Henos en la época del año en que más
preocupados andamos por la meteorología. Y es que, dado el creciente fervor de
las masas, empujadas a tocar el tambor sin desmayo y a participar en los
variopintos desfiles procesionales que constelan nuestra geografía de
coloreados cucuruchos pertenecientes a las más diversas cofradías, el tiempo
atmosférico cobra una importancia primordial. Si llueve o hace mucho viento,
hasta Dios, Nuestro Señor, se queda en casa, sin acudir al huerto de Getsemaní,
que una cosa es ser prendido, flagelado, escupido, arrastrado, escarnecido y
crucificado y otra muy distinta, calarse hasta los huesos y pillar una pulmonía.
Comoquiera que la muerte del Señor se
asocia a las más imprevisibles perturbaciones meteorológicas, el buen tiempo
dista de estar garantizado. Y es que la muerte de Jesús desencadena señales
bastante tempestuosas, como puede leerse en San Mateo, 27:
“45 Desde la sexta hora descendió
oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena.
46
Como a la hora novena Jesús exclamó a gran voz diciendo: --¡Elí, Elí! ¿Lama
sabactani? --que significa: Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?--47 Cuando algunos de los que estaban allí le oyeron, decían: --Este hombre llama a Elías.
48 Y de inmediato uno de ellos corrió, tomó una esponja, la llenó de vinagre, y poniéndola en una caña, le daba de beber.
49 Pero otros decían: --Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.
50 Pero Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el Espíritu.
51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, y las rocas se partieron.
52 Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de hombres santos que habían muerto se levantaron;
53 y salidos de los sepulcros después de la Resurrección de Él, fueron a la santa ciudad y aparecieron a muchos.
54 Y cuando el Centurión y los que con él guardaban a Jesús vieron el terremoto y las cosas que habían sucedido, temieron en gran manera y dijeron: --¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!”
No obstante, hace unos años, estaba en
Zaragoza y tuve ocasión de observar como los fervorosos fieles desafiaban al
sempiterno aguacero que ameniza estas fechas, proveyendo a los actores de la
Pasión, instalados en sus floreados pasos, de unos chubasqueros que les
permitían ejecutar el sagrado drama de la Redención sin mojarse. Como me gustó
tamaño ardid, hoy que no hace tan mal tiempo, me toca homenajear a tan bravos y
sufridos penitentes.
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