no hay palabras para expresar la trágica enormidad
de lo que, el mero hecho de la existencia, nos depara y, pese a que, en todo
momento, lo peor está por venir… Ya sabía yo que me iba a perder, bueno, lo
mejor será dejar aquí el poema y ver si alguien se lo encuentra y descifra su
significado, en el caso de que tenga alguno.
al trasluz sublunar, y no seduce
la estampa del ahorcado con su lazo
lleno de flores mustias, su cedazo
servil y una linterna que no luce.
al que aspire a ser rey de maricones.
y atícenle al ateo con la tea.
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