Aristóteles decía: “A medida que me hago
más viejo, me gustan más los mitos.”
En Navidad el sol alcanza su punto más
bajo, la noche es más larga y el día más corto. En la lucha entre la oscuridad
y la luz, ésta vence y el sol “invictus” comienza de nuevo su marcha triunfal.
El cristianismo conmemora, en ese día, el nacimiento de Jesús, el nacimiento de
la luz.
No se trata de celebrar un hecho
histórico. En el siglo XII un místico dominico alemán, Maestro Eckhart,
escribió “¿De qué me serviría si Jesucristo hubiera nacido de Dios y yo no?”
Jesús es el modelo en el cual puedo reconocer quién soy: hijo, hija de Dios.
Podemos celebrar nuestra propia fiesta de nacimiento, caer en la cuenta de
nuestro origen divino. Jesús es la cara visible de Dios, igual que cada uno de
nosotros. Un ser espiritual que ha nacido dentro de un cuerpo para desplegarse
en él. Todos nosotros somos Dios.
Esta página entusiásquica, que se complace
día tras día en su humor retorcido y chabacano, hoy se pone seria, para desear,
cordialmente, Felices Navidades al usuario, a la lectora, al simpatizante y al
seguidor, ¡a los cuatro! Y también a cualquiera que se tope con ella navegando
por el proceloso mar de la red: éste era el mensaje que encontraste en la
botella.
Para acompañar el texto, no sabía si
poner la coral 64 del Oratorio de Navidad de Bach porque, como dice Salvador
Paniker en una entrevista reciente, “No soy ateo porque existe Bach”,
o enlazar con una bellísima y poco
conocida “The Cold Song” de Purcell, que también tiene un uso navideño. Van las dos,
escúchalas y que la paz te inunde.
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