La Espía Que Me Amó. Tal podría ser un
(lamentable) título alternativo para esta novela. Lo he tomado prestado de Ian
Fleming, cuya obra no he leído. Sólo he visto algunas películas del ciclo de
James Bond que, en general, me han parecido filmes de acción bastante pueriles,
dirigidos a satisfacer las fantasías de lujo y lujuria, de poder e impunidad, entre
públicos dispuestos a consumir entretenimientos sin problemas y fábulas poco
exigentes. Hace poco vi “Desde Rusia Con Amor” y “Goldfinger” y, pese al buen
oficio y al innegable gancho de Sean Connery, no sé si podría con seriedad
distinguirlas, o recomendarlas, por encima de las parodias de “Austin Powers” (que
a mí me gustan bastante más que los parodiados originales). Quiero, con todo
esto, decir que mi inclinación por el género de espías, o por las andanzas de los
servicios secretos occidentales durante la Guerra Fría, es escasa, más allá de
haber disfrutado ocasionalmente con Graham Greene (El Factor Humano) o John Le Carré
(El Espía Que Surgió Del Frío).
Así pues, que mi escritor predilecto se
embarcara en “una de espías” no era una gran noticia para mí, pero como estaba
dispuesto a perdonárselo todo, la compré y me embarqué en su lectura. Una vez
acabada ésta, he necesitado 24 horas para recuperarme del pasmo y poder cerrar
la boca. Bueno, aún estoy un poco boquiabierto, ahora que me dispongo a
recomendarla aquí, para uso de cualquier mortal que se tenga por amante de la
lectura y que disfrute de la suerte y el privilegio de no haberla leído
todavía. Aquí no cabe esperar a la película, pues no veo la forma de llevarla
al cine sin destruir su principal atractivo, que es estrictamente textual o
literario.
“Operación Dulce” es una novela algo
voluminosa (400 páginas en la edición de Anagrama) y muy absorbente, poco apta
para leerla antes de un examen de Derecho Mercantil o de Didáctica General, o
mientras tienes que vigilar el horno o durante una guardia de enfermería. Una
vez que te adentras en la trama, ya no conoces ni a tu padre.
Es y no es una novela de espías. Admito
que éste es su aspecto aparente, aunque va mucho más allá: en realidad es una
narración sobre la propia naturaleza y el alcance de la narración misma.
Literatura sobre la esencia del hecho literario. Dicho así parece muy abstracto
y uno siente unas irreprimibles ganas de salir corriendo a proveerse de un
best-seller como Dios manda. Sin embargo, esta novela que habla, entre otras
cosas, de cómo se cocina una novela, tiene más gracia, más morbo, más suspense
y más interés que cualquier best-seller que yo haya leído en los últimos
cincuenta años. Si crees que exagero, léela.
Comienzas conociendo a Serena Frome, una
chica de buena familia, atractiva y despierta, a la cual una circunstancia, más
o menos fortuita, lleva a ser reclutada por el MI5, el servicio de inteligencia
británico. Al principio su trabajo carece del más mínimo glamour, no pasa de
ser una auxiliar administrativa mal pagada y sujeta a poderosas restricciones,
emanadas de lo más turbio y fétido de las cloacas del Estado, donde
mecanografía informes reservados, reservadísimos, pues es tiempo de Guerra
Fría, estamos en 1972 y la amenaza soviética se cierne sobre el mundo libre, o
eso aseveran sus jefes.
Un día su suerte cambia. “Los de arriba”
piensan que hay que hacer frente al comunismo también en el ámbito de la confrontación
ideológica y cultural, donde éste parece haber tomado cierta ventaja, ya que su
prestigio alcanza a numerosas personas “comprometidas” en el mundo intelectual
y universitario, en el de la enseñanza, la literatura y las artes. De este modo
se plantea la “Operación Dulce” que consistirá en financiar, a través de una
Fundación conectada con los servicios secretos, a periodistas y escritores de
valía que puedan denunciar con credibilidad la falta de libertades y la
situación real en los paraísos comunistas. Así Serena, haciéndose pasar por
directiva de esta supuesta Fundación cultural, conoce y “capta”, para favorecer
la promoción de un nuevo talento, a un joven y prometedor escritor, Tom Haley,
del que, como era lógico y previsible, se acaba enamorando, lo que la lleva a
establecer una potente relación física, sentimental y literaria.
He aquí el conflicto: ella sabe que ha
accedido a él con un engaño; si le dice la verdad, perderá el trabajo y la
confianza de su amado, si le sigue mintiendo… Hasta aquí puedo leer, que decía
el presentador del concurso televisivo “Un, dos, tres…” Por cierto, uno de los
tejemanejes habituales en la versión inglesa del famoso concurso, es usado para
ilustrar una conocida paradoja probabilística (la propondré pronto en
Matemáticas Y Diversión) que, en el libro, da lugar a un pasaje singularmente
genial (y es que Serena es matemática por formación universitaria y a McEwan le
interesan mucho los ámbitos “de ciencias”, como ya demostró en “Solar”).
La obra es original, sólida y una pizca
romántica. Su elaborado truco de ingeniería narrativa confunde y sorprende al
lector más desconfiado. Su especular (y espectacular) pareja protagonista te
arrebata, sea cual sea tu sexo y tendencia y, por si esto fuera poco, hay unos
interesantes “bonus” que intentaré enumerar:
Uno. Una rica ambientación de época y
situación social nos remite a varios e interesantes temas transversales. Nos
asomamos a la Inglaterra de los primeros años 70, con la crisis energética, la
Guerra Fría y la lucha contra el IRA Provisional, el cual, reventando autobuses
y pubs, trataba de desencadenar un Golpe de Estado. Se ha acabado el optimismo
de los 60 y vemos a una de las democracias más viejas y sólidas de Europa,
zarandeada por la crisis, el malestar, las huelgas, la inflación, el terrorismo
y una cierta desesperanza que se instala en el estado de ánimo de sus
moradores. Tiempos oscuros.
Dos. Una descripción de situaciones
características de la trastienda del Estado, de los servicios de inteligencia,
donde magistralmente se levanta el entramado de relaciones en las que todo es
ominoso, todos desconfían de todos, no se sabe dónde está el engaño o la
evidencia, la mentira o la verdad, la lealtad o la traición.
Tres. Un racimo de narraciones
secundarias (las producciones de Tom Haley, el escritor), entreveran la trama principal
con otros cuentos e historias que, sin interrumpirla ni entorpecerla, la
completan, la enriquecen, la iluminan, hasta configurar un mosaico de
variaciones ilustrativas de los procedimientos de creación literaria. Este me
ha parecido el más original y emblemático de los planteamientos de la obra: ¿se
cuentan unos acontecimientos o acontece lo que unos cuentan? ¿la realidad es
fabulada o lo fabulado crea la realidad como una emanación?
Y cuatro. Por último está un estilo, el
de McEwan que es muy elaborado sin dejar de ser natural, muy nítido sin dejar
de ser misterioso, muy sencillo contando cosas verdaderamente complejas. Y se
adorna de sutilezas y matices sin perder su aparente facilidad. Cuando sepamos
cómo lo hace, será algo canónico, de aprendizaje obligatorio. Tengo ya planeado
que, en una próxima vida, aprenderé a leer inglés a nivel literario, para
disfrutar de esto como es debido, maestro.
Una vez lo hayas acabado, si te apetece profundizar
en este libro desde una perspectiva de análisis más seria, prueba a leer esta
magnífica reseña:http://vanityfea.blogspot.com.es/2013/09/novelist-spying-on-himself.html
¡Me has puesto unas ganas de leer el libro otra vez...!
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