No parecía posible, pero ayer asistimos a
la celebración más raquítica, amorfa y desmotivada del día de la Constitución
de los últimos 35 años. Es un tema que ya no tiene presencia ni en los colegios.
Creo que, para ser éticos, deberíamos solicitar la abolición de este largo e
insulso puente.
Me desayuno esta gélida mañana con la
noticia de que hay contactos y conversaciones entre el Jefe del Gobierno y el
Jefe de la Oposición para la reforma del texto constitucional. Parece como si
esta reforma formara parte de las demandas políticas más acuciantes del
momento. Todos los españoles hemos caído en la cuenta de que esta constitución
ya no nos pone y, en consecuencia, queremos cambiarla en cuanto pasen las
navidades.
A mí me parece un ejercicio de frivolidad
espeluznante, por un sencillo motivo: esta Constitución que tanta indiferencia
despierta, fue fruto de un consenso que hoy en día, sinceramente, no creo
posible. Una constitución es letra muerta cuando el cuerpo político y la
ciudadanía por él representada, no la consideran el conjunto de normas y
principios básicos que rigen la vida pública en el Estado.
He leído la Constitución de 1931 y es un
texto fabuloso, sin embargo hoy sabemos que su utilidad fue, más bien,
moderada. Dígaseme ahora en qué texto constitucional veríamos reflejadas y
canalizadas las aspiraciones soberanistas vascas y catalanas, quién lo
redactaría y cómo se obtendría un mínimo de entusiasmo colectivo por el nuevo
marco de relaciones. Es un chiste. Es como si yo fuera el encargado de redactar
los estatutos de unificación de ETA y Al-Qaeda, seguro que no salía nada que
les fuera a complacer.
Bueno, yo quiero reiterar un modesto
homenaje a nuestra casi obsoleta piedra angular del edificio legislativo del
Estado español. Desearía conjurar el miedo que me dan aquellos que dicen que
ninguna constitución podrá frenar sus aspiraciones colectivas (es como si
dijeran, como conductores libres, no aceptaremos la imposición de ningún código
de la circulación) y déjeseme reiterar la obvia pedagogía de que un buen texto
constitucional no satisface a nadie,
pues para unos es el techo de las concesiones que pueden otorgarse, mientras
que para otros es apenas el punto de partida de sus pretensiones.
Pondré aquí, por si algún día quiero
consultarlo, el nombre de los siete próceres que parieron esta poco
espectacular pero práctica carta magna: Gregorio Peces-Barba (PSOE), Miquel
Roca i Junyent (CiU), Jordi Solé Tura (PSUC), Gabriel Cisneros (UCD), Miguel
Herrero y Rodríguez de Miñón (UCD), José Pedro Pérez-Llorca (UCD) y Manuel
Fraga Iribarne (AP). Por orientación política, predominaron las derechas (5/7) y
por procedencia territorial madrileños (2/7) y catalanes (2/7)(¡¡Curioso dato
para decir a estas alturas no sentirse representados!! Murcianos no había
ninguno).
Para animar la celebración, he escogido un
bonito tema del más grande grupo musical que hubo en España en los tiempos
preconstitucionales: los Brincos, cuya alegre melodía pone un festivo marco de
referencia a las imágenes que he seleccionado de internet, guiándome por su
pertinencia respecto del evento.
Y f+elicito desde aquí a la biznieta de
la Pepa.
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