Revisando alguna entrada antigua de este
blog, me apercibo de que, en la correspondiente al 15 de febrero de 2013, el
vídeo de YouTube en el que el diputado de UPyD, Tony Cantó, intenta utilizar la
tribuna del Congreso para alfabetizar un poco a sus compatriotas (e incluso a
sus señorías, de paso) acerca de que, en sentido estricto, los animales no son
sujetos de derechos, ha desaparecido: “este vídeo no existe”, dice. Lo han borrado
o lo han retirado, digo yo. Que, por cierto, ando un poco despistado respecto
de YouTube, empresa filial de Google a la que , a veces, confundo con un
servicio público, en donde confiar la difusión de determinados contenidos
audiovisuales, qué ingenuo. Con el tiempo esta popular página se ha situado en
un nivel de fiabilidad quince puntos por debajo de “incierto” y sólo uno por
encima de “calamitoso”.
No existe, ya te digo. Busco un posible
sustituto que recoja la intervención del bizarro orador, para reconstruir la
integridad de aquella entrada, y me encuentro, ¿qué me encuentro? Una alocución
mutilada, proveniente de alguna televisionzucha, que ha usado la oratoria de
Cantó para subtitularlo y ridiculizarlo. Penoso. Pero claro, ¿Qué refleja? Una
opinión pública que, de tanto ser moldeada en el animalismo estilo Walt Disney
o “Liberad a Willy”, va a acabar en el bestialismo (platónico, eso sí, nada de
beneficiarse a las gallinas).
Lindos Gatitos |
Viene esto a cuento, a raíz de una
polémica que se ha suscitado en mi pueblo, acarreada por la ocurrencia del
concejal de festejos de reinstaurar las vaquillas durante la celebración de las
fiestas patronales. No sé si es una buena o mala idea. No soy adepto a
semejante diversión y puedo garantizar, a cinco meses vista, que me la perderé.
Pero tampoco, aún menos, me voy a apuntar como seguidor de los talibanes que
quieren imponer la corrección moral, en este terreno, a sus convecinos.
Semejantes dechados de rectitud y posesión de la verdad existen en todas partes
y, en cada una, martirizan a sus paisanos de forma distinta. Yo, como digo, los
llamo talibanes y, en este momento, toda actuación pública (por tanto,
política) está en manos de dos clases de ciudadanos, dos formas de actuar y de
entender el mundo, dos ideologías: chorizos versus talibanes, aunque también
hay grupo mixto, Dios nos asista.
Un representante talibán se muestra muy
ufano de que, en Monzón, estén prohibidas las exhibiciones de animales en
espectáculos del tipo de zoos ambulantes, exhibiciones ecuestres, circos y
empresas semejantes. Pone a su adversario a bajar de un burro por lo de las
vaquillas. Espero que nuestro fogoso prohibicionista no sea vegetariano, porque
su próximo paso podría ser desmantelar las granjas, cerrar el matadero o atacar
el Mercadona con carritos para decomisar los productos cárnicos. Vaya con los activistas:
si no me dieran un poco de miedo, me darían mucha risa.
Y no es que yo sea partidario de
maltratar a los animales, ni de mal tratar nada, ni siquiera a los minerales,
no me veo inmensamente rico y comprándome un diamante del tamaño de una castaña,
para aplastarlo con un pedrusco y decir “¡juo, juo, pues no era tan duro!” Que
nadie me malinterprete, prefiero el arte de la tauromaquia al espectáculo de la
Fórmula 1. En cuanto a las vaquillas, me parecen una diversión dudosa. Y tirar
una cabra o un burro desde un campanario, como en algunos lugares se hacía
hasta no hace mucho (cosas de la tradición), lo considero abominable y
vergonzoso, pero por la bajeza y la insensibilidad que promueve en los
asistentes a semejante demostración, no por otro motivo. A Dios tampoco parece
preocuparle el sufrimiento animal, ¿o no exigía que le sacrificaran corderos?
En fin, qué le vamos a hacer, todos hemos
visto “El Rey León” y otras chufas similares y, en los recientes tiempos de
bonanza económica (que tanto echamos de menos), floreció la industria de la
mascota y nuestros hogares se llenaron de perritos, gatitos, peces, tortugas y
alguna iguana.
No lo abandones. Él nunca lo haría |
Entre los detentadores de mascotas, los
que han apadrinado un perrito (o un perrazo) son los más ufanos y rara vez se
dan cuenta de que los demás no compartimos su entusiasmo, su alborozo y ese
desafío al civismo que, a veces, les lleva a pensar que los derechos de su
chucho están por encima de los de los prójimos a los que, la pobre bestezuela
en su inconsciencia, podría molestar, incomodar, asustar o, incluso, dañar
(aunque no lo crean, se han dado casos). Yo mismo estuve diecinueve días en el
hospital debido a que un perrito suelto me tiró de la bicicleta y, aunque no me
ciega el odio (como se dice en las emisoras progres acerca de las víctimas del
terrorismo), tampoco me ciega la simpatía por los chuchos. Si leo la célebre
frase, atribuida a Diógenes el Cínico, aquella de “más conozco a los hombres,
más quiero a mi perro” no solo no establezco ningún acuerdo moral con él, sino
que pienso que, decididamente, le pasaba algo. No obstante, algo profundo y ejemplar
debe removerse con tan curiosa máxima: muchos detentadores de perros muestran
un absoluto desprecio por el género humano. El otro día paseaba yo por la
extensa y cada vez más concurrida chopera de mi pueblo, cuando un perro suelto,
de buen tamaño, se acercó a ponerme el hocico en la entrepierna. “No hace
nada”, me dijo, sonriente y con aire tranquilizador, alguien que colegí que se
trataba del dueño. “No hace nada, pero si yo fuera trotando a ponerle la nariz
en el chocho a tu madre, igual no lo encontrabas tan gracioso”. Fui tildado
(con razón) de grosero y (sin ella) de amargado. En general, la urbanidad está
de más y ¿cómo va a pensar el dueño de un perro que su noble compañero puede ir
por ahí ocasionando algún tipo de molestia, de malestar, de susto? Ya lo he
dicho: inconcebible. No puede ser.
Alguna vez, estando en un grupo de
amigos, cuando no hay ningún tema mejor del que hablar, se plantea, para animar
una discusión, el siguiente dilema moral: “Hay un horroroso incendio y tienes
que ponerte a salvo pitando. Sólo puedes llevarte, para salvarlo de las llamas,
un cuadro de Picasso o un pobre perrito indefenso, ¿qué elegirías?” ¿Qué es más
valioso, el arte o la vida? Ese sería el planteamiento general, aunque es
irresoluble sin someterlo a todo tipo de matizaciones: ¿Un cuadro de Picasso o
una lombriz? Suelo sentir más cariño por las lombrices de tierra que por la
mayoría de los perros, ¿Un cuadro del imitador más zopenco de Tàpies o un cerdo
bien cebado? Sí, lo has adivinado por fin, apareció mi animal favorito.
Bueno, más o menos a mi edad, cada hombre
es presa de un extravío. Con más precisión, diría que consiste precisamente en
ese extravío: bien sea el desmedido amor por las bestezuelas, que estoy
criticando, o el desmedido amor por las divagaciones, que estoy padeciendo. Los
hombres acabamos siendo un hatajo de fracasados, menos algunos que escapan a la
suerte común, siendo frasolteros. Si has llegado hasta aquí, ya me perdonarás,
no quería batir ningún récord de incontinencia verbal.
Del mal, el menos |
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