Inmersos en el desánimo inducido por
estos últimos y desapacibles días del otoño, que nos han cercado de nieblas,
lluvias, vientos y fríos, sumiéndonos a los espíritus más débiles en el ámbito
de lo melancólico y lo deprimente, hallamos un momentáneo refugio en el fugaz
consuelo de las emociones estéticas. En contra de lo que pudiera parecer, mi
pueblo es pródigo en manifestaciones artísticas de vanguardia, mal comprendidas
por algunos y sujetas a la indiferencia de los más.
Pese a todo, contamos con un nutrido
grupo de jóvenes artistas urbasnos, cuyas infatigables actuaciones perlan el
espacio público de intervenciones atrevidas y desconcertantes. Tales montajes
están orientados a expresar la angustia y el desasosiego propios de nuestra
época carente de horizontes. Su mérito nos alerta a los auténticos conocedores
del valor que tiene la deconstrucción del mobiliario urbano y su conversión en
objetos artísticos. Conocedores que, de momento somos pocos, aunque
influyentes.
Influyentes, digo, porque si no, los
jóvenes guerrilleros del arte que sacuden nuestras conciencias y embellecen
nuestro entorno, se verían privados del necesario apoyo moral. Sin él,
carecerían de compensación para ejecutar tan a menudo estas exhibiciones y
happenings que, aun contando con el beneplácito de los ediles del ámbito
cultural, adolecen de falta de recursos, al no disponer (quizá debido a los
recortes) de subvenciones, óbolos, patrocinadores, o cualquier otro tipo de
soporte económico o publicitario. Quiero señalar que los artistas ponen, de
modo gratuito, su trabajo y su entusiasmo, sus materiales, cuando éstos son imprescindibles,
y sus propias herramientas, obteniendo, a cambio, la incomprensión de la
mayoría y siendo ignorados por las instancias oficiales del arte: promotores,
galeristas, etc., cuya concepción reaccionaria e inamovible, desafían con estas
brillantes composiciones.
Aunque entre las citadas manifestaciones,
casi siempre interdisciplinares, predomina la pintura, como el grafiti es ya
muy popular (bueno, más conocido que popular), hoy haré una especial incidencia
en la escultura, trayendo a esta ventana privilegiada una memorable instalación
que tuvo lugar en el parque de la Azucarera, a finales de enero del 2000. Aquéllos
jóvenes vanguardistas, responsables de esta singular muestra de arte urbano,
deben estar ya rondando la treintena y su vocación artística puede haberse
esfumado. Si la consagración les ha sido esquiva y vieran esta obra, no podrían
reprimir una punzada de nostalgia.
Aquí tenemos “Banco para sentarse erguido
y papelera conceptual”, armoniosa y eficaz.
Dejaron este “Caballito desnudo” para que
los niños lo vistieran con su imaginación.
Este precioso “Banco higiénico” permite y
facilita la defecación del usuario, mientras, por ejemplo, lee acuclillado el
periódico.
Adaptaron este “Banco para personas muy
altas”, de modo que, sentadas en el suelo, se apoyaran cómodamente en el
respaldo.
El proyecto más ambicioso: “Quiebra
bancaria”, en una, por entonces, profética anticipación de la crisis.
En este “Airee sus genitales” se ha
llevado a cabo una actuación minimalista, que apenas perturba la comodidad de
cualquier cansado transeúnte.
Puede parecer una instalación esquemática
y poco elaborada, pero hay que matizar que a nuestros artistas no se les
catapulta con los privilegios que, en el País Vasco, disfruta la “kale borroka”.
Aquí, como se ha dicho, nada de apoyo institucional ni de financiación pública:
los artistas callejeros se lo tienen que currar a palo seco.
Con el agravante de que algunos sectores,
los de la derecha más conservadora, expresan insidiosas dudas sobre la utilidad
de estas manifestaciones para sacudir las conciencias y expresar el desarraigo
y la desesperación de los oprimidos. Algunos llegan a tildarlas de gamberrismo
y, para impedir estos efluvios de libertad de expresión, reclaman de la policía
urbana que vigile los parques.
Como si no tuvieran otra cosa que hacer.
Y como si no hubiera habido siempre
gamberrismo: el que no haya roto una farola a pedradas cuando era joven, que
tire la primera piedra.
O que no la tire ya, que quizá es demasiado
tarde.
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