¿Puede un ministro de Educación, Cultura
y Deporte, en un país como el nuestro, ser una persona respetada, querida,
admirada y popular? Por supuesto que no, pero llegar a unos niveles de inquina,
rechazo, execración y aborrecimiento tan unánimes como los que ha conseguido
este sociólogo sesentón, no deja de tener un admirable mérito. Él se muestra
con un talante inmune al acúmulo de denuestos que los medios hostiles (que son
casi todos) vierten sobre su ejecutoria. Tal vez piense, como Oscar Wilde o Dalí,
que lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal.
No es cierto que se presentara a un casting para obtener el papel de Gollum |
Bromas aparte, el encargo que recae sobre
este señor no es una cuestión que pudiera resolverse, entre nosotros, con una
caja de paracetamol y cuatro tiritas. Trabajé muchos años en el sector en el
que este personaje sería mi jefe y tengo buena memoria, pese a todo no sería
capaz de responder con mínima coherencia a ninguna de estas preguntas: ¿Cuándo
comenzó la Educación en España a adquirir el decidido carácter esperpéntico que
la caracteriza en la actualidad? ¿Puede pensarse, siquiera un momento, en un
ámbito o sector con menores posibilidades de consenso? ¿Podría una reforma
educativa diseñada por los más reputados expertos del mundo mundial tener, en
un contexto como el nuestro, la menor probabilidad de éxito? Mis respuestas
provisionales son “ni se sabe”, “no” y “no”. Y además, no es una cuestión de
recursos humanos o materiales: hasta donde recuerdo, me he movido entre
profesionales cuya capacidad y entrega, en la mayoría de los casos,
difícilmente pondría en duda.
Y es cierto, ahora, merced a los
inmisericordes recortes, hemos retornado a la cutrez de medios, característica
de nuestro sistema educativo en casi todas las épocas recientes y pretéritas.
Pero cuando se vertían generosas asignaciones presupuestarias (¿cuándo?) en
bibliotecas, laboratorios, apoyo al profesorado y atención a la diversidad,
juro que tampoco noté yo que, no ya se incrementara la calidad de la educación,
sino que siquiera se frenara su deterioro.
Dicen que la LOMCE revitalizará la educación musical |
Entonces, ¿qué? Pues muy sencillo, resumamos
diciendo que se trata de una cuestión estructural y de modelo social, que queda
muy bien y parece un argumento muy sólido.
Los valores, propósitos y finalidades
del marco socioeconómico que alimenta a las instituciones educativas, aquí y
ahora, no permiten formar competentes investigadores que, en sus ratos libres,
lean a Dostoievski, sino gente mucho menos cualificada, fruto del fracaso
escolar y de la falta de perspectivas laborales y de horizontes vitales. Gente
apta para sumarse a la cola del paro que amenaza con dar tres vueltas a la
península. Leí no sé dónde que los empresarios se quejan de que el personal
está sobrecualificado y en otro sitio, para incrementar mi sorpresa, que
tenemos la generación mejor preparada de la historia del país… Y sin embargo es
un hecho verificable que el sistema educativo está licenciando un número cada
vez mayor de analfabetos funcionales, ¿cómo se come esto? ¿Es una contradicción
real o sólo aparente?
Por lo pronto, ahí está el señor Wert con
sus palabras, que si “la promoción del esfuerzo personal”, que si “el cultivo
de la excelencia” y yo me pregunto ¿quién le va a agradecer esos desvelos? ¿Es ése
el modelo educativo que los ciudadanos demandamos? Bah. Los ciudadanos
demandamos guarderías, lo más gratuitas y entretenidas que sea posible, hasta
los veinticinco años, de donde salgan nuestros vástagos con una titulación
superior que les dé acceso, por lo menos, a un desempeño bien remunerado, de
asesor en la consejería de confort y medio ambiente de la instancia política
más próxima a su domicilio, o en su defecto, a un trabajo artístico que aúne
libertad creativa y subvención pública, en algún medio comprometido pero influyente.
En mis tiempos se decía: seamos realistas, pidamos lo imposible. Y así nos va.
Aquellos que se dejan ojos y codos en el
empeño por capacitarse en las obsoletas instituciones académicas, están
perdiendo su tiempo. Dado que la habilitación que hoy Salamanca otorga, es
tenida por menos que nada, yo propondría, por ejemplo al señor Wert, una
solución radical, que le devolvería parte de su popularidad: las titulaciones
universitarias deberían venderse en los estancos. Allí iríamos los padres, con
nuestros niños ya creciditos, y diríamos: deme una de veterinario y dos de
dentista. Las rellenaríamos, pagaríamos las tasas y luego, pues nada, el que
tuviera un poquito de escrúpulos y quisiera formarse, se pondría a estudiar con
seriedad, y el que no, pues malmetiendo se aprende.
Así ven al señor Wert los nacionalismos periféricos |
Desgrano estas bizarras patochadas,
porque me hago cargo de que, en el negocio del señor Wert, contentar a todos es
imposible, pero no contentar a nadie también es muy difícil y tiene su
indudable mérito. Mi desconfianza hacia su efímera (por impuesta) reforma legal,
se debía a la creencia en que todo era, como siempre, un montaje para privilegiar
los intereses de la concertada. Pero su favorecida o favorita tampoco está
contenta y le va a la huelga, porque (y cito textualmente) “sólo reconoce un
tímido avance en favor de la libertad de elección de centro, pero consolida una
clara subsidiariedad discriminatoria de la enseñanza concertada frente a la
pública”. Cágate, lorito.
Bueno, vale por hoy: me ha convencido,
señor Wert, de que es el español que más arrestos, redaños o criadillas le ha
echado este año a la situación. Otra prueba de su valía de usted, es la
ofuscación que produce en sus adversarios. El habitualmente agudo y despierto
escritor Juan José Millás, sufre una pérdida total de lucidez y escribe en “El
País” de ayer (26-12-2013): “Ir al cine, escuchar a Beethoven, leer a
Dostoievski o visitar el Museo del Prado no son formas de consumo. Son formas
de vida. Así que, en vez de señalar en los periódicos, un día sí y otro también,
que este Gobierno recorta las ayudas económicas al cine, al teatro, a la
educación, etcétera, deberíamos denunciar que recorta las formas de vida
actualmente existentes: “El Gobierno recorta una nueva forma de existencia”.
“Desciende el número de formas de entender el mundo”. “El ministro de Cultura
aboga por el monocultivo cinematográfico”….” Reunir semejante colección de
simplezas en un párrafo tan breve sólo tiene una explicación: la impresión que
usted le produce, le obnubila el entendimiento y le confunde. Piensa que usted
es una especie de genocida, escapado de Nuremberg, para castigar a los
espectadores de “Las 13 rosas”.
O el más autoritario de los malos de “Fahrenheit
451” (en este caso, con menor grado de subvención).
Este será el texto imprescindible para aprobar las nuevas reválidas |
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