martes, 8 de abril de 2014

Demasiada Felicidad - Alice Munro

A esta sagaz cuentista canadiense, le dieron el premio Nobel de literatura el año pasado. Esto despertó mi curiosidad lectora hacia una autora que desconocía completamente, pues considero que los yerros de la academia sueca son escasos, pero tenía que vencer dos prejuicios que lastran, una y otra vez, mi disposición a sumergirme en determinadas creaciones literarias.

Uno de ellos es hacia los relatos cortos. No soy un lector dado a la narrativa breve. Me fatiga cambiar cada treinta páginas de protagonistas, de situaciones, de líneas argumentales y demás: si despierta mi interés, prefiero un novelón bien largo a un ramillete de historias breves.

El otro alude a la temática: las historias orientadas al mundo de la mujer, al papel de la mujer en la sociedad o al punto de vista específico de la mujer, no me suelen interesar demasiado. Aún recuerdo el tedio que tuve que superar para leer “El Cuaderno Dorado” de la también premio Nobel Doris Lessing, al final creo que valió la pena el esfuerzo, pero no es mi palo favorito.

Alice Munro, Nobel de literatura en 2013
Pues bien, en este caso, también me esforcé por superar tales prejuicios e incapacidades y puse en mi lector electrónico “Demasiada Felicidad” de la citada Alice Munro y vaya palo que me dio. No estaba yo preparado para el sopapo que me iba a atizar en los belfos la autora con estos diez relatos TAN inquietantes. Los nueve primeros son historias cortas, que se leen en poco más de media hora cada una. Entre una y otra hay que tomarse un respiro para asimilar algo que normalmente es muy hermoso, muy crudo, muy triste. Y, sobre todo, INQUIETANTE o, si se quiere, desasosegador: aun resultando todos interesantes en extremo, no constituyen una lectura de carácter recreativo. Y no es que sean difíciles, son intensos.

La décima historia, la que da el título “Demasiada Felicidad” al conjunto del libro, es un poco diferente, en lo formal y en lo temático, y también más larga. Es una especie de biografía de Sofía Kovalevski, una notable matemática rusa de finales del siglo XIX que, para no perder la costumbre, también me era desconocida por completo. Que nadie se deje engañar por el título: si bien por un lado es una historia vivaz y luminosa, por otro lado resulta angustiosa y desoladora. Por un lado, nos habla de la primera mujer en ocupar una plaza de profesora universitaria de matemáticas y que, llegada a la madurez, obtiene el merecido reconocimiento científico y académico y además se va a casar con el hombre al que ama, pero por otro lado… No puedo chafarte la historia, va a ser mejor que la leas.

Sofía Kovalevski, matemática
Los nueve relatos anteriores al de Sofía Kovalevski conforman un todo bastante unitario y son otros tantos viajes por el lado oscuro de las relaciones humanas. Resultan bastante abrasivos para el espíritu, más que si se tratara de terror o de novela negra, porque el tono de vida cotidiana, el carácter casi costumbrista que recuerda el modo amable de Chejov, te hace bajar la guardia y entonces es cuando se impregna todo de algo amenazador, o cuando irrumpe el hecho atroz que pone del revés las vidas, es por eso por lo que he dicho antes que te atiza un sopapo y te dices ¿cómo es posible? Si eran todos tan simpáticos, tan normales… Además un estilo muy nítido, muy claro y muy preciso se aplica todo el rato al esclarecimiento de lo borroso, lo incierto, lo inexplicable, las motivaciones de esa zona oscura que quiero creer que todos arrastramos en la penumbra o en los márgenes de nuestra conciencia.

Todos me han gustado, pues todos tienen tensión, firmeza, pulso narrativo y maestría a chorros, pero mis favoritos han sido los relatos más punitivos, entre los que destacaría dos particularmente salvajes: el primero, titulado “Dimensiones” y el octavo, llamado “Juego De Niños”. Normalmente, cuando leo un libro de relatos, luego no me acuerdo de sus pormenores individuales y singularidades, un poco se me mezclan y confunden unos en otros, pero aquí me basta con volver a leer el índice para recordar el disgusto concreto y la desazón específica que cada uno me ha dado.

En “Dimensiones” una mujer, Doree, va a terapia y, de cuando en cuando, a visitar a su marido. El angelito está en un centro mitad penitenciario, mitad de reclusión para dementes. Y es que el pobre tuvo una mala tarde en la que liquidó a sus tres hijos pequeños. La cosa es que tuvo una discusión con su mujer. Doree se fue a casa de una amiga y cuando volvió, a la mañana siguiente, él los había ahogado, a los pequeños con la almohada y al mayor, con sus propias manos. Lo curioso es que el marido, ahora, ya lo está superando, porque es capaz de comunicarse con ellos en otra dimensión, donde sabe que están bien. Todo esto contado con precisión de cirujano y, al final, no sabes si vomitar, ponerte a rezar el rosario o cerrar el libro y arrojarlo por la ventana.

En “Juego De Niños”, dos chicas que se han hecho inseparables en un campamento de verano, comparten un secretito, cuya atrocidad se desvela al final, cuando una de ellas, Charlene, va a morir y reclama a su amiga Marlene con la que mucho tiempo atrás había perdido el contacto. Al parecer ésta se sentía intimidada por Verna, una niña deficiente que se le aproximaba buscando su compañía y amistad. Marlene sentía una mezcla de aprensión, miedo y repugnancia por Verna y se la contagia a su amiga Darlene, a la que logra impregnar de estos sentimientos de rechazo por la “niña especial”… hasta que ocurre un inesperado “accidente”. En ésta se condensa algo común a todas las historias: están teñidas de un tono crepuscular y están contempladas casi siempre, como nítidos recuerdos, desde una ancianidad que es capaz de comprenderlas y, cuando es posible perdonarlas o superarlas.

La portada del libro
Reconozco que, al igual que un café muy cargado no es una bebida para todos los gustos, tampoco lo es una autora de semejante densidad dramática, pero si eres lector de bebidas fuertes, has dado con una escritora de verdad resuelta. Mira de qué forma tan expeditiva acaba un relato cuya trama ya ha cerrado:
“Dorothy Crozier sufrió un derrame cerebral pero se recuperó, y se la recordaría por comprar caramelos de Halloween para los niños a cuyos hermanos mayores había echado de su casa.
Yo me hice mayor, y vieja”.(Un final de notable contundencia).

Y ahora te dejo, que me voy a sumergir en “Mi Vida Querida” o “El Progreso Del Amor” o en cualquier otro libro de relatos de este anciano monstruo (literario) que me tiene, desde hace unas semanas, dominado.
 
No sé por qué me imaginaba una mujer más adusta
 

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