En el siglo XII doña Sancha de Castilla,
esposa de Alfonso II de Aragón, apodado el Casto (tal vez porque su consorte debiera
apodarse la Coco), mandó construir este monasterio de estilo románico
cisterciense que, superando con mayor o menor fortuna complejos avatares
históricos, ha llegado hasta nuestros días. Lo más remarcable de lo que se
conserva es la asombrosa portada de la iglesia: un arco con numerosas
archivoltas sin adorno, que no cobijan un tímpano y que forman un conjunto
original e inolvidable: una vez visto es inconfundible.
El monasterio estuvo prácticamente
abandonado en los años setenta y primeros ochenta. La maleza lo invadía y uno
podía acceder a la iglesia y otras ruinosas dependencias como Pedro por su
casa.
Con un amigo, también con veleidades
excursionistas, nos habíamos provisto en aquella época de dos ciclomotores Mobylette,
de los que usaban los labriegos para desplazarse al huerto. No molaban nada,
pero eran fiables y robustos como los pilares de la Tierra. Un día llegamos
hasta Villanueva de Sigena y “exploramos” de cabo a rabo el desaliñado y
bellísimo conjunto monumental.
Hasta nos subimos al tejado. Las fotos
son malas porque yo entonces tenía una Olympus Pen EE-3 que, siendo funcional,
no daba para más definición. Además las escaneé con el culo y me deshice de los
originales L.
Un joven Himphame ante la iglesia |
Un joven Himphame en el campanario |
Actualmente, el monasterio vuelve a estar
habitado y activo. En 1985 se instalaron allí un grupo de religiosas de las
Hermanas de Belén y de la Asunción de la Virgen que, al parecer han ido
consiguiendo fondos para restaurarlo en parte. Por tal motivo, la visita hoy en
día es más cómoda e instructiva, aunque ha perdido el aspecto “aventurero”,
romántico y gratificante que yo tuve el privilegio de disfrutar hace casi 40
años.
El monasterio es hoy además testimonio de
un conflicto muy significativo, para cuya explicación tengo que remontarme unos
añitos más. En 1936, los aguerridos milicianos le prendieron fuego,
coherentemente con lo que sus creencias y su sensibilidad dictaban. Pero la
Generalitat de aquél turbulento momento histórico, tuvo la sensata ocurrencia
de “preservar” las pinturas murales, unos frescos románicos de grandísimo valor
que, aun hoy, el pasmado visitante puede admirar en el MNAC (Museo Nacional de
Arte de Cataluña, traduzco de su página web), previo pago de una modesta
entrada (12 €). Posteriormente, la propia Generalitat completó su esfuerzo
preservativo, adquiriendo a un precio irrisorio el resto de los objetos de
valor artístico que se habían salvado de la furibunda piromanía
anarcosindicalista. El gobierno aragonés reclamó luego una opción de retracto
en el pago, para recuperar los bienes pero, en este caso concreto, los
tribunales bendijeron el expolio que, al parecer, había tomado la dirección políticamente
correcta, sin olvidar que fue la propia Iglesia la que se había vendido los
copones y otras herramientas. En ese litigio andan los próceres de aquí, con
menos posibilidades de éxito que si se hubieran embarcado en la recuperación
del oro de Moscú.
Tengo, para terminar, el placer de
adjuntar dos imágenes que permiten una comparación muy bonita (e instructiva):
la foto de la piedra desprovista de sus valiosas pinturas y la foto de las
valiosas pinturas puestas a buen recaudo por nuestros vecinos. Se pueden sacar
variadas y opuestas conclusiones, dado que los caminos del Señor son infinitos.
La piedra despintada |
O se puede hacer un fotomontaje
superponiendo ambas imágenes.
La clave está en el MNAC |
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